Queda atrás la máscara democrática y el progresismo de Obama
Es un ensayo con escasa posibilidad de éxito. El imperialismo estadounidense está dividido; cada día más rechazado en todo el planeta; debilitado económica y políticamente. Apela entonces a su última razón, la de la fuerza.
Con el golpe en Honduras, la proliferación de bases militares en torno a Venezuela, la desestabilización en Ecuador, Paraguay y Bolivia, el gobierno de Barack Obama traza su estrategia, apuntada a contrarrestar la pérdida de la iniciativa y la hegemonía políticas en el hemisferio. Ese plan ya en marcha no puede eludir las grietas crecientes en la burguesía imperialista estadounidense y la consecuente inconsistencia en el accionar del Presidente y su secretaria de Estado, Hillary Clinton. Es visible el choque de un complejísimo juego de fuerzas en la cúpula del poder imperial. Pero la resultante es inequívoca: decisión de actuar militarmente contra gobiernos constitucionales, preparación de un poderoso dispositivo de guerra contra la región, específicamente contra los países componentes del Alba (Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América), con centro en la revolución socialista bolivariana.
Apoyado en la totalidad de la llamada gran prensa (diarios, radios, televisión y agencias en todo el mundo), está llevándose a cabo una maniobra de camuflaje, destinada a demorar la identificación franca de Obama con la violencia y las dictaduras. Mientras tanto, la Casa Blanca avanza sobre los eslabones que considera más débiles, calumnia con métodos de concepción goebbeliana al presidente Hugo Chávez, busca debilitar su figura ante la opinión pública internacional y aislarlo antes de intentar una agresión militar contra Venezuela. Esa embestida ya está proyectada desde territorio colombiano, con comando operativo y armamento estadounidense y con ejércitos mercenarios sostenidos desde hace años por el presidente Álvaro Uribe. Una reiteración aggiornada de la guerra contra la revolución sandinista en los años 1980, que usó a Honduras como plataforma territorial.
Para tender una cortina de humo que desdibuje el hecho de la instalación de cinco bases militares estadounidenses en su territorio, Uribe acusó a Chávez de entregar armas a las guerrillas colombianas. Con aquella decisión y esta burda mentira, que llevan el sello sobresaliente del Departamento de Estado, el imperialismo provoca tensión entre Colombia y Venezuela, en una dinámica apuntada a desembocar en ruptura de relaciones, eventualmente seguida de ataques colombianos en territorio venezolano, con la excusa de perseguir fuerzas insurgentes de las Farc o el Eln. El objetivo es desatar la guerra entre ambas naciones hermanas.
Por lo pronto Uribe anunció el 1 de agosto, el mismo día que recibió en Bogotá al jefe del Comando Sur del ejército imperialista, general Douglas Fraser, que ni él ni su canciller asistirán a la reunión del Consejo de Defensa de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas). Explicó que no corresponde, porque las bases donde se establecerán las tropas estadounidenses, estarán bajo mando de oficiales colombianos. En el mismo acto en que en su condición de Presidente acepta la orden estadounidense de romper de hecho con Unasur, Uribe asegura que los oficiales colombianos comandarán la maquinaria bélica imperialista más poderosa de la historia. Difícil definir si resalta más su cinismo o su condición de frágil animal acorralado.
Diversionismo
Hay otras cortinas de humo, de pareja gravedad. Desde atalayas de la intelectualidad reformista, se defiende la idea de que el accionar de Obama frente al golpe en Honduras prueba el cambio cualitativo operado en el Ejecutivo estadounidense con el recambio presidencial. Afirmaciones obvias como que Barack Obama no es George Bush, ocultan la marcha sistemática de la Casa Blanca en un cerco contra la revolución latinoamericana. Como se observa ahora en Venezuela, el pensamiento reformista se planta como el principal escollo para definir un plan de acción regional, que a la vez pueda detener la mano criminal de Estados Unidos y permita avanzar en las transformaciones anticapitalistas iniciadas con el Alba.
Al margen de la discusión sobre la subjetividad del primer presidente negro de Estados Unidos, los hechos demuestran que el golpe en Honduras fue ejecutado por hombres del Departamento de Estado y el Pentágono, desde la base militar estadounidense en aquel país. El propio presidente José Manuel Zelaya señaló los nombres de un cubano maiamero y un opositor venezolano que, dijo, actuando como agentes de lo que llamó “halcones del gobierno de George Bush”, fueron los articuladores del golpe. Zelaya hizo esta declaración inmediatamente después de reunirse en la embajada de Honduras en Nicaragua, el 30 de junio, con el embajador de Estados Unidos en Tegucigalpa, Hugo Llorens. Este diplomático es otro cubano maiamero –o gusano, como gustan llamarlos los revolucionarios cubanos- con experiencia desde que Honduras era la base de los ejércitos mercenarios lanzados contra Nicaragua.
El resultado de ese zarpazo fue adelantado por esta columna en la madrugada del 29 de junio, 24 horas después de su ejecución y publicado en la edición anterior de América XXI. Nada ha cambiado sustancialmente un mes después: el régimen golpista no ha podido consolidarse, la reacción de masas creció y comenzó a ganar organicidad, el rechazo diplomático se extendió a todo el mundo. La única razón por la cual esa derrota no se consumó con la caída del régimen títere, es que la Casa Blanca lo sostuvo, presionando a Zelaya y montando un operativo con eje en una pseudo mediación a cargo del presidente costarricense Óscar Árias. Pero el envío de Llorens a Managua, muestra que la maniobra de Clinton se ha vuelto en su contra: después de un traspié, Zelaya radicalizó su posición al ritmo del crecimiento de la resistencia. El riesgo señalado un mes atrás continúa latente: que antes de dejar caer a Roberto Micheletti (por caso, ex militar integrante de los comandos de la muerte y figura relevante del Opus Dei), la Casa Blanca aliente un baño de sangre, destinado a cortar el paso al movimiento de masas que irrumpe por primera vez en la historia hondureña, garantía de que nada será como hasta ahora en aquel país.
Firmeza y vacilaciones
Frente a esta escalada refulgió primero la rápida y contundente respuesta del Alba y las contundentes posiciones adoptadas por Hugo Chávez y Rafael Correa cuando, simultáneamente, desde Bogotá los agentes de Washington lanzaron una doble provocación contra Ecuador y Venezuela. A la vez quedaron a la vista las vacilaciones de Unasur y Mercosur. Si bien este último organismo, en su reunión en Asunción (ver pág. Xx), dio una señal importante al adelantar que no reconocería a ningún gobierno surgido en Honduras de elecciones llamadas por el régimen golpista, al no invitar a Zelaya a esa cumbre y no definir con claridad una política para quitar de las manos del testaferro de Obama la mediación tramposa, omitió su participación plena en este conflicto decisivo para la historia próxima de la región. Unasur hizo otro tanto. Llevado por sus miembros de mayor peso, presumiblemente aconsejados por las metrópolis europeas, que ven en el conflicto centroamericano una oportunidad de negocios en detrimento de sus socios de Washington, este organismo que ha dado un salto histórico con la creación de un Consejo de Defensa propio, cedió la iniciativa política al imperialismo.
En la cumbre de Unasur en Quito el próximo 10 de agosto, se verá cómo actúa cada protagonista. Habrá que observar en detalle esa actuación, porque de ella depende en gran medida el margen que le quede a la Casa Blanca para continuar sin pausa en sus planes de agresión militar o, por el contrario, verse obligada a postergarlos. En efecto, el golpe en Honduras es un ensayo con escasa posibilidad de éxito. Pero si Unasur no acompaña al Alba en este punto, llevada por la visión reformista sea de cuño burgués o socialdemócrata, Estados Unidos tendrá mayor espacio para provocar una matanza en Honduras y avanzar en sus planes guerreristas contra Venezuela y Ecuador desde sus bases colombianas.
Sería útil tener en cuenta que en la hipótesis negada de un accionar imperialista exitoso contra el Alba, además de iniciarse una era de lucha armada a gran escala en toda la región, la onda expansiva arrastraría también al conjunto de gobiernos reformistas de la región. Nada menos que eso está en juego en estas horas: la guerra o la paz. O dicho de otro modo: la inercia del statu quo, o la revolución.
Luis Bilbao
América Siglo XXI
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