miércoles, octubre 17, 2012

Ayer y hoy: El POUM y la cuestión de las nacionalidades



Regresa la cuestión nacional, que se creyó resuelta con el “Estado de las autonomías” en un tiempo en el que la espada de Damocles –las fuerzas represivas del franquismo casi intactas que fueron la principal carta negociadora de la derecha-, señalaba que unas líneas rojas en la Constitución, y por sí fuese poco, proyectaron sobre la vida nacional la sombra de un aspirante a Pinochet el 234-F de 1981.
Lo hace en un momento en el que el país de las maravillas que nos había prometidos hace aguas, especialmente por abajo, y el edificio institucional comienza de removerse. Han pasado más de tres décadas, y hemos entrado en una fase de una “crisis económica” con la que quieren llevarnos a la época en la que el lúcido político conservador británico Disrareli hablaba de las “dos naciones”, la de los arriba y la de los de abajo, está abriendo las puertas a otras crisis. Entre ellas la de un Estado neocentralista que también quiere “disciplinar” la vida de las “autonomías”, como lo quiere hacer con las municipalidades.
Igual que ha vuelto la “cuestión nacional”, lo está haciendo la “cuestión nacional”, y lo hace en un tiempo en el que la neosocialdemócrata y neoestalinista, han hecho verdaderos estragos sobre el movimiento obrero, de una mayoría trabajadora que con la Transición, fue reconducida a la puerta de servicio desde donde los criados profesionales fueron negociando derrotas tras derrotas. Es este retroceso el que explica que a pesar del desprestigio de su política neoliberal, corrupta y privatizadora (¡la privatización es el robo del capital social¡), CiU haya podido liderar la Gran Diada del 2012, y es también el que explica que las propuestas federalistas hayan perdido su credibilidad. La izquierda institucional está al fondo a la derecha, y ha sido enteramente copartícipe del un régimen creado bajo el miedo a la libertad.
Como desde la izquierda insumisa estamos comenzando de nuevo, resulta de la mayor importancia recordar nuestras mejores tradiciones. Tomar nota de una memoria que en el terreno del “hecho nacional” nos remite a las aportaciones democráticas radicales y abiertas de Lenin. No se ha estudiado todavía la influencia que tuvieron entre los nacionalistas periféricos las medidas tomadas por el primer gobierno de la revolución rusa en lo que a las libertades nacionales se refieren. Lenin veía Rusia como una “cárcel de pueblos”, un concepto que resulta perfectamente aplicable a lo que se ha venido a llamar España, y que la derecha ve como si fuese su propia finca. Ninguna otra revolución fue tan radical y tan consecuentemente democrática como Octubre, y ahí están los hechos. Hechos que contrastan con lo que más tarde haría Stalin: rusificar en nombre del “internacionalismo proletario”
Una escuela que en el Estado español representaron muy especialmente Joaquín Maurín y Andreu Nin, y en la que tomaron parte igualmente los vascos José Luís y José Mª Arenillas, así como el comunista catalán Jordi Arquer, representante de un extenso sector de nacionalistas catalanes como Joseph Rovira, que después de luchar junto con Francesc Maciá, acabaron jugando un papel destacado en el BOC primero, y en el POUM después. El texto anexo representa una síntesis de nuestra tradición marxista sobre este punto, y comienza con una crítica al PSOE. La podía haber hecho extensible al anarquismo que se apuntó antes el internacionalismo abstracto de Proudhom que al Bakunin que declaró ser “patriota de todas las nacionalidades oprimidas”. El texto respondía a una cita con la historia desde la perspectiva de la alianza Obrera y del Octubre de 1934, una fecha que el nacionalismo catalán conservador aborrece más que al pecado. Ahora, el hilo del debate vuelve a tensarse, y es por eso que pienso que vale la pena dar a conocer este texto que recoge los acuerdos sobre la cuestión nacional adoptados en la fusión del Bloque Obrero y Campesino con la Izquierda Comunista, en septiembre de 1935. Fueron publicados en el folleto Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista, y publicado en Ediciones La Batalla, en Barcelona, al comienzo de 1936.

La socialdemocracia no ha dado nunca al problema de las nacionalidades la interpretación revolucionario adecuada. Si en el primero de esos aspectos ha sacrificado la revolución a la frase, en el segundo, si bien teóricamente se ha visto obligada a reconocer el derecho de los pueblos a su independencia, en el dominio práctico ha sido incapaz de salir de los límites del nacionalismo burgués.
La revolución proletaria — y el ejemplo nos lo ha dado la revolución rusa — triunfará en tanto que revolución democrático-socialista, hemos dicho. En el estado actual de la historia, no puede haber ya revoluciones exclusivamente democráticas, ni en cierta medida, revoluciones exclusivamente socialistas. La revolución ha de ser democrático-socialista, en su primera etapa.
Pues bien, las tres fuerzas motrices de esa revolución las constituyen: el proletariado, el campesino que quiere conquistar la tierra, y el movimiento de liberación nacional. Si esas tres fuerzas convergen y se encuentran, el proletariado se convierte en el eje central del movimiento revolucionario. Sin la unidad de esos tres frentes de lucha, la revolución democrático-socialista no puede triunfar, sobre todo en un país como el nuestro en donde el aspecto democrático de la revolución es tan pronunciado.
Estos movimientos de emancipación nacional tienen un contenido democrático que el proletariado ha de sostener sin reservas. Una clase que combate encarnizadamente todas las formas de opresión no se puede mostrar indiferente delante de la opresión nacional. Los movimientos de emancipación nacional constituyen un factor revolucionario de primer orden que la clase trabajadora no puede dejar de lado.
El proletariado sólo puede tener una actitud: sostener activamente el derecho indiscutible de los pueblos a disponer libremente de sus destinos y a constituirse en estado independiente, si esta es su voluntad.
Sosteniendo este derecho, el proletariado no se identifica con la burguesía nacional, que quiere subordinar los intereses de la clase a los intereses nacionales y, en los momentos decisivos, se pone al lado de las clases dominantes de la nación opresora con objeto de aplastar los movimientos populares. El proletariado, campeón decidido de las reivindicaciones democráticas, ha de desplazar a la burguesía y a los partidos pequeñoburgueses de la dirección de los movimientos nacionales que traicionan, y llevar la lucha por la emancipación de las nacionalidades hasta las últimas consecuencias.
La lucha por el derecho de los pueblos a la independencia no presupone, sin embargo, la disgregación de los obreros de las diversas nacionalidades que componen el estado, sino, por el contrario, su unión más estrecha, que es la única garantía del triunfo.
El reconocimiento del derecho indiscutible de los pueblos a disponer de sus destinos, de un lado, y la lucha común de los obreros de todas las naciones del Estado, del otro lado, constituyen la premisa indispensable de la futura confederación de pueblos libres.
Los movimientos de emancipación nacional pasan por tres fases. En la primera, es la burguesía reaccionaria quien los monopoliza, haciendo de lo que tiene un sentido progresivo y justo, una fortaleza al servicio de la contrarrevolución. Es lo que sucedió en nuestro país durante el siglo pasado cuando el carlismo se apoyó sobre el deseo autonomista latente, y durante una parte del siglo actual en Cataluña y Vasconia, principalmente, en donde las fuerzas conservadoras se han hecho suyo el problema autonomista con objeto de utilizarlo como ganzúa para favorecer sus intereses económicos y para impedir un desarrollo revolucionario.
La segunda etapa está caracterizada por el paso del problema nacional a manos de la pequeña burguesía, que es lo que se da actualmente entre nosotros, y de un modo particular en Cataluña. Durante esta fase la pequeña burguesía — Esquerra, en Cataluña — hace una gran demagogia prometiendo la solución completa del problema nacional. Pero tan pronto como la pequeña burguesía constata que la profundización de la revolución democrática, en éste como en los demás dominios, en el de la tierra especialmente, aproxima la revolución socialista, hace marcha atrás precipitadamente, llegando a la más vergonzosa capitulación, como ocurrió en Cataluña, primero aceptando un Estatuto que dejaba sin solución fundamental el problema planteado, y segundo, entregándose al enemigo — octubre de 1934 — cuando vio que la defensa de la cuestión nacional pasaba a manos de la clase trabajadora.
La tercera fase es aquella en que el proletariado se hace suyo el problema nacional y le aporta, revolucionariamente, la solución debida. Esta etapa se ha iniciado ya en nuestro país. El problema nacional empieza a ser considerado por el proletariado como un factor revolucionario.
El Partido Obrero de Unificación Marxista trabajará por el desplazamiento de la pequeña burguesía del frente del movimiento nacional con objeto de que sea el propio proletariado quien lo dirija y solucione, llegando a la estructuración de la Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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