sábado, octubre 13, 2012

Tarda, pero se logra



Una semana de optimismos y mucha alegría interior. Primero, cuando el tandilense Miguel Angel Gigena me trae la noticia de que una avenida de Tandil se llamará nada menos que Osvaldo Soriano, por resolución unánime del Concejo Deliberante de esa ciudad. El proyecto había sido presentado por la peña El Nuevo Gasómetro, integrada por los hinchas de San Lorenzo de Almagro. Nada más justo. Tandil, la ciudad en la cual el “Gordo” Soriano comenzó con el periodismo –su gran pasión– y se inició como escritor. ¡Si habremos conversado sobre sus experiencias tandilenses cuando me visitaba en Berlín, durante los largos años del exilio! Sí, Tandil fue el horno donde empezaron a surgir sus deseos de escribir y realizar nada más que eso, retratar lo que veía, lo que se imaginaba, lo que había soñado primero en Mar del Plata, su ciudad natal, luego en Neuquén, durante su infancia, y después ya en la redacción de un diario. Sí, el periodismo, de donde surgieron plumas como las de Roberto Arlt y el inolvidable González Tuñón. Para nombrar sólo a dos, porque se nos llenaría de nombres la contratapa. Muy justo, una avenida tandilense donde el Gordo se pondría a comer tajaditas de salame tandilero. Bien, Gordo, llegaste a la voz del pueblo al cual siempre perteneciste. Por eso quisieron negarte los academicistas, esos que nunca tendrán ni una cortada en su barrio que los recuerde. Una avenida en una de sus ciudades. Ya, en 2008, en Tandil, se había inaugurado un mural en recuerdo del Gordo Soriano, en ocasión del centenario de la fundación de su equipo preferido, San Lorenzo de Almagro. En ese mural se lo ve al Gordo con la camiseta de ese club y pisando una pelota número cinco ¡de la cual habrá escrito tantos relatos! Y el mural tiene esta frase sorianesca, mezcla de filosofía barrial y conciencia argentina: “Ser de San Lorenzo es un interminable sobresalto; una carga que se arrastra toda la vida de tanto desconcierto y orgullo como la de ser argentino”. Un gol de off-side de los que acostumbraba a meter el Gordo y siempre se lo daban por válido.
Pero de los recuerdos tiernos y nostálgicos que depara la amistad vayamos a otros triunfos de los últimos días, ya entrando en el panorama trágico de la vida argentina: esta semana recibí desde Calafate la noticia de luchadores por la verdad histórica que el administrador de la estancia La Anita, donde tuvieron lugar la mayor parte de los fusilamientos por el Ejército argentino de peones rurales huelguistas en 1921-22, permitirá a antropólogos el estudio de las tumbas masivas de esos trabajadores asesinados oficialmente. Recuerdo aquellos fines de la década del sesenta cuando realicé viajes interminables por toda Santa Cruz y llegué a situar todas las tumbas de los fusilados. El accionar del 10 de Caballería en esa estancia lo describo en el segundo tomo de La Patagonia Rebelde, en el capítulo titulado “Muerte en el Paraíso”. Cuando llevé a cabo la investigación encontré todavía con vida a la mayoría de los protagonistas de los sucesos: los oficiales de ese regimiento, los estancieros miembros de la Sociedad Rural, los peones que habían logrado salvar sus vidas huyendo antes de los fusilamientos, los políticos radicales responsables de haber ratificado la represión y los habitantes de las cercanías. Más los documentos oficiales y de las organizaciones obreras de la época. Y justo cuando había organizado la excavación de las tumbas masivas de La Anita con antropólogos de la Universidad de Buenos Aires, el administrador de esa estancia me negó el permiso para entrar al establecimiento. Cuando regresé del largo exilio continué mi lucha para lograr ese objetivo, siempre en vano. Y ahora acabo de recibir la noticia que me dan jóvenes estudiosos y miembros de organizaciones de derechos humanos del sur santacruceño, que sí, se podrá realizar la investigación ya que los responsables de la mencionada estancia no sólo donarán a la provincia o a la Nación la fracción de terreno donde están las tumbas, sino que también permitirán la investigación científica del lugar donde yacen los peones fusilados por los militares argentinos ante la orden del presidente Yrigoyen.
Valió la pena vivir, me dije cuando me llamaron de Santa Cruz para darme la noticia. Sí, a veces tarda mucho tiempo pero siempre, siempre, termina por vencer la ética. Los crímenes no se pueden encubrir para siempre. Alguna vez en el tiempo surgen siempre las pruebas condenatorias. Por eso, es hora ya de que el radicalismo haga una autocrítica acerca de esa tragedia argentina ocurrida por obra y gracia del gobierno de Yrigoyen. Piensen, señores radicales, que la autocrítica es un paso adelante en el concepto democrático y ayuda a no repetir errores.
Y otra noticia más que me llegó esta semana y que me llenó de una alegría juvenil. Sí, sentí de pronto que volvía a ser el joven periodista que llegó a Esquel en 1958 a dirigir el diario Esquel, con tantas ilusiones y proyectos y terminó expulsado por la Gendarmería Nacional. Es que cuando el propietario del diario Esquel me dejó cesante por defender los derechos de los pueblos originarios de esa zona patagónica y por descubrir un infame procedimiento policial contra un joven plantador de nogales plenos de ideales en defensa de la naturaleza, resolví editar un semanario al cual llamé La Chispa, al cual le puse como lema: “Primer periódico independiente de la Patagonia”. Fue un espejo de las injusticias que dominaban esa zona en aquel tiempo. Pero me fue muy mal, me detuvieron, estuve preso en un calabozo de la policía local y luego fui expulsado de Esquel por la Gendarmería. Una experiencia en la propia piel de lo que era entonces el dominio de los poderosos de la tierra. Pero esta semana una agrupación juvenil de Esquel me llamó por teléfono para decirme que van a volver a publicar todos aquellos números de La Chispa como homenaje a la lucha por la verdad a través del periodismo. Sólo les respondí con un emocionado: “Gracias... valió la pena”. A ellos pondré a disposición los números de La Chispa que logré salvar en aquel verano de 1959. Es historia auténticamente patagónica. Sí, en el paraíso hubo infiernos en muchas épocas. Pero ojalá sus lagos reflejen cada vez más cielos profundamente azules con nubes pasajeras tan curiosas.
Para terminar, otro paso positivo en nuestro andar argentino. La capital de La Pampa, Santa Rosa, ha resuelto cambiar el nombre de su calle principal. En vez del genocida Julio Argentino Roca pasará a llamarse José de San Martín. Que es como cambiar el nombre La Muerte por el de La Libertad. Paso a paso vamos limpiando los cristales de una historia plena de heroísmos y de bajezas basadas en el racismo y en la codicia de los dueños de la tierra.
La vida, mi país, pero nuestra gente, ésa de los ideales, que también se hacen presentes.

Osvaldo Bayer

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