miércoles, octubre 17, 2012

Estados Unidos usa su diplomacia para destruir naciones



Desde la década de los años 50, las administraciones estadounidenses han llevado adelante políticas destinadas a destruir a las naciones que no condicen con su ideología y que no respetan su hegemonía.
Juan Carlos Zambrana Marchetti (*)

En los últimos días, el presidente Evo Morales y el ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, expresaron por separado el malestar y el daño que produce la incesante campaña subversiva estadounidense contra Bolivia. Varios bolivianos hemos coincidido en que el intervencionismo de Estados Unidos en territorio boliviano está llegando a límites intolerables.
El viernes 12 de octubre de 2012 dije en el programa Detrás de la noticia, de Eva Golinger, que “las relaciones diplomáticas de los países que se alejan de las políticas de Estados Unidos son muy difíciles porque Washington aprovecha el acceso que le da esa relación para promover invasiones con el poderío de todas sus agencias expertas en golpes de Estado, en promover a la oposición, exacerbar los conflictos y establecer las bases para lo que sería luego un programa de nation building, que se traduce como construcción de naciones, pero significa más bien destrucción de países porque la supuesta construcción parte siempre de la destrucción de la nación original antiimperialista para remplazarla por una complaciente, o en su defecto dividirla en dos para construirle a la nación antiimperialista su siamés antagónica que a partir de ahí haga el trabajo sucio de la contrarrevolución.
A pesar de la firma del nuevo acuerdo marco para las relaciones, Bolivia sigue irremediablemente amarrada al funesto acuerdo de cooperación técnica de 1951, mediante el cual Estados Unidos se adjudicó el derecho de intervenir directamente en la política boliviana a través de una asistencia supervisada por sus agentes y de programas independientes de toda supervisión nacional.
El propósito era producir la derechización del socialismo y nacionalismo del MNR, corromper la revolución del 1952, restaurar y adoctrinar a las fuerzas armadas que habían sido disueltas por el pueblo, prepararlas para las dictaduras militares de los 70 y 80, e imponer el neoliberalismo de los 90 y los 2000. Absolutamente todo se basa en el acuerdo del año 1951.
La primera pauta del sometimiento está escrita en el título del acuerdo que establece: Convenio relativo al punto cuarto para la cooperación técnica entre Estados Unidos de América y Bolivia. Lamentablemente parece que a nadie se le ocurrió, en Bolivia, preguntarse el significado del misterioso punto IV.
Resulta ser que el programa llamado punto IV, mediante el cual Estados Unidos firmó acuerdos bilaterales con los países del tercer mundo, era el programa de asistencia técnica y económica en los sectores agrícola, militar, de becas de estudio, información y asesoramiento político, creado por el presidente Harry Truman en el año 1949 y aprobado por su congreso en junio de 1950. Lo bautizó con el nombre de punto IV porque ese programa había sido anunciado en el punto cuatro de su discurso inaugural. Lo que no se mencionaba en los acuerdos era que ese punto estaba claramente relacionado con el punto tres del mismo discurso, el cual establecía como objetivo “fortalecer a las naciones amantes de la libertad en contra de los peligros de agresión”.
El presidente Truman estaba moviendo sus piezas, en el tablero de a la guerra fría que su país sostenía con la Unión Soviética en la disputa por la influencia en los países del tercer mundo, y el programa de Construcción de Naciones era su instrumento secreto para intervenirlas. Si la Segunda Guerra Mundial convirtió a Estados Unidos en el acreedor y policía del mundo, el programa del punto IV fue el mecanismo para hacer uso de ese poder y sentar presencia en los países que le interesaban. Fue la llave maestra que abrió las puertas de países como Bolivia para consolidar el control geopolítico que Truman se fijó como objetivo en el punto tres de su discurso inaugural.
Recordemos que ese programa se firmó con urgencia en La Paz el 14 de marzo de 1951 durante las últimas semanas del gobierno servil de Mamerto Urriolagoitia en medio de una campaña electoral en la que no se dejó participar al MNR. Mientras que el Gobierno impedía por todos los medios el ingreso de Víctor Paz Estenssoro, exiliado en Buenos Aires, firmó discretamente este histórico tratado que tanta influencia tuvo en el sometimiento del país.
Estados Unidos lo hizo para aumentar la dependencia de Bolivia, de tal modo que, si ganaba, el MNR estuviese ya amarrado de pies y manos a sus políticas. En efecto, a pesar de estar injustamente proscrito, el MNR ganó las elecciones con el 45 por ciento de los votos. Sin embargo, en vez de entregar el poder a la izquierda, el presidente prefirió dar su histórico autogolpe de Estado conocido como el ‘Mamertazo’, recibió de la Embajada sus visas diplomáticas y se fue a Washington a tramitar el reconocimiento de la junta militar dirigida por el general Hugo Ballivián, la cual consolidó aún más la dependencia hasta que el 12 de abril de 1952, cuando el pueblo tomó el poder por las armas y se lo entregó al MNR para que lo representase.
Entre los documentos desclasificados del Departamento de Estado se encuentra el informe de la Embajada estadounidense en La Paz del 23 de mayo de 1952. En ese documento se informa sobre la desesperada situación en la que se encontraba Víctor Paz para ejecutar la nacionalización de las minas que le había prometido a su pueblo y al mismo tiempo lograr el reconocimiento de Estados Unidos, sin el cual su país no podría sobrevivir dada la enorme dependencia que lo sometía. La información fue en los siguientes términos:
“Informes que llegaron a la Embajada indican que el Gobierno no sabe qué hacer con el problema, pero está empeñado en seguir adelante con algún tipo de nacionalización después de que Estados Unidos le reconozca”.
Los mencionados informes representaban una discreta invitación del presidente Paz a Estados Unidos para negociar el reconocimiento con la profundidad de su revolución. En realidad, todos los proyectos estadounidenses que estaban ya operando en Bolivia fueron respetados por el gobierno del MNR, pero Paz tenía planes aún mayores para la participación estadounidense en la diversificación económica del país.
En el mismo informe, con respecto al petróleo, área en la que ya había una comisión de expertos extranjeros redactando el código del petróleo para abrir las puestas a las transnacionales, la Embajada informó lo siguiente: “El nuevo Presidente de YPFB Manuel Barrau, un hombre fuerte del partido que estuvo con Paz en Buenos Aires, ha indicado que él quiere que venga capital privado al área del petróleo. En el Ministerio de Agricultura se informó que los fondos para salarios y proyectos fueron suspendidos. Una excepción es el Servicio Agrícola Interamericano dependiente de punto IV, que continuará recibiendo todo el apoyo del Ministerio”.
Resultó contradictorio que después de tanta retórica antiimperialista, Paz Estenssoro llegara al poder sólo para respetar como sacrosanto el acuerdo del punto IV del discurso imperialista de Truman. Lo que sucedió fue la total destrucción de la revolución boliviana, porque Paz dejó intacto uno de los más importantes mecanismos de intervención estadounidense.
Algo similar sucede en la actualidad con el proceso de cambio impulsado por el presidente Evo Morales, pero con el agravante de que por lo menos Víctor Paz no encontró más solución que negociar lo mejor posible su revolución porque estaba atrapado con una dependencia de la que no podía escaparse, ya que aparte de todos los programas de desarrollo, Washington llegó a cubrir de forma directa hasta el 30 por ciento del presupuesto nacional.
En este momento, Bolivia ya se liberó de esa dependencia, controla sus hidrocarburos, su economía está estable, y no existe justificación alguna para que, cuando el gobierno intente expulsar a Usaid, se deje envolver con la astuta respuesta de que toda la ayuda había sido solicitada por Bolivia en estricta sujeción al acuerdo de 1951, que las suspensiones unilaterales no eran convenientes y que en el ámbito del diálogo del acuerdo marco podían analizar los programas individualmente. No hay razón para que Bolivia, en su intento de desenredarse de Estados Unidos, termine ratificando sus cadenas y enredándose aún más en la dependencia. El presidente Evo Morales y el ministro Quintana tienen toda la razón, pero al discurso deben seguir las acciones. Lo que se debe hacer es denunciar el tratado de 1951 en aplicación a su punto uno del artículo V, que establece que “este convenio entrará en vigencia desde el día de su firma y tendrá validez hasta tres meses después de la fecha en que cualquiera de los dos Gobiernos dé aviso escrito al otro acerca de su intención de denunciarlo”.
Recién después de que Bolivia rompa sus cadenas del funesto acuerdo de 1951, su canciller tendría la posibilidad de negociar relaciones bilaterales de igual a igual con Estados Unidos. Es muy capaz el señor David Choquehuanca y tiene paciencia de santo, pero tampoco es mago ni se lo puede obligar a hacer de tripas corazón.
Sin duda alguna la derecha que está siendo promovida y financiada va a intentar reaccionar, pero postergar esta acción defensiva sería cometer el mismo error de la revolución del 1952. Bolivia tiene además que cerrar todos los canales de penetración, incluida la National Endowment for Democracy (NED), la cual, usando de parapeto al Instituto de Democracia y Gobernabilidad, a estas alturas del proceso de cambio, todavía se da el lujo de arrear a los mejores estudiantes de ciencias políticas del país, con el pretexto de un concurso de ensayo para llevar a los 30 mejores a la ciudad de Sucre, con todo pagado para “enseñarles” cómo presentar a la Asamblea Legislativa Plurinacional un proyecto ciudadano sobre interculturalidad y gobernabilidad que obviamente refleje la agenda estadounidense para Bolivia.

(*) Es corresponsal del periódico Cambio en Estados Unidos.

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