jueves, agosto 25, 2016

Bertolt Brecht, el dramaturgo incómodo



A 60 años de su muerte.

“Escriba usted que yo era incómodo, así debo ser recordado después de mi muerte”, le dijo Bertolt Brecht a un periodista días antes de morir en Berlín oriental el 14 de agosto de 1956.
Fue incómodo desde sus tiempos de adolescente brillante. Nacido en Augsburgo en 1898, a sus 14 años lo expulsaron del colegio secundario por una crítica que le hizo al poema Dulce et decorum est pro patria mori (dulce y honorable es morir por la patria), de Horacio (65-8 aC). Aquel jovencito alemán, cuando en 1912 se preparaba la gran carnicería de 1914-18 y la publicidad patriotera era reguero en Europa, escribió que la de Horacio no era más que “propaganda dirigida, en la que sólo pueden creer los tontos”.
Fue un provocador, mujeriego y pedante hasta lo insoportable, creador del teatro épico o dialéctico, de estilo directo, llano, orientado a estimular la conciencia crítica del espectador y nunca el simple entretenimiento y menos el sentimentalismo lacrimoso, del que se declaró enemigo mortal.
Entre 1918 y 1920 escribió una pieza sobre la revolución alemana dirigida por el grupo Espartaco, Tambores en la noche, cuyo final apunta a producir un impacto hasta entonces inédito en el teatro, cuando su personaje central dice: “Todo esto no es más que puro teatro, simples tablas y luna de cartón. Pero los mataderos que se encuentran detrás, esos sí que son reales”. El teatro de Brecht establece con sus espectadores un vínculo novedoso, libre de cualquier simulacro de imparcialidad: toma partido y lo dice.
Las obras de Brecht son, entre otras cosas, una crítica demoledora a la “respetabilidad del burgués”; el teatro brechtiano muestra a una clase dominante compuesta por prostitutas, delincuentes, criminales de todas las especies, vividores y mendigos lujosos. Eso es, por ejemplo, La ópera de los cuatro cuartos o La ópera de los tres centavos, puesta en escena en 1930 con música de Kurt Weill.
En contra de las posturas de clásicos como Thomas Mann, que veían con recelo los nuevos medios de comunicación de su tiempo, Brecht se obsesionó con las posibilidades que le ofrecían la radio, el cine y la nueva industria gráfica para difundir sus ideas y llegar con ellas a un público masivo.
Fue, también, un gran perseguido. A comienzos de 1933, la representación de su obra La toma de medidas fue interrumpida por la policía, que lo acusó de alta traición. El 28 de febrero de ese año, un día después del incendio del Reichstag por los nazis, huyó con su familia a Praga, luego a Viena y después a Zurich. Finalmente se ocultó en Dinamarca, donde vivió cinco años. Fueron años duros, de grandes apuros económicos, en los que trabajó de granjero en Suecia y luego en Helsinki. También fue para él una época de gran creatividad: muchas de sus obras fueron escritas entre 1937 y 1944.
En 1941 atravesó la Unión Soviética, poco antes de la invasión alemana, y por esa vía llegó a California. Intentó trabajar en la industria cinematográfica norteamericana, pero Hollywood rechazó sus guiones. En 1947 fue detenido e interrogado por el Comité de Actividades Anti Norteamericanas dirigido por el senador Joseph McCarthy. Después de eso, solo Suiza le permitía el ingreso y en la República Federal Alemana las autoridades de ocupación, los aliados, también le prohibieron entrar. Nacionalizado austriaco, finalmente pudo radicarse en Berlín oriental, donde entró con pasaporte checo en 1948.
Allí trabajó intensamente, creó una versión alemana de Antígona y dirigió el Deutsches Theater. Pero no podía llevarse bien con el estalinismo. En 1971, al cumplirse el 15° aniversario de su muerte, el diario alemán Tagasspiegel publicó las grabaciones completas de una declaración reservada de Erich Mielke, director de la Stasi, la policía política del régimen alemán oriental. En ellas, Mielke explica que Brecht “quería hacer una denuncia contra un dirigente de Seguridad del Estado… (pausa) después, Brecht murió de un infarto”. De ese modo, el policía estalinista sugiere que a Brecht se le habría suministrado un tratamiento mortal para tratarlo de la afección coronaria que sufría.
Fue el autor llevado más veces a escena en lengua alemana después de Schiller, y uno de los más importantes dramaturgos del siglo XX. Dejó 48 piezas teatrales, 2.300 poemas y muchísima prosa. Fue un alegato anticapitalista y el creador de un lenguaje teatral sorprendente.

Alejandro Guerrero

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