jueves, agosto 18, 2016

El asedio de Aleppo y las amenazas de nuevas guerras



La noticia sobre Siria de las últimas semanas ha sido el asedio al que se encuentra sometida la ciudad de Aleppo, otrora capital comercial de ese país, por parte de la coalición militar del presidente Bashar al-Assad, que integran la Guardia Revolucionaria de Irán y la milicia Hezbollah de Líbano, con apoyo logístico y aéreo de Rusia. La ofensiva ha encontrado una fuerte resistencia en el este de la ciudad, por parte de una coalición opositora a la cual se ha sumado una fracción islámica que, recientemente, anunció su distanciamiento de Al Qaeda. Según informa la prensa internacional, la resistencia cuenta con el apoyo de Arabia Saudita, Qatar y, hasta nuevo aviso, de Turquía, y recibe armamento y entrenamiento por parte del Pentágono norteamericano. Numerosas organizaciones internacionales han advertido acerca de la enorme crisis humanitaria que amenaza crear este recrudecimiento de la guerra civil e internacional en Siria, para más de un cuarto millón de personas que ya se encuentran sin provisiones alimentarias básicas. Esta guerra ha ocasionado ya 400 mil muertes y millones de refugiados. La importancia estratégica de Aleppo se acentúa por su proximidad con la frontera turca y la posibilidad que ofrece como corredor con el exterior del país.

Guerra interminable

La pugna por el control de este centro, vital desde cualquier punto de vista, tiene que ver con las negociaciones internacionales que se atribuyen el objetivo de alcanzar un alto el fuego permanente, que habilite un proceso de transición política tutelado por las grandes potencias. Se trata claramente de una contradicción insalvable, como lo ha venido demostrando el impasse que enfrenta esa pretendida transición en forma renovada. El frente común que Rusia y Estados Unidos han fraguado para combatir a Estado Islámico, deja al desnudo sus antagonismos irreconciliables acerca de la cuestión fundamental, que es el destino del régimen de Bashar al-Assad y de la propia Siria. El asedio a Aleppo no está vinculado con una lucha contra el EI, el cual se encuentra, por otra parte, en retroceso tanto en su ciudadela siria (en el este) como iraquí (las provincias de Al Anbar y Mosul). Los bombardeos, muchas veces conjuntos, de Estados Unidos y Rusia contra EI, han apuntado a despejar el camino de un desenlace, en sus respectivos términos, a la guerra civil en Siria. Para una mayoría de observadores internacionales está descartada la posibilidad de una victoria militar del campo oficialista en Aleppo. Siria sigue empantanada, opinan, en un conflicto interminable. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea respaldan a fondo la resistencia opositora (lo cual supone el apoyo del Estado sionista), incluso con armas sofisticadas, como los misiles de portación individual (“manpad”). La guerra internacional en Siria ha alcanzado un grado tal de desmadre que un editorial del Financial Times advierte que “todos podrán salir perdiendo” (5/8). O sea que el impasse promete una extensión y profundización de la guerra en curso.
Es obvio que asistimos a un conflicto de características internacionales, que no se limita, sin embargo, a una suma de antagonismos regionales, con el auxilio ocasional de las grandes potencias. Para Irán y sus aliados, una caída del régimen sirio sería por supuesto lesiva, incluso después del acuerdo nuclear que firmó con la ONU/Estados Unidos, que tuvo lugar, precisamente, para neutralizar la amenaza de un ataque armado a su territorio. Se ha formado un bloque entre los Estados petroleros, de un lado, y el sionismo del otro, para imponer un cambio de régimen en Irán. Este bloque ha sido secundado, con idas y venidas, por parte de Turquía -en pretendido frente sunita contra el chiísmo, que simplemente oculta la pugna económica y la agudización de la crisis social en todo Medio Oriente. En la misma línea se explica el establecimiento de la dictadura en Egipto. El retroceso de las revoluciones de la “primavera árabe”, incluso con derrotas enormes, desató un vacío de poder en toda la región, que ha incrementado la intervención de las grandes potencias imperialistas.

Reflejo de una crisis mundial

Este proceso sinuoso refracta, por lo tanto, una crisis mundial que el imperialismo necesita resolver por todos los medios a su alcance, es decir la guerra. En este sentido, las guerras meso orientales se presentan, de una parte, como una confrontación de alcance mundial y, de la otra, como una tendencia a la guerra mundial.
Desde la invasión a Afganistán, en 2001, el escenario bélico se ha extendido a Irak, Yemen, Libia e incluso el centro de África, y desatado enormes crisis de régimen en Bahrein, Egipto y Turquía. A este mapa hay que añadir las guerras en el Cáucaso (Armenia, Azerbaiyán, Daguestán, Chechenia) y, más recientemente, el conflicto decisivo en Ucrania e incluso Moldavia. Este último escenario involucra a Turquía, que además ha incrementado sus relaciones con los Estados turcomanos de la ex Unión Soviética. Turquía, por otro lado, ve amenazada su unidad estatal, como consecuencia del ascenso del movimiento nacional del Kurdistán, que se ha fortalecido tanto en territorio turco como en Irak y en Siria. El potencial explosivo de este movimiento se manifiesta en el hecho de que el movimiento kurdo ha puesto en un plano distante el derecho a un Estado propio y confina su reclamo a la autonomía dentro de los Estados existentes.
Naturalmente, ninguno de los protagonistas del Medio Oriente, y Turquía aún menos, lo toma al pie de la letra.
En este marco indudablemente explosivo, la reanudación de relaciones entre el turco Erdogan y el ruso Putin es muy significativa, pues el primero milita en la guerra siria contra el bloqueo ruso e incluso no ha dudado hasta recientemente en operar como tutor de Estado Islámico -y es el nexo territorial con la resistencia en Aleppo. Se especula ahora con que Erdogan dé una nueva voltereta y se avenga a reconocer al régimen de al-Assad. Estas contradicciones están desgarrando al sistema político de Turquía, como lo pusieron en evidencia el golpe militar y el contragolpe del gobierno hace un par de semanas. Habrá que ver ahora si Erdogan viajó a Moscú como expresión de distanciamiento de la Otan en la cuestión de la guerra en Siria o, por el contrario, como un emisario político de ella.

Rusia, China, UE

Desde la disolución de la URSS, la hipótesis de guerra de las potencias imperialistas se guió por la necesidad del capital internacional de conquistar la economía y la tecnología del ex Estado soviético. La hipótesis incluía la alternativa del desmembramiento territorial. A este objetivo respondió la intervención de la Otan en la guerra y el desmembramiento de Yugoslavia, y, más tarde, el incumplimiento de la promesa de un status de neutralidad para Ucrania. El descuartizamiento del espacio territorial de la ex Unión Soviética fue contenido por el golpe de estado de los servicios de seguridad de Rusia, que llevó a Putin al gobierno. En este planteamiento estratégico, las guerras en el Medio Oriente constituyen una operación de cercamiento -como lo prueba el sometimiento de Ucrania al FMI, a la UE y, en última instancia, a la Otan. Para los planificadores de la Otan se trata solamente de prepararse para un eventual vacío de poder de un régimen que depende fuertemente de la exportación de petróleo, pero la justificación no cancela el propósito. Después de todo, el desarrollo extraordinario que ha alcanzado la explotación de combustibles no convencionales en Estados Unidos, al amparo de tasas de interés reales negativas, ha sido visto en Rusia como una operación de agresión estratégica. En esta línea, Washington no ha tenido reparos en perjudicar a Arabia Saudita y operar con Irán, lo cual ha agravado, naturalmente, la crisis político-militar, y provocado una mayor anarquía entre sus aliados políticos. Todo esto es una expresión de que el imperialismo se ha embarcado en una guerra de alcance mundial, para la cual no ha reunido todavía las condiciones ni los recursos políticos, que solamente podrá obtener a través crisis más severas, las cuales podrían poner en riesgo su dominación internacional.
En el escenario post disolución de la URSS, a China se le adjudicaba un destino de primer orden para la penetración del capital internacional en el desarrollo de un mercado explosivo. Un cuarto de siglo más tarde la situación ha cambiado, pues China se ha convertido en un competidor internacional y en operador de alianzas al interior del bloque de las naciones más desarrolladas. Por eso, Estados Unidos ha elaborado una doctrina militar que tiene por escenario el sur de Asia y Japón. Las operaciones de la flota norteamericana en el mar de China, por un lado, y el Tratado Trans-Pacífico, por el otro, operan de consuno para ‘contener’ un desarrollo autónomo chino. Esta circunstancia no ha dado lugar, sin embargo, a una alianza de Beijing y Moscú; más bien ocurre lo contrario, porque entraría en contradicción con la estrategia de conjunto de China. La novedad, en este punto, la presenta la posición de Trump, que no ahorra ataques al ‘dumping’ comercial chino mientras derrocha elogios a Putin. El desarrollo de la bancarrota capitalista, las rivalidades económicas y la tendencia al proteccionismo ¿plantean una reversión de alianzas, aunque sea parcial, de parte de las principales potencias imperialistas? Theresa May, la inglesa que sustituyó a Cameron al frente del gobierno británico, estaría por cancelar un acuerdo para instalar una planta de energía nuclear financiada por China, lo que cerraría la aspiración de sus predecesores de que la City de Londres se convierta en el conmutador financiero de Pekín, lo que ya ha recibido un ataque furioso de parte del gobierno chino. Bajo la administración anterior, Gran Bretaña (y la UE) había adherido al Banco de Desarrollo impulsado por China, en oposición al boicot de Estados Unidos y Japón. En este giro de alianzas, tendríamos a Rusia en la misma fila con Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón, frente a un bloque de la UE y China, acompañada por numerosos Estados de la periferia de la economía mundial -y disputando la alineación de la India. En el caso de Japón, la tendencia al nacionalismo y al rearme avanza día a día.

Guerra y revolución

El gran capital domina la escena mundial porque los Estados principales donde se aloja esa potencia económica se dan los medios políticos y militares para esa dominación. Así se forma el enlace entre la economía y la guerra y entre la bancarrota económica y las alianzas internacionales que preparan la guerra. La acción principal del Estado capitalista va dirigida cada vez más al diseño de planes de guerra y al entrenamiento operacional. La preparación de la guerra representa una enorme carga económica para los pueblos y la guerra misma un sacrificio intolerable, o sea que promueve una agudización de la crisis social en las metrópolis belicistas. Esta crisis se aprecia ahora abiertamente en Estados Unidos, en el recurso creciente de los candidatos a la demagogia social y chovinista, en el desmantelamiento de los partidos tradicionales y en el involucramiento incluso de los servicios de espionaje en la campaña electoral. La puja de las campañas de Trump y Clinton versa en forma creciente en torno a quién de los dos sería más capaz para dirigir una guerra.
La tendencia entre los trabajadores y la juventud en América Latina a ver la guerra en Medio Oriente como un fenómeno distante y aislado, debe ser superada por una actividad consciente de los revolucionarios socialistas. En oposición a quienes esgrimen el peligro de la guerra de un modo que paraliza la acción de los pueblos, debemos explicar que ella puede ser prevenida y derrotada por medio de la lucha de clases, la revolución social y el gobierno internacional de los trabajadores.

Jorge Altamira

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