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martes, enero 02, 2018
Los escritores en defensa de la cultura en el Congreso de Valencia de 1937 (y sus lecturas desde el compromiso con el mercado)
Desde las estancias oficiales, la Generalitat valenciana lleva meses conmemorando el aniversario del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, una reunión sin parangón en la historia de la cultura, que también tuvo sesiones en Madrid y en Barcelona. Como ya sucedió en su 50 aniversario (1987), se utiliza el evento para desactivar todo el contenido “rojo” de 1937 para conferirle un contenido muy diferente con el título de Por la defensa de la cultura. Diálogos para el siglo XXI, en este caso mucho más tranquilas que las del otro aniversario presidido por Jorge Semprún, por entonces ministro de Felipe González que planteó la conmemoración como una denuncia del estalinismo que era –no hay que decirlo- amalgamado con el comunismo, disparando sobre todo contra Cuba en nombre de una democracia “reinventada” bajo el triunfal-capitalismo.
El prisma vino marcado por la presencia dominante de un plantel de antiguos intelectuales comprometidos, pero en 1987 ya ferozmente arrepentidos: Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Jorge Semprún, Fernando Savater, Juan Cueto, Ricardo Muñoz Suay y otros, hasta sumar 200 intelectuales y artistas entre los que marcaron una cierta disidencia Manuel Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo (con un pie y otro dentro), y el actor Francisco Rabal, bastante representativo del PCE de los sesenta, cuando trabajó con Luis Buñuel en Nazarín y Viridiana. Una de las mesas redondas, moderada por el escritor Joan Fuster, incluso fue suspendida por una amenaza de bomba (cabe suponer que de la extrema derecha) que resultó falsa. Por otro lado, de todos es conocido la enemistad que mantenía Fuster con los nuevos mandarines para los que –según declaración del ministro- el horizonte de la historia no lo ofrecía el marxismo (al decir de Roger Garaudy), sino…el mercado.
En el horizonte de estos días, la pauta ha venido marcada por intelectuales comprometidos…con el grupo PRISA como Juan Cruz, adjunto a la dirección de El País, y José Álvarez Junco, quien ha ofrecido una variante de la proclama de Semprún al dictaminar según el mismo diario que “algunos lamentan que ya no existe ese tipo de intelectuales (a lo Sartre o Bertrand Russell aunque este no resulta conveniente porque esto quizás conllevaría hablar de Tribunal Russell), pero yo creo que el cambio ha sido para bien. Afortunadamente, los europeos nos hemos hecho mayores de edad y vivimos en una sociedad muy libre. Ejerzámosla”. Y para añadir: “ya no hay una razón con mayúsculas, universal, hay muchas razones pequeñas que debemos consensuar, pactar”. Ni media palabra de la crisis ecológica, de la “era Trump” y la amenaza nuclear, de las guerras auspiciada desde el Imperio, del creciente abismo entre los ricos y los pobres, entre los países dominantes y los dominados. José Álvarez Junco duerme tranquilo con un ejemplar de El País bajo al almohada. El iceberg no se ve si no se quiere ver.
La guerra de la cultura
Quizás lo más ostensible de esta celebración sea la abismal diferencia cultural que existía entre la República (de los trabajadores, o sea, sostenida por estos) y la España de los militares fascistas financiados por Juan March y el Gran Dinero. Esta desigualdad en la correlación de fuerzas puede ser dibujada brevemente. Mientras que en el campo mal llamado “nacional” sólo logró convocar a figuras de muy segundo orden -Unamuno se “rebotó” en un acto célebre, Eugeni d’Ors agonizaba como creador; incluso los jóvenes falangistas de talento no tardaron en abrazar la disidencia después de la guerra, unos pronto y otros más tarde-, en el campo republicano se sumaron todas las generaciones, desde la del 98 -Valle Inclán que no conoció la guerra pero que simpatizó con la extrema izquierda, y Machado-, hasta la llamada “de la República”, pasando por la del 27 (Alberti, Buñuel, Guillén, Aleixandre, etc) y que configuraron lo que se ha venido a llamar la “Edad de Plata” de la cultura española.
Se da un ambiente crítico enfebrecido. Se trata de una coyuntura sobre la que Juan Gil-Albert escribe: “Era el momento álgido de nuestra crisis; todos nosotros escritores pasamos de un modo u otro por esta fase: horror por el nazismo, desprecio por el reaccionarismo español que estaba preparando la puñalada trapera a la joven, incauta, y también es verdad, medio caótica República, confianza, si no ciega, sí bastante embriagadora por Rusia, engagement de Gide, actitudes de Mann, Einstein, etcétera”.
Algo parecido ocurre en el orden internacional donde al lado de los sublevados se erigen las figuras oficiales de los regímenes fascistas y la figura aislada de Paul Claudel -al frente del batallón de la Action Française que servirá al régimen de Vichy más tarde, mientras que al lado de la República se coloca parte de la flor y nata de la cultura mundial, algunos combatiendo -como Hemingway, Orwell, Caudwell-, otros trabajando en la retaguardia -como Neruda, Ehrenburg o Vallejo, que murió queriendo ser un miliciano- o apoyando diversas campañas favorables a su causa como Tagore, G.B. Shaw, Bertrand Russell, Selma Lagerlöff, y un etcétera francamente impresionante. Tan impresionante como nunca se había conocido en ningún otro conflicto mundial. Sin olvidar el “todo Hollywood” liberal.
En esta convergencia republicana hay un punto de partida elemental al que Gide define como algo parecido a un enfrentamiento entre el bien y el mal, entre la reacción y el progreso, entre las fuerzas sociales opresoras y las que llevan la promesa de una emancipación. Esta división necesita, naturalmente, muchos matices, pero así de rotunda parecía en momentos como los de Badajoz, Gernika o el frente de Madrid.
En España se libraba una batalla contra la peste fascista que se había impuesto sin apenas resistencia en Italia, Alemania y Austria, y se jugaba también una nueva edición de una guerra internacional que había comenzado victoriosamente con la toma del Palacio de Invierno en octubre de 1917.
También se sentía como un preludio de “la próxima guerra”, esa que, según aparece en una memorable novela del contradictorio Evelyn Waugh, veía venir todo el mundo menos los gobernantes. Una guerra que, por lo tanto, aparecía como varias cosas a la vez. Unos enfatizaban su aspecto más antifascista, su carácter de resistencia nacional, popular y democrática, de acuerdo con los planteamientos vigentes en los aledaños idealizados del Kornintern -Neruda, Aragón, Buñuel, Hernández, Machado, de hecho la mayoría-; para otros era la defensa de las tradiciones republicanas y democráticas aunque no estaban de acuerdo con el auge de los comunistas.
Al tiempo, para un sector minoritario aunque también importante, se trataba de una revolución socialista surgida en la defensa de las libertades democráticas. Por esta convicción trabajaron no solamente los que lo hicieron al lado de la CNT -León Felipe, Simone Weill, Hanns-Erich Kaminski (“Los de Barcelona”), Camillo Berneri, etc.-, o del POUM -Orwell, Benjamin Peret, Mary Low, etc.-, sino también, otros muchos que se alinearon con otras formaciones aunque aceptaron de buena fe la idea de los dos plazos. Les separaba un primero la guerra y un luego la revolución. Recordemos que éste fue el planteamiento inicial del propio Orwell, y es el que aparece en gran medida en la extraordinaria película de Joris Ivens, Tierra de España, en cuyo guión contribuyeron John Dos Passos y Hemingway.
La culminación pública de esta convergencia y también, en cierta medida, de la contradicción guerra-revolución tuvo lugar en julio de 1937 en el Congreso de Escritores Antifascistas quereunió prácticamente a todo el plantel de escritores demócratas y de izquierdas del mundo en un debate en el que se insistió en la lucha contra el fascismo y en la defensa del compromiso del intelectual con el pueblo, pero esto ya en un sentido un tanto diferente al que le habían dado Gide y Malraux en el congreso anterior celebrado en París en 1935. Este congreso se celebró cuando el estalinismo ya había conseguido “normalizar” el bando republicano y no se permitían voces disidentes, ni siquiera la del prestigioso Gide que, en rigor, venía a refrendar la línea general antifascista del encuentro. Su pecado era haber escrito Retour de I’ URSS lo que le hacía sospechoso de “trotskismo”.
El “trotskismo” estaba ya fuera de la ley y los agentes del Kornintern en el lugar –Elya Ehrenburg, Mijhail Koltzov, etc.- con la colaboración de Pablo Neruda, Louis Aragón y otros- le impidieron expresarse. Entonces la protesta fue mínima, el curso revolucionario había dejado paso al curso antifascista en el que la URSS aparecía como el principal baluarte. No fue hasta el pacto nazi-soviético cuando se mostraron las primeras desavenencias.
La Alianza de Intelectuales antifascistas
La Alianza estaba organizada por secciones (Literatura, Plásticas, Biblioteca, Pedagogía, Teatro y Música) y conocía una amplia inserción en Madrid, Valencia y Barcelona, donde publicaba, respectivamente El mono azul, Nueva Cultura y Meridià, y tenía una gran audiencia entre toda la intelligentzia republicana. Entre sus iniciativas más conocidas se encuentra la edición de un Romancero General de la Guerra de España, una Crónica General de la Guerra de España, amén de una Antología de Poetas de la España leal. Pero su acción más conocida fue la organización del II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura.
La iniciativa se inscribe en el gran trabajo de propaganda efectuado por los republicanos, trabajo que tiene un eco infinitamente mayor entre los trabajadores y los intelectuales que entre los gobiernos democráticos occidentales, los cuales con la política llamada de no-intervención llegan a establecer, de hecho, un tácito reconocimiento a la rebelión y una complicidad con las potencias fascistas que no dudaron en intervenir desde un primer momento. Este factor será decisivo para explicar el peso de las opciones estalinistas durante el Congreso. Aunque la petición formal fue hecha por Baeza antes de la guerra -en el Pleno que la Asociación realizó en Londres en junio de 1936, su confirmación rotunda tuvo lugar en octubre del mismo año, cuando Romain Rolland, Heinrich Mann, Malraux -entre otros- enviaron un telegrama a la Alianza confirmando la celebración del Congreso en España.
Con ser esplendoroso este momento para la cultura e impresionante la convergencia internacional con la República, hay una dimensión del hecho cultural que permanece casi invariablemente oculta y sin la cual difícilmente se puede explicar la emergencia de grandes figuras: se trata de lo que podíamos denominar “revolución cultural” en los años 30 y que se caracteriza por un creciente encuentro entre todas las vanguardias -desde la teatral hasta la política- y el pueblo.
Desde 1917 se va desarrollando un giro hacia la izquierda entre la intelligentzia que alcanza hacia 1934 su apogeo y que se manifiesta en la creciente radicalización de poetas como Lorca, Machado, Bergamín, Hernández, etc. Paralela a esta radicalización viene a producirse una multiplicación de los libros de izquierda y el auge de obras teatrales y cinematográficas de signo “comprometido”; el obrero ocupa el lugar predominante entre los consumidores de cultura, fenómeno que hasta Ortega y Gasset observará con sentimientos ambivalentes, Los campesinos buscan a los que entre ellos saben leer para que les dén a conocer obras de Kropotkin u otros, y los obreros forman grupos de teatro y “devoran” a Zola, Lenin, Bakunin, el Blasco Ibáñez de La catedral y La bodega o las novelas y reportajes de Ramón J. Sender.
Los Ateneos Libertarios y las Casas del Pueblo se extienden cada vez más y arrastran a un número creciente de trabajadores ávidos de conocimientos para cambiar el destino de sus vidas. El tipo humano del trabajador-rnedio pasa de ser el conformista que rehúye los peligros del activismo para refugiarse en el deporte, a ser el militante abnegado y autodidacta que, con todas sus limitaciones, dará vida y un potencial formidable a todas las formaciones proletarias sin excepción, aunque muy particularmente a la cenetista que es la que cuenta con la acumulación de militantes llanos más amplia y extendida.
Serán estos hombres y mujeres los que protagonizarán en primera línea no sólo los grandes acontecimientos sociales de la República y las grandes batallas de la guerra, sino también la odisea de los campos de concentración y de la resistencia y el exilio, cuando no -más minoritariamente-, la guerrilla y la lucha clandestina contra el franquismo, ayudando a forjar las nuevas generaciones que, a la postre, harán imposible la mera continuidad de la dictadura.
En este terreno, en el de los hombres y las mujeres que fueron militantes, la crisis española encontró su expresión más fascinante y avanzada, aunque no fue en absoluto correspondida con una expresión política consciente, capaz de convertir lo que era conciencia en sí en conciencia para sí.
¡Fue tan poco tiempo! Esta expresión de un viejo libertario plantea todo lo que se consiguió en unos pocos años -que continuaban una larga tradición de lucha casi siempre de élites- y lo que pudo ser. No era posible un movimiento social y cultural desde abajo tan avanzado y así lo comprendió justamente -para sus intereses- la derecha, y así lo han comprendido los actuales “padres” de la democracia que saben que su “consolidación” pasaba por la domesticación de sus movimientos sociales.
En su presentación, el documento aprobado resume sintéticamente el mensaje central del Congreso en estos tres puntos: “’Primero. Que la cultura, que se ha comprometido a defender, tiene como enemigo principal al fascismo. Segundo. Que están dispuestos a luchar por todos los medios de que disponen contra el fascismo, ya cuando muestre abiertamente su rostro destructor o adopte, para llegar a sus fines, formas desviadas; en una palabra, declaran estar dispuestos a luchar contra los fautores de la guerra. Tercero. Que en la guerra efectiva que el fascismo ha abierto contra la cultura, la democracia, la paz y, en general, la felicidad y el bienestar de la Humanidad, ninguna neutralidad es posible, ni puede pensarse en ella, como han comprobado en dura experiencia los escritores de numerosos países, en donde el pensamiento está limitado a las terribles condiciones de la ilegalidad.”
No obstante, a pesar de este itinerario, el Congreso se encuentra claramente vinculado a Valencia por ser en ésta donde caerá el peso de su realización y por ser la capital republicana. El Congreso, aun siendo muy circunstancial, no desdeña debatir sobre una serie de temas de cierto interés, aunque su planteamiento central es justificar la política gubernamental, tarea en la que están especialmente comprometidos los comunistas. Eso explica que aunque la presidencia se repartió entre el azañista Ricardo Baeza y el católico José Bergamín, el peso de estos últimos era el más determinante, amén de ser el que no aceptaba críticas a su política ni a la URSS, considerada como la “gran aliada” de la República asediada.
El intelectual comprometido
La guerra de España coincide con el apogeo del intelectual comprometido
En medio de la crisis civilizatoria de los años 30, el intelectual, un concepto que fue empleado por primera vez -y muy significativamente- en relación al “affaire Dreyfus”, la reacción de la conciencia con lo que se puede considerar como prólogo del fascismo.
Dentro de los esquemas frentepopulistas, este personaje iba a desarrollar un creciente protagonismo público que se va a concretar en una praxis comprometida con el pueblo, con las izquierdas y primordialmente con el área comunista oficial, expresándose a través de obras polémicas, de manifiestos, congresos, compromisos organizativos, llegando hasta la lucha en el frente español, en donde murieron no pocos escritores, anónimos o poco conocidos en el momento, como los británicos Christopher Caudwell y Ralph Fox o el cubano Pablo de la Torriente.
La grave coyuntura política configuraba una problemática muy profunda que llegaba a cuestionar el cuadro decadente de las democracias burguesas liberales, incapaces según la opinión generalizada de contener el avance fascista, y con ello el papel’ tradicional de los intelectuales pequeños burgueses que se sienten convocados por su mala conciencia” a un puesto de lucha que ya ha sido ocupado por una avanzada del proletariado militante. En el ambiente parecía evidente que se preparaba una nueva guerra, y el intelectual buscaba a la izquierda en espera de la Ciudad Ideal, el sueño de un mundo nuevo tal como lo expresa W. H. Auden en su célebre poema Spain (1937). Este poema fue considerado como la gran llamada a las armas en favor de la República, aunque años más tarde su autor, convertido al cristianismo, lo considerara despectivamente. Este desplazamiento de los intelectuales desde el individualismo o el conformismo hacia el antifascismo, o hacia posiciones más netamente revolucionarias -como será el caso notorio de los surrealistas-, se había fraguado como una respuesta a un proceso de crisis que el escritor ruso-francés Víctor Serge definió certeramente como de “medianoche en el siglo”.
Los datos son bastante dramáticos e ilustrativos: crack económico capitalista de 1929 -con su secuela de paro y miseria-, guerra chino-japonesa, ascenso de Hitler con la consiguiente derrota del más potente movimiento obrero de Europa y la destrucción de la democracia y de la socialdemocracia en Austria, incendio del Reichstag, proceso de Leipzig, invasión italiana de Abisinia, ascenso de los movimientos obreros en Francia y en España, radicalización de las izquierdas en los EE.UU. y Gran Bretaña, “procesos de Moscú” y giro político hacia los Frentes Populares… Por entonces, solamente una minoría de escritores -Víctor Serge, Ignazio Silone, Panait Istrati, Marcel Martinet, etcétera- estuvieron al corriente del complejo curso que tomaba la URSS, y muy pocos supieron diferenciar entre el legado de 1917 y el estalinismo. Por eso fueron contados los que tomaron partido a favor de la vieja guardia bolchevique inculpada durante’ los “procesos de Moscú”. La mayoría de los intelectuales que se habían mostrado adversos a la revolución, aceptaban ahora el curso “moderado” de Stalin frente al “utopismo” de “la revolución permanente” de Trotsky.
Este contexto provocará entre la intelligentzia una nueva configuración moral e ideológica en la que confluyen numerosos factores, de los que cabe al menos reseñar los siguientes:
a) El desencanto y alejamiento del bloque dominante, con el descubrimiento de los desastres del capitalismo y del colonialismo, una toma de conciencia que afectó profundamente a. autores como Gide (Viaje al Congo), George Orwell (La marca, que transcurre en Birmania), o Foster (Pasaje a la India).
b) El acercamiento hacia las nuevas formas de vida del socialismo representado por la URSS, de las potenciales capacidades alternativas de una nueva sociedad que aparece en el cine -Eisenstein, Pudovkin, Dovjenko, etcétera-, la literatura -Babel, Pilniak, Maikovski, etcétera- y la literatura viajera a la “patria del proletariado”. Una literatura que llegó a convertirse en un verdadero subgénero que tuvo ejemplos muy variados, pero la mayoría se avino a “ver” lo que las autoridades soviéticas les tenían preparado. El viaje constaba de un recibimiento de altura, una estancia de lujo, encuentros con situaciones y ejemplos felices y la gigantesca edición de las obras del escritor con sus correspondientes beneficios en cuanto a derechos de autor.
c) La atracción del movimiento obrero, del esfuerzo colectivo de miles de activistas que reflejan también potencialmente el surgimiento del “hombre nuevo”, de la unión entre el trabajo físico y el intelectual.
d) La emergencia con esta conjunción de unas nuevas exigencias culturales y artísticas, las posibilidades de hacer llegar el arte a las masas en vez de hacerlo a los habituales mercaderes, de impulsar nuevas formas artísticas y nuevas formas de modos de vida que atrae a inconformismos muy diversos (feministas, homosexuales, aventureros, científicos, etcétera).
Se llega a hablar de un “nuevo bloque intelectual”, pero el cuadro organizativo más avanzado se encuentra en los comunistas oficiales, que habían formado unas débiles organizaciones para intelectuales durante los años 20 y principios de los 30, apoyándose en la experiencia de las organizaciones formadas en la URSS con el objetivo de construir una nueva literatura vinculada con el horizonte político de la revolución de Octubre. Estas organizaciones van a conocer en los años que anteceden al estalinismo una gran riqueza en obras y en su producción teórica.
Durante el ascenso del estalinismo el concepto “literatura proletaria” que respondía a una cierta realidad de la lucha de clases, va a encontrar su expresión en la Asociación de Escritores Proletarios (RAPP) y su orientación va a coincidir con lo que se vendrá a definir (abusivamente) como “realismo socialista ” en torno a los siguientes criterios: “El realismo socialista, por ser el método de base de la literatura y de la crítica soviética, exige del artista una representación verídica, históricamente concreta de la realidad en su desarrollo revolucionario. Además, el carácter verdadero e históricamente concreto de dicha representación artística de la realidad debe combinarse con el deber de transformar ideológica y de educación, de las masas dentro del espíritu del socialismo”.
Esta corriente coincide con la implantación final del estalinismo, con lo que se excluyen todas las demás escuelas en tanto que los criterios del “realismo socialista” serán fijados por especialistas del tipo de A. Zhdanov y por el propio Stalin. De acuerdo con éste, un decadente Máximo Gorki disolverá oficialmente el RAPP, para formar a continuación la Unión de Escritores Soviéticos que impondrá en sus estatutos el “realismo socialista”.
Por esta época agonizaban los últimos reductos del élan libertario de los años 20 y durante los famosos “procesos de Moscú” caerán bajo el manto de la muerte lsaac Babel, Boris Pilniak, Osip Mandelstam, en tanto que Sergei Esenin y Vladimir Maiakovski se habían suicidado en la antesala del ascenso estalinista que de alguna manera vieron venir y lo consideraron insoportable. Ironías de la historia, la URSS” iba a constituirse en esta semejante coyuntura –tan lejana como idealizada desde las crónicas de los “compañeros de ruta” llevados a lugares previstos y a los que el Estado les adquiría el derecho de sus obras- en una referencia para la intelligenzia cuando precisamente acababa su época dorada de creatividad y comenzaba el rigor burocrático.
Este giro interno de la cultura soviética tiene en buena medida su traducción en las organizaciones vinculadas con el movimiento comunista oficial. En un principio el planteamiento es la unidad entre el trabajo intelectual y el manual, la crítica de la comercialización del arte, la llamada a ampliar la rica tradición revolucionaria literaria, pero con los Frentes Populares este mensaje va a cambiar. Dentro de estas organizaciones -implantadas en Francia y en Alemania sobre todo- destacará la presencia regular de Henri Barbusse, prototipo del “compañero de ruta” capaz de avenirse sin problemas a los diferentes giros de la política estalinista.
Esta hipoteca será el punto más criticado de su desarrollo, la explicación de una actuación en buena medida ambivalente y aunque su objetivo principal será aparecer como “un acto de oposición a la barbarie y fascista y como una denuncia de la política de no-intervención (el grito de “¡Fuera la no-intervención!” fue el grito unánime en París) se justifica también como “una exploración para ejercer una presión en pro de la cultura en la sociedad nueva” (Corpus Barga), un criterio básico de la Alianza que coincide con las interpretaciones que permite la política comunista oficial -y de sus aliados- en el sentido de que primero se impone una especie de Dos de Mayo (1808) democrático y popular, pero después se plantea una revolución. Con lo primero reprime a los revolucionarios, con lo segundo se integra a muchos radicales.
Desde la primera ponencia, a cargo de Anna Segher, militante comunista alemana y escritora que denunció el fascismo en obras tan soberbias como La séptima cruz.
En otra ponencia se proclama que el fascismo “puede respetar los momentos antiguos mientras no lo molesten. Aspira a destruir la base de la cultura: al hombre (…) El mal no está en que los fascistas alemanes hayan quemado en su país docenas de miles de libros, sino en que han transformado el alma de los lectores de ayer. Ellos han hecho de los sabios, de los obreros, de los poetas, los destructores de Gernika” (Ehrenburg).
No se podía mirar hacia otro lado
Ante esto el intelectual no puede permanecer en su torre de marfil y no digamos al servicio del orden existente como se ha acabado imponiendo el neoliberalismo, considerado sin alternativa.
A la mayoría les resulta obvio que tenían que comprometerse en “la defensa de las libertades del espíritu” (Julien Benda), en apoyo al pueblo porque “la aristocracia española está en el pueblo (y) escribiendo para el pueblo se escribe para los mejores (…), o escribimos sin olvidar el pueblo, o sólo escribiremos tonterías ” (Machado). En este sentido, resulta incomprensible la posición de lo que se llamará la “tercera España”, de esos “sedicentes intelectuales españoles más o menos hamletizados y que ridículamente se alejan, se apartan, se separan del pueblo español cuando este pueblo se ha puesto en cuestión todo, porque se le pone en cuestión su vida misma, su propio modo de ser y existir” (Bergamín).
Los héroes son los soldados que luchan en el frente revolucionario (Alexei Tolstói), el “proletariado” que quiere “las bases de una nueva moral y de un arte nuevo que estén de acuerdo con sus aspiraciones” (Jeff Last). Se habla del “hombre nuevo”, un “hombre total”, que se encuentra entre los que luchan en primera fila. Por eso se cuestiona el destinatario convencional de la cultura: “…La mayoría de nuestros lectores son burgueses, en quienes nuestras palabras, todo lo más, despiertan unos pensamientos que inmediatamente vuelven a amodorrarse. Un artífice busca los mejores materiales para su trabajo, pero nosotros, los escritores, ¿lo hacemos?, ¿vamos hasta la parte más maleable, más prometedora de nuestro pueblo: hasta las masas? La respuesta es que no” (Norddalh Grieg, Noruega).
El objetivo es un nuevo humanismo, “que tiene un hogar: el hogar del trabajador intelectual y manual. Tiene una teoría: la democracia. Tiene un ejército decidido: el socialismo. Una vanguardia activa de combate: la España republicana… “(Sender). Este humanismo se entiende “como el intento de restituir al hombre la conciencia de su valor, de trabajar para limpiar la civilización moderna de la barbarie capitalista…” (España, Ponencia colectiva). Hay, por lo tanto, una conciencia crítica, una idea de que la alternativa va más allá de las democracias tradicionales, cuya pretendida neutralidad es comprendida por Machado como algo terriblemente natural, ya que entre lobos (entre potencias) no se muerden.
Hay tres apartados que tienen, por sí mismos, un interés específico. Uno es la participación de escritores católicos, de “herejes” como Bergamín o el holandés Browder, que apela a una razón: “A Jesucristo, hijo de un carpintero, hijo de un campesino, sacrificado por una clerigalla y por una casta de militarotes, y que supo impregnarnos de verdadero espíritu cristiano, que manda que hagamos lo que yo hago aquí: estar aliado del pueblo español, que es el más cristiano que cabe”. Otro es la participación en lengua propia de escritores catalanes y gallegos. El tercer tema es el rechazo a Gide por “sospechoso de trotskismo”, rechazo extensible a los surrealistas, que no son invitados. También resulta singlar el hecho de que la convocatoria está dramáticamente contextualizada por la guerra: la misma noche de su inauguración, la aviación rebelde bombardea la capital del Turia.
Entre sus participantes los hay que vienen directamente del frente, algunos de las Brigadas Internacionales (Gustav Regler, Pablo de la Torriente y Ralph Bates), también están los que vienen del exilio. No son pocos los que tendrán, antes o después, sus problemas por su compromiso con la lucha republicana, un compromiso que obligó a los escritores británicos a tener que enfrentarse con la expresa prohibición de su Gobierno para asistir, en cuanto los norteamericanos, aparte de los problemas del momento, sufrieron más tarde la consecuencia por haber sido “antifascistas prematuros”.
Hablando en términos cinematográficos, el “reparto” difícilmente podía ser más exhaustivo. Asistieron ( entre otros), por parte francesa, Julien Benda, André Malraux, Paul Nizan , André Chamson y Jean-Richard Bloch; por la URSS, Alexei Tolstoy, Mijail Koltzove Ylya Eheremburg; por Inglaterra, Stephend Spender y Ralph Bates; por Alemania, Anna Seghers y Gustav Regler; por Chile, Vicente Huidobro y Pablo Neruda; por México, Carlos Pellicer y Octavio Paz (16); por Perú, el enfermizo César Vallejo; por Cuba, Nicolás Guillén y Juan Marinello; por EE.UU., Malcom Cowley, Langton Hughes, Ernest Hemingway y John Dos Passos; por Holanda, Jef Last y el doctor J. Browder…
Naturalmente, la delegación española fue la más numerosa. En ella encontramos a Antonio Machado, José Bergamín, Fernando de los Ríos, Arturo Serrano Plaja, César Mª Arconada, Constancia de la Mora, Rosa Chacel, María Zambrano, Margarita Nelken, M.ª Teresa León; Rafael Alberti, Juan Gil-Albert, Corpus Barga, Ramón J. Sender… Por otro lado, el número de los que apoyan no es menos impresionante. En el Presidium del II Congreso se encontraban entre otros Romain Rolland, Louis Aragon, Thomas Mann, G. B. Shaw, E. M. Foster, Mijhail Solokhov, Selma Lageloff. En el Buró Internacional constaban también: Heinrich Mann, Leon Feuchtwanger, Bertold Brecht, Aldous Huxley, Virginia Woolf, Anderson Nexo, Aníbal Ponce, Jorge Icaza y un largo etcétera, que puede ser ampliado externamente al Congreso con nombres como los de Bertrand Russell, Albert Einstein y otros.
El Congreso será definido por alguien irónico como un “circo ambulante”, ya que transcurre en varios sitios aunque se intenta que sea lejos de los campos de batalla, a los que vinieron mucho para asegurar que habían estado en el lugar.
Su primera fase se hará en Valencia, pero el 6 de julio, en víspera de la batalla del Jarama, los congresistas se trasladan (no sin peligrosas vicisitudes, como la sufrida por Malraux y Eheremburg, cuyo coche chocó con un camión de obuses y estuvo a punto de saltar por los aires) a Madrid, para regresar el 10 a Valencia de nuevo -con un breve paréntesis en Barcelona, donde tuvo lugar un acto en el Palau de la Música con un concierto de Pau Casals-, para concluir los días 16 y 17 en París. Las resoluciones aprobadas a favor de la unidad (o sea de la línea de los partidos comunistas) votadas en la capital francesa serán adoptadas e integradas en la Alianza…También lo estarán en las trincheras, donde nuestros combatientes se unen ante un enemigo común, que lo es también de la inteligencia y la cultura”, Desde esta perspectivas ya no habrá lugar para ninguna representación de anarquistas o poumistas. Ya no habrá disidentes.
Lo mismo ocurre en el Congreso de Valencia donde se criba previamente a diversos intelectuales catalanes, valencianos y gallegos (el doctor Jaume Serra Hunter, CarIes Salvador, Ricard Blasco, Rafael Dieste), que afirman que la defensa de la cultura universal es también la de la propia cultura nacional, la de la propia lengua, inseparable una de la otra. La tercera queda perfectamente reflejada en la ponencia colectiva española (en la que al parecer participaron también los mexicanos) y que fue leída por Arturo Serrano Plaja. Esta ponencia desdeña conceptos como “realismo socialista” o “literatura proletaria”, señala las limitaciones del Agiprop (arte de agitación y propaganda) y proclama el carácter libre y abierto del arte.
El “affaire Gide”
Gide, que había sido la principal figura del Congreso anterior y una estrella en el firmamento de los “compañeros de ruta”, había mostrado siempre una posición radicalmente independiente por más que, siendo ya muy mayor, se había entusiasmado con el comunismo en el que encontraba una confirmación del individualismo y una vía de encuentro entre el arte y las masas. No obstante, después de visitar la URSS, escribió un libro Retorno de la URSS, en el que se desarrollaban una serie de tesis que tenían no pocas semejanzas con las expuestas por Trotsky en La revolución traicionada.
En vísperas del Congreso de Valencia, Gide había manifestado su repulsa a los “procesos de Moscú” y su solidaridad con el POUM y con Andreu Nin, duramente perseguidos entonces en la zona republicana ante la pasividad del mundo de la cultura, incluyendo la catalana, comprometida básicamente con la Generalitat. Sobraban pues motivos para que el propio Stalin vetara su asistencia al Congreso y amenazara con boicotearlo.
Aunque en la secretaría del Congreso figuraban escritores independientes como Emilio Prados, Serrano Plaja y Gil-Albert, la absoluta mayoría de sus componentes coincidían en un apoyo incondicional al Gobierno de Negrín y a la alianza con los soviéticos, que aparecían como solidarios con la República y sobre cuyo orden interno no se interrogaban; muchos coincidían con Gide y con Trotsky en su posición a favor del arte revolucionario independiente, pero como dirá Bergarnín -después de una violenta discusión con Malraux: “ante sus ataques -de Gide- al pueblo ruso y a sus escritores (sic), nosotros los españoles rechazamos cuanto pueda crear una enemistad con los que están identificados con nuestra causa”.
Esta condena es el fruto de un consenso entre los que actuaban abiertamente como “comisarios” del PCE -Ehrenburg, Koltzov, Neruda-, y los que estaban por una respuesta más diplomática. Luego, el Congreso guardó silencio cuando Tolstói amplió esta condena con una serie de insultos contra el escritor francés que, con el tiempo, emergería como víctima de la maquinación estalinista y como un amigo de la República que supo ser independiente. Una República que fue plenamente deudora de un intenso y extenso encuentro entre el pueblo militante y la cultura más creativa, una realidad que se mostró por el hecho –señalado por Ortega en La rebelión de las masas– del creciente protagonismo de la clase obrera en el mundo del libro (que conoce un considerable desarrollo amén de una evolución hacia la izquierda y la heterodoxia-, del teatro y del cine –que empieza a tener vida propia por entonces- en detrimento del de la pequeña burguesía. Se da un activismo obrerista que trasciende el tiempo republicano para llegar hasta las trincheras.
Aunque en el actual encuentro la línea dominante es la de “España va bien” y el adversario ha pasado de Venezuela al independentismo, lo que permite hablar como en 1987, de un camino inverso, cabe anotar empero aportaciones como la de Rosa Regás, quien ha efectuado una reflexión propia sobre el camino recorrido por las mujeres desde entonces. Ha señalado que en 1937 “hubo una presencia escasa de mujeres en el congreso de 1937, pero la hubo”, aunque no había que olvidar la presencia de María Zambrano o de Maruja Mallo (que mantenía una cierta relación con el POUM a través de sus amigos surrealistas), esto aparte de las extranjeras, que fueron una cuantas, si bien el feminismo retrocedió dentro de la lógica frentepopulista.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de viento sur. Acabade publicar (con Pelai Pagés), Victor Serge, la conciencia de la revolución y La revolución rusa pasó por aquí.
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