viernes, noviembre 02, 2018

Socialismo militante, la tarea de comenzar de nuevo



Después de “atravesar el desierto” en los años de mayor oscuridad, la izquierda-izquierda (como el café-café) resurgió en el curso de los años sesenta, el movimiento se plantea superar la lógica de la vieja tradición del “entrismo” para mantener un proyecto internacionalista propio. Un proyecto que se apoyaba en la eclosión de las “nuevas vanguardias” en ruptura con la izquierda establecida durante la “guerra fría”, afectando en no poca medida a las juventudes de dicha izquierda, incluyendo las del Partido Demócrata norteamericano. En Francia, la JCR, el núcleo central provenía en su mayor parte de un sector expulsado del PCF que se había radicalizado al calor la revolución cubana y de la resistencia contra la guerra de Argelia en el curso de la cual la Internacional llegó a crear
La crisis de la izquierda dio lugar a la “grupusculización”, lo que algunos llamarán “la sopa de siglas” También lo fue su “impaciencia revolucionaria”. Esta venía motivada por un mundo en el que el despilfarro y la geografía del hambre, se complementaban en una época en la que la información (como la causada por el genocidio en Vietnam), llegaba como una acusación desde los medios inadvertidos. El “gauchisme” se divide en tres grandes corrientes, derivadas a su vez de tres tradiciones en crisis: la anarquista, la marxista leninista y la trotskista que vienen acompañada por debates hiperpolitizados. La anarquista es la más difusa. En no poca medida se confunde con las expresiones libertarias del marxismo con el que formará la coalición del “Movimiento 22 de marzo”, el núcleo más activo del mayo francés. En el caso del maoísmo se combina el espejismo de una “revolución cultural” china al tiempo que retoman los esquemas del período más izquierdista del estalinismo…Es el que consigue mayor implantación en España. El “trotskismo” aparece como el sector más “teoricista”, pero también el que más ruido en un fraccionamiento, que no era ni mucho menos exclusivo. El movimiento atraviesa los años sesenta, sobre todo en el Sur de Europa. En los ochenta, el maoísmo entrará en crisis abierta tras la muerte de Mao y la caída de la llamada “banda de los cuatro”, en tanto que el resto se mantiene a duras penas, para conocer un cierto resurgimiento a finales de siglo desde la “batalla de Seattle” y del “altermundialismo”.
En cuanto al tema del “entrismo”, se trata de un concepto que aparece en los tratados como sinónimo de “trotskismo”. De hecho lo sigue haciendo todavía en relación a Podemos, un partido-movimiento del que fue –organizativamente hablando- el principal fundador.
Regresando a los orígenes, es cierto que Trotsky se sintió obligado a desarrollar esta apuesta táctica allá por mitad de los años veinte, pero también lo es que no inventaba nada. Grupos anarquistas trabajaron en el seno de la socialdemocracia, incluso la CNT donde era muy minoritaria en relación a la UGT, se solía integrar en esta. Lenin aconsejaba trabajar en el seno del laborismo, etc. Sí existe una reformulación esta se ubica en la mistad de los años veinte, cuando en la izquierda y las juventudes socialistas se desarrolló una amplia corriente de atracción hacia el “trotskismo”, un concepto que solía implicar mucho más que el grupo afín, por ejemplo al Bloc de Maurín en España, también se llega a aplicar al Partit Socialiste Ouvrier et Paysan francés que lideran Marceau Pivert y Daniel Guérin, También le cae al Independent Labour Party, en el que militó Eric Blair alias George Orwell, y por supuesto al POUM, partidos que tuvieron un nada desdeñable importancia en los años treinta y que en muchos textos son citados como “trotskistas” o “semitrotskistas”.
Sin embargo, se trataba de formaciones había asumido determinados criterios propios de la izquierda socialista, se mostraron contrarias a la creación de una nueva Internacional, y optaron junto con el POUM y otras formaciones menores, por la plataforma conocida como el Buró de Londres, que jugaría un papel de primera importancia en la solidaridad con el POUM.
Sin duda el debate más conocido en este punto se dio en relación a la izquierda socialista hispana liderada por Largo Caballero, a los que el PCE llamaban sin pizca de ironía “el Lenin español”. Es verdad que las JJSS llegaron a pronunciarse a favor de “una Cuarta Internacional”, pero considerar otra crítica al estalinismo que la que correspondía al “tercer periodo” cuando hablaban de “socialfascismo”. A su entender los “trotskistas” eran “los marxistas más preparados” y entendían que podían ser un importante refuerzo en su lucha contra la derecha del partido. Hubo un momento en el que Caballero y Carrillo llegaron a proponer al POUM que ocupara el lugar del PSOE, catalán. Una propuesta que nada tenía que ver con el “entrismo”, y cuyo propósito primordial era reforzar la izquierda.
Desde la lejanía, Trotsky se hacía ilusiones sobre el alcance de esta radicalización, llegando al extremo de culpar a sus amigo de “haber perdido” las JJSS. Por otro lado, dos líderes tan preparados como Juan Andrade y Joaquín Maurín no se mostraron nada flexibles, incluso sectarios. Andrade pedía que el PSOE se aclarara en sus conflictos, Maurín sacó a relucir la necesidad de una mayor “delimitación”. No resulta abusivo asegurar que la historia habría sido muy diferente de haber asumido el desafío. Poco después, tras su regreso de Moscú Carrillo se mostró especialmente agresivo contra el POUM, pero Largo Caballero y Araquistáin dieron la cara por este en el curso del proceso
Trotsky pensaba que la mera opción táctica habría resultado, incluso llegó a culpar a sus compañeros nada menos que de “haber perdido” las JJSS. Por este motivo Trotsky llega a calificarlo de “criminal”: “La Juventud Socialista ha pasado casi enteramente al campo estalinista. Quienes se llaman a sí mismos bolcheviques leninistas y permitieron esto, o mejor dicho, causaron esto, deben ser estigmatizados para siempre como criminales contra la revolución”. No hay duda de que las JJSS conocieron un proceso de radicalización que les llevó a ser el sector más identificado con el proyecto de la Alianza Obrera, y con los acontecimientos de octubre de 1934. Algunos de sus líderes mantuvieron la foto de Trotsky en su sede, en parte por lo que significó en relación a 1917 como por el planteamiento de frente único. Sin embargo, no se trataba de una aproximación entusiasta como la que se había dado en Francia con la creación del PSOP que pasó a ser el aliado del POUM, y con una franja de jóvenes socialistas que ingresaron en la Internacional. La idea básica era que los “trotskistas” reforzaran la tendencia de izquierdas en el PSOE, o sea de ganarlos pero de ningún modo cambiar de marco organizativo. Desde el momento en que Moscú recibió con todos los honores a Santiago Carrillo y le ofreció integrarse como parte de un nuevo PCE que abogaría por la unidad de la izquierda contra el fascismo, todo se acabó, y fueron muy pocos los socialistas de izquierdas que se mantuvieron en su posición original.
El “entrismo” con la bandera desplegada o con la bandera en el bolsillo. El que escribe vivió esta experiencia en la CGT en la Renault de París, y fue tratado como un “apestado” por los funcionarios cuando “descubierto”. El método se utilizó como una opción legítima en los años en los que la “travesía del desierto” se hizo más cuesta arriba. Como método sistemático comienza a ser cuestionado después de la crisis general del 68 y con la emergencia del “gauchisme”, que en el caso de la corriente creada por León Trotsky se concretó en el desafío de crear una nueva Internacional, la última.
Lamentablemente, con todas sus limitaciones y contradicciones, la IV Internacional sigue siendo la última de las internacionales obreras en las que Rosa Luxemburgo vió el “centro de gravedad” del ideal socialista opuesto a la barbarie. La segunda y la tercera después de conocer sus “tiempos dorados”, acabaron rindiénose al orden existente en una, y siguiendo una orden de Stalin la otra, acabaron de la peor manera imaginable. La “internacional negra” nunca llegó a funcionar realmente. Todas las tentativas en este sentido –Kominforn, Buró de Londres, Tricontinental- se distinguieron por su carácter efímero. Algunos como los maoístas, ni tan siquiera lo intentaron: la nacional siempre estuvo primero. Sin embargo, el internacionalismo de la derecha y de las multinacionales han incrementado su “internacionalismo concreto”. De ahí resulta que, como escribió Manuel Rivas, actualmente todas las formaciones conservadoras tienen su internacional, pero los obreros siguen sin la suya.
La IV Internacional ha resistido como proyecto de recuperar la tradición iniciada por la Tercera en su cuatro primeros congresos. Dicha resistiendo se ha mantenido contra viento y marea desde el pirmer momento, cuando la Oposición de izquierda soviética fue literalmente exterminada, siendo distinguida por un fraccionamiento extramo generado especialmente en la primera mitad de los años cincuenta. La mayoría, reunificada en 1963 en base a un programa que subrayaba la dialéctica de los tres sectores de la revolución mundial (el antiimperialismo reanimado por las revoluciones cubanas y vietnamitas; el anticapitalista, reforzado con los diferentes mayos del 568; y la antiburocrática, aplastada en “el huevo” con la represión de la “primavera de Praga”), se fue reafirmando con todas sus dificultades en tanto que sus sectores fraccionados (lambaertista, morenista, etc), no han hecho más que dividirse hasta provocar el desconcierto cuando no el choteo (curiosamente de actores como alan Wood, lideres del sector “Militant”), han ido ampliando con tantas variantes que no caben en el Wikipèdia. Los representantes más forjados de la mayoría fueron Ernes Mandel, Livio Maitan, Joseph Hansen, Hugo Blanco y Daniel Bensaïd, que trataron sobre todo de ser “aportadores” y no meros “reproductores” de marcos programáticos situados en un tiempo y en un espacio concretos. El marxismo vive en la medida que consigue responder al cada día.
¿En que se diferencia esa mayoría? No en que no sean polémicos ni discutibles sus planteamientos, por supuesto. Sin embargo, nunca se equivocó de enemigo, nunca estuvo en la otra barricada que la del pueblo. sus enormes dificultades para establecer una política desde la marginalidad, ha permitido las más amplias controversias de tendencias e incluso fracciones. Su desarrollo ha ido ligado a las aportaciones teóricas más elaboradas sobre las nuevas realidades (ecología, feminismo, colonialismo, etcétera, etcétera) de manera que ha creado una escuela de cuadro que han significado un aporte de primer orden en la renovación y puesta al día del marxismo. Todos estos factores expuestos obviamente desde el compromiso, se han manifestado entre nosotros a través de la historia de la LCR y de las tentativas que actualmente tratan de unir lo local, lo nacional y lo internacional desde el proyecto de Anticapitalistas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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