viernes, noviembre 23, 2018

Black Friday, la penúltima ocurrencia negra para el clima y el planeta



Hoy se nos echa de nuevo encima el penúltimo invento de esta sociedad hiperconsumista: el Black Friday. En ‘El Asombrario’ nos sumamos a iniciativas como las de Greenpeace y ‘Desafío Green Friday’ para introducir las 3C en nuestro carrito de la compra: Consumo Con Conciencia. Razonado, sostenible, equilibrado, sano, de temporada, de proximidad. Y nos sumamos con este artículo de Miriam Leirós, profesora de Primaria en un colegio público de Galicia que ha puesto en marcha con sus estudiantes proyectos pioneros que unen Cultura y Ecología como Plasticoff y Cooltureco. Abre así una serie mensual sobre cómo educar para alcanzar otro tipo de sociedad, claves para que las nuevas generaciones no imiten lo peor de este sistema e intenten cambiarlo.
En muchas películas policíacas se revisan los cubos de basura de los investigados para conocer sus hábitos mediante sus desperdicios. Si nuestros hábitos de consumo se hubiesen modificado lo suficiente, o lo correspondiente a una actitud sostenible, esos policías poco podrían saber de nosotros, pero me temo que al igual que en los años 80 seguimos llenando cubos de basura y generando residuos más allá de lo que necesitamos.
Nos acogimos enseguida a una cultura de usar y tirar con el único criterio de la comodidad, y nos mantuvimos en ella argumentando la falta de tiempo, el progreso y, reconozcámoslo, por modernidad. Caímos en la trampa mercantilista del consumo sin reparo. Tiro y vuelvo a comprar. Resultaba cool. Pero no nos percatamos de que cada vez que tirábamos generábamos residuos, basura. ¿Basura? Hay empresas que se encargan de eso, ¿no? Lo cierto es que sí, hay empresas que tienen que enviar sus camiones emisores de CO2 a recoger nuestra basura, separarla en una planta de tratamiento y gestionarla; si se puede, se recicla; si no, se incinera, generando CO2 y metano. A mayores, nuestro país se encuentra entre los países de la Unión Europea que no alcanzará el objetivo de 50% de reciclado de los residuos sólido urbanos para 2020, por lo que en septiembre se han publicado nuevos planes de actuación para que otros Estados miembros en la misma situación que España puedan cumplir la legislación europea sobre residuos en la fecha marcada.
Además de esta cultura de usar y tirar, vivimos en una sociedad consumista en la que fiestas como la Navidad se transforman en fechas de consumo, incluso se crean fiestas o actos con la única finalidad de consumir, ahí tenemos el Black Friday que nos llega este viernes, una jornada cuyo único objetivo es comprar; a este acontecimiento adoptado de EE UU se ha incorporado el Ciber Monday, una jornada de descuentos exclusivos para compras por Internet. Lo último, el Singles Day, procedente de China, donde el orgullo de estar soltero se celebra consumiendo.
Frente a esta inercia comercial y consumista surgen movimientos alternativos de diferentes asociaciones y organizaciones; llamativos son el Desafío Green Friday que impulsa el comercio sostenible y la propuesta alternativa de Greenpeace para este Black Friday. La organización hace diferentes propuestas desde su web y ha organizado eventos en 5 ciudades españolas y 22 de todo el mundo. Porque, como dicen en su página, “el tiempo de inercia y de mirar hacia otro lado ha terminado”.
La necesidad de educar a las nuevas generaciones en consumo responsable es crucial, ya que la primera de las tres R en ecología es la reducción. Vivimos en un sistema consumista, y es hora de aprender a cambiar el más por el mejor. Enseñar a nuestros hijos e hijas que es preferible invertir en algo de mejor calidad y no en lo efímero es una responsabilidad con la que deberíamos cumplir no sólo como padres, sino como sociedad. Nuestros hijos e hijas son también víctimas de esta inercia comercial. Se ven sometidos a impactos publicitarios constantes que repiten clichés y que imponen unas modas que se ven obligados a seguir para no quedarse fuera del sistema. La moda cambia temporada tras temporada y lo adquirido por moda se convierte rápidamente en residuo que hay que gestionar. Según Igor González, presidente de la asociación Ecotextil, “Cada año, más de 900.000 toneladas de residuos textiles acaban en los vertederos en España”.
La educación para el consumo pasa por explicar las consecuencias que supone que las fábricas estén trabajando en proceso continuo, pasa por explicar también que una camiseta de bajo coste implica una baja calidad de la materia prima, una explotación laboral y una explotación de los recursos. Una camiseta de bajo coste tiene poca durabilidad, una moda que pasa también, así que hay que poner en marcha de nuevo el ciclo: volver a producir, a transportar, a vender, etc. Mantenemos este ciclo de forma incansable mientras los residuos que generan la ropa que ya no queremos y los objetos que ya no nos gustan se acumulan, se transportan de nuevo y se incineran, y en todo este proceso seguimos emitiendo CO2 que, quizá por ser gas, no pesa en nuestra conciencia.
El consumo responsable lo abarca todo, también la forma en que consumimos alimentos. Comprar menos, tirar menos. Consumir lo necesario y no sólo en cantidad, también en calidad. Queremos que nuestros hijos e hijas estén sanos, nos preocupamos por su educación, por su nivel de inglés, por sus actividades extraescolares, pero el fin de semana los premiamos con hamburguesas en alguna cadena de comida rápida tirando por la borda todo nuestro argumento de salubridad que durante la semana habremos usado mientras sosteníamos el brócoli en el tenedor. Los niños y niñas que toman comida rápida serán adolescentes y seguirán siendo clientes de ese tipo de establecimientos, serán cómplices de ese sistema consumista de “paga poco, consume mucho” (y que perjudica nuestra salud y la del planeta).
Por otro lado, la globalización ha favorecido este consumismo. Nos permitimos comprar mangos importados que nos traen en avión, porque queremos el punto de dulzura dado por el sol, y de nuevo no reparamos en la huella de carbono que ese mango tiene tras de sí. Nos permitimos comer fresas en enero, porque tampoco hemos pensado en el coste ecológico que supone la calefacción en los invernaderos para que esas fresas lleguen a nuestro plato en pleno invierno. Compramos en grandes plataformas online para que todo llegue a la puerta de casa aunque provenga de miles de kilómetros. Nos permitimos esto y mucho más, muchas veces por desconocimiento o porque no nos paramos a pensar. Si lo hiciésemos tan solo un momento, nos percataríamos de la gran huella ecológica que tiene cada uno de estos actos. Esta huella ecológica, esta factura la pagarán nuestros hijos e hijas, pues es a ellos a quienes les restamos oxígeno, recursos y calidad de vida.
Por todo esto tenemos la obligación de educar en un consumo responsable, y por supuesto de ejercerlo, así como la responsabilidad de frenar el consumismo de hiperproducción y pasar a un consumo consciente y sostenible. Como subrayó José Luis Sampedro, “este desarrollo básicamente cuantitativo y economicista, consistente en producir cada vez más bienes y servicios y no en mejorar cada vez más a los seres humanos, tuvo su utilidad y su valor. Nos ha deparado muchos beneficios, pero su época está llegando a su fin”.
Desde la familia podemos trabajar para favorecer este consumo responsable. ¿Cómo? Varios ejemplos. Ante el deseo manifiesto de los hijos o hijas debe haber un tiempo prudente hasta la realización, intentando que “se lo ganen” para que lo valoren. Los más pequeños tienen dificultades para entender el valor del dinero, pero se les puede ayudar mostrándoles equivalencias materiales concretas: “este juguete cuesta lo mismo que la compra de comida de toda la semana”. A los adolescentes debemos ayudarles a entender ciertas estrategias de marketing, enseñarles que la publicidad es muchas veces engañosa, que en ocasiones existen contradicciones en el eslogan, o cómo se juega con su necesidad de imagen o pertenencia a grupo social. A la hora de viajar, elige opciones de viaje que generen beneficios para la población local, evita comprar en las grandes cadenas de franquicias, busca lo auténtico del lugar apoyando el comercio local, respeta los recursos de la zona que visitas y, por supuesto, mantén limpio el lugar.
La educación para el consumo ha de ir unida siempre a la responsabilidad con el planeta, con el medioambiente y un modelo de desarrollo sostenible; por lo tanto, debemos enseñar que va ligado a un estilo de vida saludable, que consume alimentos y bebidas sanas en envases sin residuo. Envía la merienda de tus hijos en tupper y sustituye la botella de plástico por cantimplora.
Para quienes quieran profundizar más sobre este tema, pueden consultar Educación para el consumo, de Dolceta Online Consumer Education, o leer Consumir sin consumirse, de Ediciones Pirámide. Carro de combate también te ayudará, aparte de en las 3 R, en las 3 C: consumir con conciencia.

Miriam Leirós
El Asombrario

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