viernes, noviembre 30, 2018

La “contracumbre” al G20 y la “batalla cultural” de García Linera



De visita en Argentina para participar en el Foro Mundial de Pensamiento Crítico de Clacso, Álvaro García Linera brindó un reportaje a Página/12 en el que reflexiona sobre el retroceso de los gobiernos nacionalistas en la región.

El vice de Evo Morales se refiere a estos como “la izquierda” –a contrapelo de otra partícipe del mismo Foro, CFK, que atenta a los reagrupamientos electorales 2019 afirmó que “izquierda” y “derecha” son términos demodé– y traza así su balance: “la izquierda llega al gobierno con un discurso movilizador agrupando a los agraviados, planteando una reivindicación, pero cuando fruto de sus acciones hay una parte que asciende socialmente, el discurso del desagravio ya no funciona (…) la otra cuestión clave es que las políticas de movilidad social de los sectores populares tienen que tener una sostenibilidad en el tiempo porque cuando no lo son, los sectores sociales que ascendieron fácilmente pueden adoptar el punto de vista de los sectores más conservadores que desde un inicio se opusieron a estas políticas de movilidad social”.
Acá, Linera confiesa una verdad y, al mismo tiempo, cae en una mistificación. Cuando señala que la “movilidad” no fue sostenible, reconoce que la mejora estadística de los indicadores socioeconómicos de las experiencias nacionalistas constituyó un artificio, fundado principalmente en el asistencialismo. En el caso de los sectores con estabilidad laboral, esa “mejora” se basó en el endeudamiento. Linera oculta esto, y luego presenta a los ´progresismos´ locales como víctimas de sus propios méritos –cuando mejoraron las condiciones de vida de las masas, el pueblo se volcó hacia sus verdugos. Esta tesis obvia las condiciones concretas del ascenso de la derecha, que tuvo lugar cuando los gobiernos de Dilma Rousseff, CFK, Correa y compañía ya habían tomado en sus manos la descarga de la crisis capitalista sobre la población trabajadora: CFK terminó su mandato con un 30% de pobreza, mientras el PT se había lanzado a una brutal asonada contra la educación, la salud y los programas de vivienda (entre otras) y el ecuatoriano hacía una poda sustanciosa del “gasto social”. Dilma, como parte de su gabinete ajustador, puso a Michel Temer en la vicepresidencia, que luego encabezó el golpe contra ella. CFK candidateó como sucesor (y con poco entusiasmo) a una versión añeja de Macri para la vicepresidencia, Daniel Scioli. Incluso cuando eran parte de ellos, los Macri-Temer pudieron explotar los escándalos de corrupción con la patria contratista, que a la sazón revelan la falsedad del mentado “desarrollo de la matriz productiva” por parte de los nac&pop. El que sí triunfó fue el Scioli ecuatoriano, Lenin Moreno, cuya anunciada política antipopular ha obligado a Correa a pedir disculpas por promocionarlo.
García Linera colige de este éxito fracasado –valga el oxímoron– que “este es un corto invierno para las fuerzas progresistas” y que es necesario “ganar la batalla cultural”. Con ello, está planteando un gran ejercicio de mistificación y engaño político sobre las masas, postulando al nacionalismo como variante progresista al hundimiento de los neoliberales. Lo cierto es que, si los K y otros volvieran al poder, serían ellos los administradores de la agresión a las masas. Es lo que le están explicando hoy CFK y Kicillof en estas horas, a los empresarios y banqueros que quieran escucharlos. Lejos de preparar su regreso sobre la base de una “batalla” (cultural o de otro tipo) contra la reacción y el capital financiero, el kirchnerismo afirma que respetará los acuerdos con el FMI y teje alianzas con el PJ, mientras el lulismo ha limitado su enfrentamiento al ascenso del fascista Bolsonaro a presentar –otra vez sopa– un Scioli menos conocido, Fernando Haddad.
El politólogo y director argentino de Le Monde Diplomatique, José Natanson, saludó el llamado a batallar culturalmente de García Linera y señaló que "se está tratando de articular un movimiento antiliberal en la región, tiene algo de deja vu", trazando un paralelo entre el encuentro de Clacso y el Foro de San Pablo de 1990. El detalle es que entre uno y otro, claro, fueron los progresistas los que tomaron en sus manos el gobierno capitalista, concluyendo con un rotundo fracaso.
Para enfrentar a la derecha necesitamos una “articulación” independiente, de la clase trabajadora del continente, que abra un rumbo de verdadera transformación social.

Tomás Eps

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