domingo, julio 29, 2018

Julio 36 y la “batalla de las interpretaciones”



Se dice que después del la Revolución Francesa, el acontecimiento histórico que ha producido más bibliografía es el referido a la crisis española de los años treinta. De hecho, no hay semana que no aparezca un libro nuevo, un nuevo documental y debates interminables, en parte por su trascendencia, pero quizás sobre todo porque no nos podemos resignar ni a sus consecuencias más duraderas (las fosas, los “niños robados”, el Valle de los Caídos, su empleo por parte de la derecha como advertencia para mantener una monarquía que no ha votado nadie, etc.) Esta crisis fue un momento excepcional en la historia nacional e internacional. Representó el final del ciclo revolucionario iniciado por la revolución de Octubre (con la contrarrevolución dentro de la revolución), el campo de pruebas de la apuesta fascista, el prólogo de la II Guerra Mundial, pero también su cierra cuando los Aliados votaron a Franco contra una República sostenida por el pueblo militante.
En tanto que en Europa el fascismo fue derrotado en 1945, en el Reino de las España el franquismo pudo sobrevivir sobre las cenizas de la derrota más devastadora jamás sufrida por el pueblo. Sus consecuencias fueron devastadoras: la República fue asesinada, perseguida, juzgada. Tanto fue así que se ha podido hablar del “Gulag español” (Helen Graham) o el “holocausto español” (Paul Preston), y que por lo mismo la batalla por la “memoria histórica” siga viva como se ha demostrado sin necesidad de ir más lejos en un congreso del PP en el ambos candidatos han escupido sobre ella. Los vencedores persistieron durante casi cuatro décadas de manera que la sombra de la dictadura se ha hecho tan alargada, que parece que en no poca medida subsiste todavía. Sobre su sombra se fraguó el “pacto del olvido”. Un pacto vivido sobre un miedo innombrable, haciendo imperiosa la necesidad de comenzar de nuevo, desde todo lo que no se ha podido hacer antes.
La derecha necesitaba reajustar su relato para una nueva forma de hegemonía; para el PSOE, ajeno a la resistencia, se trataba de apostar por el “pensamiento débil” de la “modernidad”. Tampoco había mayor interés para la jerarquía del PCE asediada por sus propias páginas estalinianas (POUM, maquis rebelde, disidencias varias castigadas). En todo esto conviene no olvidar la restauración conservadora que confirió la máxima importancia a la “guerra cultural” con una victoria total sobre el estalinismo. Se trataba de entrar en una nueva fase, lejos de aquellos tiempos en los que el movimiento obrero y la agitación social que caracterizaban a la República resultaban inaceptables…
El miedo a otra guerra y a otra dictadura, han pesado como una losa de plomo en la vida de la gente que vivió todo aquello como una pesadilla, incluyendo buena parte de los hombres y mujeres del “bando nacional”; esto explica que en los años sesenta la mayor parte de los componentes de la resistencia proviniera de esta parte, la menos castigada claro está. Sí estaba claro que había que enterrar las armas, lo era igualmente que nos quedaba todavía una última batalla, quizás la más importante con el tiempo: la de las interpretaciones.

Tres concepciones básicas

La de la “España nacional” que dictó la “historia de la Cruzada”, una “escuela” que al final caería en manos de la –casi- todopoderosa FAES con todos su medios y contactos, toda su plantilla repartida en los cuatro puntos cardinales. Su finalidad central era reforzar una nueva derecha “sin complejos”, que no aceptaba ninguna “superioridad moral” de la izquierda con la ayuda de la rampante historiografía neoliberal. Se asienta en una cierta equidistancia inherente a la nueva “historia oficial: tuerce el bastón hacia la derecha negando puntos básicos como que la República fuese realmente una democracia; asegurando que la revolución habría dado al traste con España; afirmando que resultó desbordada por el “totalitarismo” izquierdista en el que el PSOE (Largo Caballero), el “estalinismo” y la “extrema izquierda” se dan la mano. Han facilitado los argumentos de la excusa del PP para no condenar el franquismo, antes –dicen- habría que condenar los de 1934, el 6 de Octubre catalán. Por cierto, una fecha que se convirtió en un ejemplo de “lo que no había que hacer” del catalanismo conservador según el cual Cataluña había sido “oasis” agredido por los extremos. Al tiempo, mantuvieron el silencio sobre el “Vichy catalán” (Ignasi Riera, Los catalanes de Franco, Barcelona, Plaza&Janés, 1999).
Otra es la izquierda republicana, en el sentido de que la República fue un horizonte insuperable. Es la versión dominante en los medios académicos y argumentada por autores como Ángel Viñas, Enrique Moradiellos, entre otros y otras como la novelista Almuderna Grandes con su serie de “episodios nacionales”. Esta escuela, así como la de tradición comunista, entiende que el bloque numantino liderado por Negrín representó la opción más consecuente, la única vía posible de defensa conectando con la II Guerra Mundial. Autores tan importantes como el norteamericano Herbert R. Southworth (El gran camuflaje”: Julián Gorkin, Burnett Bolloten y la guerra civil española, incluido en la edición de Paul Preston, La República asediada y conflictos internos durante la guerra civil Ed. Península, Barcelona, 1999), descalifican a “la revolución” como un montaje de la CIA, olvidando completamente el contenido de sus investigaciones y obviando a otros autores, a una escuela amplia que no ha dejado de crecer con nuevas aportaciones y por la revalorización del Orwell de Homenaje a Cataluña. Este republicanismo “tout court” está representado por Antonio Elorza&Marta Bizcarrondo en “Queridos camaradas”. La Internacional Comunista y España, 1919-1939 (Planeta, Barcelona, 1999), y por otros tantos autores de la “cultura comunista”, por ejemplo Ferran Gallego. Algunos como Paul Preston, no han dudado en afirmar que la República se las tuvo que ver tanto con sus enemigos de derechas (franquismo) como con los de izquierdas. En otros casos se pone mayor énfasis en la equidistancia, en la concepción de una “tercera España” montada por autores como Santos Juliá, Jorge M. Reverte y Andrés Trapiello, entre otros, muy coherente con los presupuestos auspiciados desde plataformas mediáticas como El País.
Más allá y puntualmente coincidente ocasionalmente, aparece la corriente obrerista y revolucionaria que apenas ocupaba media página en los libros de historia. No por casualidad resurgió con potencia en los años sesenta gracias a editoriales como Ruedo Ibérico y a autores como el trotskista Pierre Broué, el anarquista José Peirats, el novelista británico George Orwell o el libertario norteamericano Noam Chomsky, autor de “La responsabilidad de los intelectuales. Esta corriente sitúa al movimiento obrero en el centro de la crisis española de los años 30. Representada por la CNT y el POUM, su apuesta era la del UHP (¡Uníos Hermanos Proletarios!).
Desde un lado y otro se critica a la dirección de la CNT por haberse quedado a mitad de camino, tratando de mantener la coexistencia entre las medidas colectivistas y la colaboración con el gobierno, cavando de esta manera su propia fosa. Desde la tradición liderada por Trotsky se ha responsabilizado al POUM de no haber sido lo que decía, un partido bolchevique. Sin embargo, el camino de Octubre aparecía en España de manera casi invertida por más que el potencial militante de las clases trabajadores fuese superior. Aquí lo más comparable en fuerza a los bolcheviques era la CNT o el PSOE caballerista, que carecían de capacidad de análisis concreto, de una estrategia revolucionaria. Por otro lado, el Kornilov hispano no tenía detrás un ejército en descomposición como el ruso, sino todo lo contrario. Para mayor desastre coyuntural, el prestigio de la revolución de Octubre de 1917 estaba en manos de la URSS de Stalin o sea de su negación interna, de alguien que no optó por ayudar a la República hasta que no tuvo más remedio.
La historia pues, se torcía por un laberinto en el que aún seguimos inmersos. En una batalla que sigue y seguirá ahí, a ser posible mejorando los puntos analíticos. Se trata de nuestra “odisea”, sus protagonista son los hijos del pueblo, aquellos que los sublevados estaban dispuestos a exterminar.
Pero que seguimos todavía aquí.

Pepe Gutiérrez Álvarez

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