lunes, abril 27, 2020

De la fiebre amarilla al COVID-19: una cuestión de clase



Un breve repaso por las principales epidemias en Argentina, desde las transformaciones urbanas hasta las luchas sociales en la actualidad.

Al calor de la actual pandemia ocasionada por el COVID-19, ha surgido interés por estudiar episodios epidémicos del pasado. En verdad, han sido varias las situaciones catastróficas, donde las muertes se contaban por miles en lapsos muy cortos de tiempo y primaba un pánico generalizado. Los gobiernos se veían sobrepasados y las contradicciones sociales se expresaban en su versión más cruda. La siguiente retrospectiva se centra específicamente en Argentina, pero ante la extensión de un virus por el mundo a una velocidad nunca antes vista, cabe reflexionar sobre los efectos que pueda tener en el país en plena crisis económica.

La fiebre y los conventillos

En 1871, Buenos Aires contaba con aproximadamente 180.000 habitantes. Era una ciudad muy precaria donde, al no existir cloacas, los excrementos iban a pozos ciegos que contaminaban las napas, y en consecuencia, también aquellos pozos de donde se obtenía agua para consumo humano mediante aljibes. La otra fuente para obtener agua era directamente del río, donde saladeros y mataderos arrojaban sus desperdicios. Estos focos permitirían la propagación del mosquito Aedes aegypti que ocasionó los primeros casos de fiebre amarilla en enero. La enfermedad tuvo su pico en abril donde hubo días con más de quinientas defunciones y para junio, cuando se declara el fin de la epidemia, las muertes totales alcanzaban al menos 14.467 personas (un 8% de la población).
El presidente Sarmiento y su gabinete se retiraron a sus quintas fuera de la capital, al igual que las familias pudientes que abandonaron sus residencias en el sur para recluirse en el norte de la ciudad y ponerse a salvo de la epidemia que tuvo sus primeros casos en los barrios de San Telmo y La Boca. En Buenos Aires, la mitad de la población era extranjera: se trataba de inmigrantes que vivían hacinados en conventillos contra los que se apuntaría como responsables de la propagación de la enfermedad, siendo varios de ellos desalojados, sus viviendas clausuradas y sus pertenencias quemadas. Los precios de los alquileres fuera de la ciudad se elevarían, dejando a los trabajadores más pobres librados a su suerte (1).
Las próximas décadas verían un crecimiento exponencial de la inmigración, siendo utilizados los viejos caserones como casa de inquilinatos. En cada cuarto convivía una familia o grupos de hombres solos; en muchos ni siquiera había cocina, y las letrinas, duchas y piletones de lavar eran de uso común para decenas de personas. La propagación del cólera, el paludismo, los parásitos y las infecciones eran moneda corriente. Los trabajadores, que además pagaban altos alquileres para poder residir cerca de sus empleos, denunciaban estas condiciones tal como se ve reflejado en las prensas de sus organizaciones. En 1886, Ettore Mattei y varios militantes anarquistas fueron encarcelados cinco meses por publicar un manifiesto criticando las medidas adoptadas por la municipalidad para enfrentar la epidemia del cólera (2).
Los patios de los conventillos se fueron convirtiendo en un espacio importante para asambleas de anarquistas y socialistas. Tal fue el caso, que ante el aumento en el precio de los alquileres en 1907 se produjo una huelga de inquilinos, donde los residentes se negaban a pagar los alquileres. Con gran protagonismo de las mujeres que enfrentaron los desalojos a escobazos y manteniendo guardias durante día y noche, se produjo un gran movimiento en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza y Bahía Blanca. Entre sus reclamos, exigían la disminución en un 30% de los valores y la higienización de las habitaciones a cargo de los propietarios. En algunos casos, los inquilinos conquistaron completamente sus demandas, en otros se les concedió solo parte de lo reclamado. Donde la organización era más débil, algunos desalojos avanzaron (3).

Gripe española y desigualdad regional

La pandemia de la gripe española, la más mortífera a nivel mundial en los últimos siglos, tuvo impacto en Argentina. La enfermedad llegó en 1918 por barcos provenientes de Europa, se expandió por todo el territorio nacional pero tuvo mayor repercusión en las provincias más pobres. Buenos Aires, beneficiaria directa de la pujante economía agroexportadora y tras la traumática fiebre amarilla, desarrolló políticas higienistas y pudo afrontar la situación en mejores condiciones. En cambio, las provincias del norte del país y de Cuyo se vieron en peor situación.
El gobierno de Yrigoyen, a partir del Departamento de Higiene, tomó medidas como la suspensión de clases, la internación de los viajantes que venían de Europa en un lazareto en la isla Martín García, se decretaron inspecciones a talleres y la prohibición o limitación de la mayoría de los eventos masivos. Para la segunda oleada, en 1919, se envió un médico y una guardia sanitaria a cada una de las zonas más afectadas para coordinar con los departamentos de higiene provinciales. Las solicitudes de medicamentos y suministros que ellos hacían al poder central demorarían en llegar si es que efectivamente lo hacían. Además, las reglamentaciones se mostrarían ineficientes al contrariarse con los intereses de los dueños de talleres y con los de la Iglesia católica. En el primer caso, aunque hubiera talleres donde las inasistencias por enfermedad llegaran al 40% o 50%, el Departamento de Trabajo proponía la notificación de los propietarios cuando ésta superara el 20%, medida que los dueños no tomaban porque podía provocar el cierre de sus locales. En el segundo, hubo mayor conflicto sobre todo en el Interior. La Iglesia consideraba a la enfermedad un castigo lanzado por la ira de Dios, y ante el “fracaso de la medicina”, realizó concurridas procesiones y enfrentó con éxito las limitaciones en el horario de las misas en zonas como Córdoba y Salta. Precisamente, Córdoba sería la provincia con más mortalidad entre las del área central más desarrollada y Salta, la más afectada del país con 118 muertes cada 10.000 habitantes (4).

Polio: del peronismo a la Revolución fusiladora

Tras la crisis económica de 1929, surgiría la política de los Estados de bienestar en los principales países capitalistas, que ante la amenaza del comunismo, concederían mejoras en aspectos de la vida de la clase trabajadora. Con la llegada del peronismo al poder en 1946 en Argentina, la cartera dirigida por Ramón Carrillo registró la centralización de instituciones sanitarias, la creación de nosocomios, una duplicación en el número de camas hospitalarias y la realización de campañas educativas. Pero aún en estas condiciones, la temida poliomielitis que ya había registrado un importante brote en 1942, trastocó el sistema sanitario argentino durante la década del cincuenta. Si bien en 1947 se sancionó una ley para la construcción de un Hospital de Niños con Enfermedades Infecciosas y se estipuló la realización de un Censo de Enfermos y Lisiados por la Parálisis Infantil para establecer montos de subvenciones, cuando azotó la epidemia de 1953, el hospital estaba aún sin licitar y el censo jamás se realizó. Las autoridades de ese entonces, en un primer momento negaron la existencia de la epidemia y luego justificarían su aparición como parte de una “ola epidémica mundial” (5). Tres años más tarde se daría el peor y más recordado brote: en 1956, se producirían 6500 casos, siendo el 71% de los pacientes menores, de entre cero y cuatro años. El gobierno militar, que había tomado el poder meses antes eliminó el Ministerio de Salud e ignoró durante varios meses las noticias sobre la proliferación de los casos. Las 140 camas del Hospital Muñiz estaban desbordadas y familias de diferentes pueblos acudían a Buenos Aires buscando atención. Se generaron espacios improvisados para la atención de niños y la población tomó medidas poco efectivas ante la falta de información, como pintar con cal las paredes y cordones de las veredas, poner collares con bolsitas de alcanfor a los chicos y las madres envolvían a sus bebés en sábanas. La mortalidad fue del 10%, y muchos niños quedaron con secuelas; mientras que los hijos de familias con mayores ingresos podían afrontar la rehabilitación, los más pobres quedaban por fuera al implicar costos muy elevados. El ingreso al país de la vacuna Salk y posteriormente Sabin prevendrían nuevos casos (6).

Los últimos años

La segunda mitad del siglo XX se caracterizó a nivel mundial por importantes avances científicos ligados a descubrimientos de agentes productores de enfermedades y la elaboración de sueros, vacunas y antibióticos. Sin embargo, con la irrupción del neoliberalismo se han atacado muchas de las conquistas de los trabajadores y se produjeron constantes recortes en salud pública e investigación en diferentes países, generando nuevamente problemas a la hora de controlar epidemias en las últimas décadas.
La pandemia de Gripe AH1N1, cuyo virus se originó por las formas de producción de carne porcina de la empresa alimenticia Smithfield Foods, se desarrolló de manera sostenida durante el invierno de 2009 en Argentina; en julio fue el segundo país con más víctimas fatales y durante la duración de la pandemia 685 personas perdieron la vida (7). Los hospitales nuevamente se verían desbordados y en condiciones deplorables, sin insumos ni medicación suficiente en momentos críticos. Los trabajadores en diferentes fábricas denunciaron la situación en sus plantas; algunas empresas anunciaron despidos. Ese mismo mes, los obreros de Kraft-Terrabusi, una de las mayores alimenticias del país, solicitaron a su patronal la desinfección de la fábrica, elementos de higiene y licencias para las madres; ante la negativa de tomar medidas hasta que “hubiera un muerto en la planta, como en México”, los trabajadores se movilizaron a la jefatura de la empresa y realizaron una semana de paro. Más de un mes después, la empresa despediría a 158 operarios remitiéndose a esos hechos. Los despidos, especialmente orientados a delegados y activistas, desencadenaron una de las huelgas industriales más importantes de las últimas décadas, con una toma de 38 días que se volvió un hecho político nacional. Se lograría la reincorporación de una parte de los despedidos y no se alcanzaría el objetivo de la empresa de desarticular la organización gremial, que contrariamente, se fortalecería tras esa lucha con la elección de delegados de izquierda (8).
En la actualidad, la pandemia del coronavirus no solo está saturando los sistemas sanitarios de los principales centros capitalistas, sino que está acelerando los tiempos de una nueva crisis económica mundial. Mientras cientos de miles de trabajadores mueren, los Estados se encargan de garantizar las ganancias de las empresas. En Argentina, los despidos se cuentan por miles desde que llegó al país la enfermedad pese a la prohibición gubernamental y los subsidios estatales están lejos de alcanzar a una familia para sobrevivir. Como muestra el recorrido histórico, existe un problema estructural donde en cada epidemia las más perjudicadas son las franjas más vulnerables de la población.
Sin embargo, también se ven significativas muestras de solidaridad entre los trabajadores, como la de las gestiones obreras de MadyGraf y las textiles neuquinas que están produciendo elementos sanitarios y los docentes que desde las escuelas se encargan de distribuir alimentos entre la población. Los jóvenes precarizados, que trabajan en lugares de comida rápida, call centers, locales comerciales o aplicaciones han sido de los primeros en denunciar la reducción en sus ya bajos salarios y mostrar un camino de organización. En la medida que la crisis se profundice, se abre un nuevo episodio de luchas sociales porque no la paguen con su vida los mismos de siempre.

Joaquín Moyano

Consejero estudiantil Junta de Historia (FFyL-UBA)
Sábado 18 de abril | 10:28

Notas:

(1) Crego, Mabel Alicia. Historia de la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires, En San Telmo y sus alrededores.
(2) Poy, Lucas. Tu quoque trabajador? Agitación obrera en Buenos Aires (1888-1889), Serie Documentos de Jóvenes Investigadores, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires, 2010.
(3) Ceruti, Leónidas. "Huelga de las Escobas" o huelga de inquilinos en Buenos Aires y Rosario, Argentina (1907), 2011.
(4) Carbonetti, Adrián; Rivero, María Dolores; Herrero, María Belén. Políticas de salud frente a la gripe española y respuestas sociales. Una aproximación a los casos de Buenos Aires, Córdoba y Salta a través de la prensa (1918-1989), Astrolabio Núm. 13, 2014.
(5) Ramacciotti, Karina. Política y enfermedades en Buenos Aires, 1946-1953, Revista de la medicina y de la Ciencia, Madrid, Vol LVIII, Num. 2, 2006.
(6) Testa, Daniela. Poliomielitis: “La herencia maldita” y la esperanza de la rehabilitación. La epidemia de 1956 en la Ciudad de Buenos Aires. Intersticios, Vol 5, 2011.
(7) Ministerio de Salud de la Nación. Gacetilla de Prensa: Influenza Pandémica (H1N1) 2009, 2010.
(8) Varela, Paula; Lotito, Diego. La lucha de Kraft-Terrabusi. Comisiones internas, izquierda clasista y “vacancia” de representación sindical. Conflicto Social, Año 2, Num. 2, 2009.

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