viernes, marzo 30, 2018

Introducción de Jaume Botey a “En nombre del Padre y del Hijo. El cine y la Biblia”



Este ensayo editado por Los Libros de la Frontera (Barcelona, 2009), de contenido crítico perso siempre respetuoso, sirvió de base para una mañana sobre cine y cristianismo organizada por una animado colectivo de cristianos por el socialismo, en la que Jaume Botey ((Barcelona, 1940-2018) actuó.

La aparición del libro de Pepe Gutiérrez es el mejor ejemplo de que la producción y el interés por el cine religioso no ha disminuido. Y si el cine es un reflejo de las inquietudes humanas y sociales, habrá que suponer que vivimos en una sociedad no tan ajena al hecho religioso como a primera vista pudiera parecer. Es verdad que no han faltado películas filmadas para la catequesis y la propaganda, como tampoco han faltado otras denunciando las patologías de las religiones y en especial de la iglesia católica, pero por lo general parece que en el cine religioso de hoy puede encontrarse mayor profundidad que en el de hace unas décadas, es menos explícito, más sugerente y aborda la cuestión trascendental sin excesivas preocupaciones apologéticas. Es una de las conclusiones a las que he llegado después de la lectura del rico y erudito texto de Pepe.
Pepe es un autodidacta en cuya formación humana e intelectual influyó de manera decisiva su prematura afición al cine. El “bolchevique andaluz” -así se autocalifica en sus memorias- cuenta sus tardes en el desaparecido cine Alhambra de L’Hospitalet como su refugio de adolescente, mientras iba identificándose con el pequeño protagonista de “Cinema Paradiso”. Se forja sobre todo en el trabajo manual duro y con las amistades de barrio de sólidos anarquistas. Se formará intelectualmente también desde muy joven leyendo a Unamuno, Voltaire o Zola adquiriendo conciencia crítica y comprometida. Pronto encuentra el sentido de su lucha y pronto también se convertirá en crítico, editor y autor de los clásicos del socialismo. Probablemente por influencia del cine también desde siempre se interesó por el arte como manifestación espiritual que aspira a la transformación de lo real.
Este libro tiene, pues, más de recorrido histórico y de crítica de arte que de debate del contenido teológico. Cuando Pepe amablemente me sugirió escribir estas líneas objeté mi escaso conocimiento de la historia del cine, pero que en cualquier caso yo creía que, debido a la ambigüedad de la expresión “cine religioso”, era necesario enmarcar la historia de este género en el debate acerca las expresiones de lo religioso en general. Este va a ser mi propósito.
Por “cine religioso” entiendo aquél que plantea los interrogantes fundamentales del ser humano acerca del sentido de la vida, del bien y del mal, de la fragilidad de la persona y sus aspiraciones, del más allá, de la experiencia de lo sagrado, de los valores, de la espiritualidad. También debería tener un componente ético, fomentar el sentido respetuoso hacia sí mismo y hacia los demás, su sentido de esperanza. Y todo ello desde una perspectiva de la trascendencia y de Dios, ya sea por vía positiva desde la fe, o desde la negación, la duda, la angustia o el mal.
En su interpretación artística el hecho religioso puede tomar dos direcciones: una, pretender expresar la realidad material, visible e histórica del hecho religioso y otra que pretendiera poner de manifiesto el sentido, el alma, el porqué, la razón interior. Por eso, a la producción artística que llamamos “cine religioso”, se le debería aplicar también la distinción entre fe y religión, entendiendo por religión los instrumentos, la parte material a través de la cual la fe se ha ido manifestando a lo largo de los tiempos, las mediaciones históricas, los textos sagrados propios, las estructuras civiles y eclesiásticas que genera, sus rituales, su presencia en el espacio público y obras sociales, las jerarquías, la base económica, la organización, etc. y por fe la actitud interior de la persona que supone una cierta aceptación o cuestionamiento de lo trascendente y el misterio. De ahí que podríamos distinguir entre el cine que trata de la religión como realización histórica y el cine que trata de la fe o los interrogantes a los que pretende dar respuesta la fe.
Los orígenes de todas las tradiciones religiosas están llenos de relatos míticos, fantasiosos, acerca de la creación, de la lucha entre el dios del bien y el dios del mal, de la redención del pecado a través de sacrificios con sangre, etc. En este sentido el Antiguo Testamento es una fuente inagotable de inspiración cinematográfica. Son las películas de Historia Sagrada con base en la biblia, a medio camino entre el cine de estampita y el cine épico. Las leyendas del Abraham nómada, de Jacob y el mito de la escalera para encontrar a Dios, de Moisés el esclavo libertador, del éxodo y la travesía del Desierto con Sinaí incluido, de Sansón y Dalila etc. etc. han estado presentes en las pantallas desde el origen del cine. A veces como simple cine épico o de aventuras como lo podría ser la Odisea o como han estado en las pantallas las inacabables aventuras a lo James Bond en torno al Santo Grial. Las mismas películas de Cecil de Mille son simplemente cine épico que probablemente no tiene nada que ver con lo que ocurrió, si acaso ocurriera, que seguramente no. Se trata de películas más cercanas a narraciones legendarias, que deben ser juzgadas desde la óptica de la técnica cinematográfica, como hace el autor en el libro, y no desde la perspectiva de la religiosidad.
La exégesis contemporánea hace ya tiempo que ha puesto en entredicho el carácter histórico de dichas narraciones. Se trata de relatos simbólicos o poéticos dirigidos a una comunidad de mentalidad semítica, que no disponía de la escritura, para que de manera sencilla entendiera el misterio de Dios. En definitiva son catequesis y cumplen una función educativa. Seguir contando aquello como si fuera verdad histórica es engañar al personal, cosa harto posible y frecuente en el mundo de hoy en el que la interpretación literal de la Biblia es una de las bases del fundamentalismo religioso y político. Para que esto no ocurra, el espectador debe poder percibir la diferencia entre forma y contenido, entre significante y significado de cualquier narración bíblica y en el mismo film debe quedar claro que se trata de lenguaje metafórico.
Esto mismo debe aplicarse al otro género de cine religioso, el de las biografías. Obviamente, la más representada ha sido la de Jesús. La figura de Jesús ha sido utilizada como reclamo justificativo de todas las ideologías y colectivos sociales. No corresponde a esta introducción avanzar lo que Pepe Gutiérrez analiza extensamente en el libro. Recordemos simplemente la distancia abismal entre el Nazarín de Buñuel, Jesucristo Superstar de Jewison, el Evangelio de Mateo de Pasolini o La última tentación de Cristo de Scorsese y La Pasión de Gibson. Esta diversidad se justifica no sólo porque nadie sabe a ciencia cierta qué dijo y qué hizo Jesús, sino porque todo artista tiene perfecto derecho a proyectar su ideología o la imagen que él mismo se ha hecho sobre la figura de Jesús, siempre y cuando no pretenda absolutizar su interpretación como la única históricamente verdadera.
Y así en la vida de los demás personajes emblemáticos. La narrativa del hecho sagrado y de quienes lo han encarnado es inagotable. Las vidas del pobre de Asís, Juana de Arco, Tomás Moro, Lutero, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Däens u Oscar Romero han sido llevadas a la pantalla poniendo de manifiesto sus luchas tanto interiores como exteriores, y es obvio que no por más rigurosas y documentadas dejan de ser interpretaciones fruto de una determinada ideología. Es necesario tener presente la facilidad de este género para ser utilizado de manera simplona al servicio de una sociedad conservadora y una religiosidad alienante. Entre nosotros el nacionalcatolicismo abusó hasta el extremo de este recurso. La ramplonería sentimental de películas como el Milagro de Fátima, Molokai, Cerca del cielo, La mies es mucha, Marcelino pan y vino, y tantas otras dentro de una lista inacabable, ponían de manifiesto no sólo la pobreza cultural del régimen sino la voluntad de la jerarquía de la iglesia de mantener infantilizada la fe de la población. Más que catequesis hacia la fe eran catequesis hacia la sumisión y el conservadurismo religioso y político.
Hasta aquí hemos tratado de la representación cinematográfica de los aspectos históricos o materiales de la religión. Pero el cine ha llevado también a la pantalla la vida de aquello interior, la fe o la no-fe, ante lo que comúnmente llamamos misterio, trascendente, lo no-visible. Rudolf Otto o Mircea Eliade calificaron esto trascendente como “lo numinoso”, “lo sagrado”. Esto, lo “totalmente otro”, es previo a cualquier religión y es asimismo el punto de partida de todas las espiritualidades. Las confesiones religiosas no serian más que la concreción que esta común espiritualidad ha ido tomando a lo largo de la historia según las diferentes culturas.
La antropología afirma que todos tenemos una cierta experiencia de aquello que nos supera, del sueño de tocar lo inalcanzable, del ansia de felicidad infinita, y que esta proximidad de lo inalcanzable impone respeto, miedo a superar límites. Algunos plantean que el cine religioso es un sub-género del cine fantástico, pero según lo dicho, lo contrario también podría ser cierto: que el cine fantástico pueda ser considerado formando parte del género de lo religioso. En la cinematografía moderna hemos visto numerosos ejemplos de esta relación entre lo fantástico y lo religioso, entre la imaginación desbordada y la necesidad de dar alcance al misterio, o de cómo en obras tan dispares y formalmente no religiosas como En busca del fuego o el Harry Potter están presentes aspectos religiosos.
Esta experiencia personal de aquello que nos supera podrá tratarse desde la cercanía y aceptación o desde la duda y el rechazo, y según esto habrá que distinguir el cine religioso, del laico y del antirreligioso. Dreyer o Bergman han llevado a la pantalla la profunda angustia del ser humano y su necesidad de autotrascendencia. Bergman desde la desesperanza frente a la muerte. Dreyer desde la superación de lo humano tanto en Ordet como en su Juana de Arco. En cambio, el cine de Pasolini o de Buñuel es en muchas ocasiones cine religioso desde la no-religiosidad. En ambos la temática religiosa aparece una y otra vez pero se diría que desde un humanismo que toma distancias tanto de la ortodoxia dominante como de la dogmática del ateísmo.
El cine religioso, en sentido formal, podría formar parte de los materiales disponibles para analizar la fenomenología religiosa de la sociedad. Porque ante un género que en su esencia tiene voluntad de intervenir en la opinión pública o de la función educadora del cine, habría que analizar la respuesta social. ¿Sobre qué teología o teologías se sustenta? ¿Sigue cumpliendo hoy el cine religioso la función alienante que hace años Marx atribuyó a la religión? ¿Hasta qué punto el cine religioso ayuda a despertar la conciencia ciudadana? ¿Porqué el éxito de películas que se alimentan de la teología del poder? Todas las religiones parten del sentido del sacrificio, de la redención por la muerte y la sangre. El cristianismo, no. Lo que pesa en el cristianismo es la libertad y el compromiso con los pobres. En el cine sin embargo aparece más la vertiente sacrificial y de castigo (recordemos La Pasión de Gibson) ¿porqué?
El texto de Pepe Gutiérrez no pretende responder a estas cuestiones. Dejándose llevar de su mano, el lector se irá formulando nuevas preguntas que iran dejando en un segundo lugar a las primeras. Porque el estilo de Pepe es circular, vuelve y vuelve sobre el mismo tema, da nuevos matices en cada ocasión, moldea las ideas, contextualiza la época, explica las anécdotas del autor, relaciona obras parecidas o contrarias, nos conduce hacia dentro de la película como si la estuviéramos viendo.

Jaume Botey u Vallès
25 de noviembre 2008.

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