miércoles, agosto 22, 2018

Super rodrigazo en Venezuela



Un sismo de grado 7.3 desplazó, hasta cierto punto, la atención internacional hacia un paquetazo económico sin precedentes del chavismo, incluso en la convulsionada historia de Venezuela. Los terremotos, sin embargo, están asociados a hecatombes políticas en ese país, empezando por la lucha por la independencia.

Ocurre que Nicolás Maduro anunció la semana pasada una devaluación que empareja la cotización del bolívar, ahora ‘soberano’, con la del mercado negro de divisas. Lo duplica, de 30 bolívares nuevos (antes tres millones) a b$s60. Más explosivo, si cabe, llevó el precio de la gasolina a precios internacionales, o sea a más de un dólar el litro, cuando su precio previo era inferior al medio sachet de leche –un porcentaje de aumento super-millonario. El tarifazo alcanza también a los servicios públicos. Estas medidas son aún más brutales que las aplicadas en junio de 1975, en Argentina, y que provocaron un caos económico que llevó, como por un tubo, a la dictadura militar. El salario mínimo fue aumentado, como no podía ser de otra manera, pero a b$s1.800, o u$s30 por mes –un dólar diario, que se cobrará a partir de septiembre, o sea después de la disparada de precios que provocarán la devaluación y el naftazo. El IVA sube del 12 al 16%, y se libera de impuestos a las importaciones; en resumen, estamos ante un plan de violento ajuste capitalista y de liquidación del proteccionismo ‘nacional y popular’, como el control de cambios, establecido en 2003 y la nacionalización parcial del petróleo.
Los comentaristas se preguntan cómo hará el gobierno para asegurar la estabilidad del nuevo tipo de cambio, cuando las reservas internacionales de Venezuela no superan los u$s8.500 millones. Maduro anunció subastas semanales de una divisa sui géneris, el Petro, que equivale a un barril de petróleo de 60 dólares. Se trata, en realidad, de un título público emitido por un Estado insolvente. La garantía del barril de petróleo solamente compromete a Pdvsa. Este procedimiento ya se utilizó con China, que entregó un préstamo en dólares a cambio de la entrega de la materia prima; ahora supone la entrega de stocks y reservas de la empresa estatal, o sea su privatización, que no fue anunciada por el momento. Esto explicaría el naftazo y todo el ajuste, porque revaloriza las reservas comprobadas y potenciales de petróleo. De no ser así, Maduro habría construido un castillo de naipes, que se desplomará enseguida. El nuevo planteo consolida el ‘ajuste’ anti-popular promovido en forma consciente por medio de la hiperinflación. El movimiento bolivariano ha tomado el camino de la entrega directa. El nacionalismo militar no puede construir ninguna clase de socialismo, sea del siglo que fuere; es una tarea histórica insustituible del proletariado.
Es llamativo que, en forma paralela, Maduro haya llegado a acuerdos con empresas que han litigado contra Venezuela en tribunales extranjeros; ha reconocido, por ejemplo, una indemnización de u$s2.000 millones a la petrolera norteamericana Conoco. En otros litigios ha comprometido a la refinería Citgo, que opera en Estados Unidos, y cuya adquisición aspira la rusa Rosfnet. El Petro podría convertirse en la garantía de un préstamo internacional para sostener el nuevo tipo de cambio, que iguala al del mercado negro, con derecho a las reservas de petróleo.
El super rodrigazo de Maduro asume el propósito de lograr el equilibrio fiscal y cortar la financiación inflacionaria del Tesoro. Pero su primer resultado será, como en el rodrigazo argentino, producir una suba aun mayor de los precios, seguida de una depresión provocada por la caída del poder adquisitivo del consumo. Sería sorprendente que este ‘plan’ cuente con el visto bueno de todos los estamentos del régimen político. El gobierno ha encarcelado a toda clase de opositores, incluidos aquellos que se encuentran en actividad. La camarilla oficial se encuentra fragmentada; el fracaso del ‘plan’, por la resistencia popular o por la inconsistencia de sus apoyos internacionales, podría enfrentarla.
La oposición tradicional, que esta vez lleva como voz cantante al ex gobernador del Estado Bolívar y ex dirigente sindical, Andrés Velázquez, llamó a un paro de 48 horas, de cumplimento parcial. Por otro lado, la emigración se ha acentuado; en el estado brasileño de Roraima, se ha desatado un ataque fascistizante contra los refugiados venezolanos. La llegada de una nave-hospital del Pentágono a las costas de Colombia ha levantado la sospecha de que existiría un planteo de ocupación militar de Venezuela para el caso de una desintegración política del régimen, en especial ahora como una consecuencia del super-rodrigazo. El nuevo gobierno de Colombia no esconde su hostilidad hacia el plan de paz con las Farc y el ELN, y hacia Venezuela; los secuestros y asesinatos de líderes sociales, en Colombia, no cesa de crecer.
Los trabajadores y activistas de América Latina nos enfrentamos a una crisis continental de dimensiones variables y no menos explosivas; la crisis mundial reúne, en un mismo proceso, el derrumbe del nacionalismo militar y del pseudo progresismo, por un lado, con el del neoliberalismo a la Macri, Temer y Piñera, por el otro. El impasse político de las masas, ante este cuadro, otorga un margen de acción a los francotiradores de derecha o filo-golpistas. La injerencia del imperialismo es más activa, simultáneamente a la división política creciente de la burguesía norteamericana y a las contradicciones cada vez mayores de la política internacional y el régimen de derecha de Trump.
Se impone una campaña continental por una salida obrera y socialista, por un plan de lucha contra el golpismo, por una acción de defensa común por las reivindicaciones de los trabajadores, por el apoyo a los trabajadores en lucha, por gobiernos de trabajadores, por la unidad socialista de América Latina.

Jorge Altamira

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