viernes, agosto 31, 2018

Un muerto, McCain, frente a 2,5 millones de muertos iraquíes

Una de las cosas más repugnantes de la sociedad estadounidense es el sentimentalismo reaccionario que desborda nuestros chismosos corazones, infectados de reacciones químicas cada vez que uno de nuestros supuestos héroes de guerra pasa a un lugar más sosegado. Las declaraciones, cuidadosamente ensayadas, de figuras políticas inútiles nublan nuestras mentes mientras todos aquellos que conservan la cordura deben preguntarse colectivamente qué demonios hizo alguna vez por nosotros ese rancio saco de huesos de John McCain. Donald Trump fue una vez un recién llegado en el escenario político capaz de quemar los puentes que merecía la pena quemar. Cuando Trump dijo que McCain no era un héroe de guerra, fue el mejor de sus momentos. Tal declaración era tan necesaria que debería haberse dicho que fue el momento más genial que la Calabaza-No-Tan-Grande ha aportado al pueblo estadounidense. No hace falta decir que el día en que Trump se reúna con su perverso creador, deberá resistirse cualquier sentimentalismo políticamente correcto ante su muerte.
El machómetro de Donald Trump por un héroe de guerra podía o no pillarse. Para empezar, la frase héroe de guerra es una paradoja, por eso debemos perdonar a la Bola de Queso desteñido por su deslucida definición. Pero su instinto era acertado. John McCain no es un héroe.
John McCain fue un sionista feroz, aunque ese rasgo es tan estadounidense como el pastel de manzana. McCain, casi más que cualquier otro, hizo cuanto pudo para que se enviaran más tropas a Iraq. Cuando George W. Bush cedió y envió 20.000 soldados más a Iraq en 2007, los demócratas etiquetaron la medida como “la doctrina McCain”. Los estadounidenses que son incluso más tontos aún que Bush II han empezado a etiquetar a Bush de “razonable”. El razonable Bush habló de permanecer 50 años en Iraq, McCain aumentó la cifra a 100. McCain fue también uno de los más entusiastas defensores de la guerra en Afganistán. Y, al igual que su colega Barack del otro lado del pasillo, se sintió amenazado por el éxito de Libia bajo Muammar Gaddafi. La viril postura de McCain contra Vladimir Putin fue tan reveladora como el romance de Trump con Putin.
Todo olía a podrido cuando John McCain se situó al lado de esos buenos valores estadounidenses e invitó a su hermano del otro partido, Barack Obama, a hablar en su funeral, presumiblemente para fastidiar a Donald Trump. En la actualidad, a los políticos les gusta pretender que el club de los chicos buenos del pasado estaba libre de la virulenta misoginia de Trump. Pero si hurgan un poco en las declaraciones públicas de McCain, se encontrarán con que muchas de ellas son sexistas. Es lo que tiene Trump, que pierde poco tiempo en sentimentalismos. Él no cree en nada ni en nadie. Trump es el paso siguiente natural para una sociedad que está moralmente en bancarrota y se basa exclusivamente en un kitsch patriotero para justificar su ridiculez.
John McCain y su marca de la vieja escuela estadounidense murieron con la llegada de la bola de demolición Donald Trump. Puede que el cuerpo de McCain se haya quedado más tiempo del que queríamos, pero era solo cuestión de tiempo que se uniera a su ideología en la tumba. Ahora le toca a los demócratas tomar el mando, y lo han hecho de manera honorable. Los demócratas abogan para que las mujeres entren en liza, pero ante un partido que ya está abandonando el #MeToo y los derechos reproductivos, nos quedamos preguntándonos qué significa eso realmente. Lo que está claro es que los demócratas se han convertido en el refugio seguro de los exmilitares/candidatos de inteligencia presentables. Los demócratas son ahora el partido de McCain.
Recuerdo el día en el que Osama bin Laden fue asesinado. Resultaba difícil encontrar un estadounidense que no estuviera en estado de arrebato. Los desfiles se multiplicaron. Los políticos sedientos de sangre se relamieron. Había cierto orgullo de que hubiera sido Obama, “nuestro hombre”, quien se lo hubiera cargado. Esto fue suficiente para hacer que cualquiera se sintiera asqueado. Si a muchos estadounidenses les gustaba entonces la sangre, quién va a sorprenderse de que muchos de nosotros hayamos salivado ante el disparatado acoso de Donald Trump. La cultura estadounidense es demasiado extrema. Todo lo dividimos entre amigos y enemigos. Si nuestros amigos mueren, todos tenemos que mentir sobre ellos. Si nuestros enemigos mueren, organizamos un desfile. No estoy pretendiendo un desfile por la muerte de John McCain, sólo aportar un poco de perspectiva.
John McCain ayudó a pergeñar la devastación de varios países. Millones de muertes teñían sus manos de sangre. El mundo es más pacífico una vez que se ha ido. ¿Por qué el asesinato de 22 niños yemeníes del día anterior no propició el mismo dolor que la muerte de McCain? La guerra de Estados Unidos y Arabia Saudí contra el Yemen contaba también con el respaldo de McCain. Es posible que se recuerde a John McCain como un héroe de guerra, pero si puedo parafrasear al despiadado halcón Donald Trump: “Los héroes de verdad no van a la guerra”.

Nick Pemberton
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Nick Pemberton, estudiante del Gustavus Adolphus College. Puede contactarse con él en pemberton.nick@gmail.com

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