jueves, septiembre 29, 2022

Giorgia Meloni, una fascista en la Unión Europea


Meloni (derecha) y sus aliados Salvini y Berlusconi 

La victoria electoral de la coalición encabezada por Giorgia Meloni y sus “Hermanos de Italia” ilustra la volatilidad política que trae aparejada la guerra imperialista. El centro del debate sobre Italia es qué tan fascista será el gobierno que reivindica abiertamente el fascismo. 
 Los vencedores electorales están abocados a remarcar su moderación. Todos los discursos fueron suavizados, quitando cualquier consiga de ruptura con la Unión Europea y tomando distancia de Rusia. La prensa italiana y sus satélites europeos (propiedad de Silvio Berlusconi), bautizaron el frente como una “coalición de centroderecha”: ni mejor ni peor que las anteriores. 
 El Partido Democrático (PD), cabeza del sector europeísta, se sumó a este juego. Su campaña esquivó la crítica al componente fascistizante del futuro gobierno Meloni, concentrado en agitar contra sus posturas favorables a Moscú. 
 Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, dejó abierta la posibilidad de tomar medidas contra Italia en caso vulnerar libertades. ¿Estamos ante una vocación “democrática” del imperialismo europeo, contraria al fascismo? Lo ocurrido con Polonia y Hungría -donde también gobierna la ultraderecha- hacen pensar que no. En ambos casos, la carta democrática fue utilizada como una extorsión para un encuadramiento económico y archivada sin más al finalizar la disputa.

 Una “marcha sobre Roma” cuesta arriba 

La coalición gana casi todas las circunscripciones, tanto en el Senado como en Diputados, y obtiene un global de un 43-44% (26% Meloni). Pero no son números homogéneos. 
 En el norte gana con cierta holgura y avanza sobre las circunscripciones de histórico voto democrático. Pero el PD retiene sus ciudades bastiones, Boloña y Florencia… y también Torino y Milán -que la derecha aspiraba recuperar. En las dos últimas, el PD y sus satélites hacen elecciones muy altas, pero Meloni gana en los barrios periféricos y en distritos obreros aledaños. Es una dinámica que recuerda lo que ocurre con Marine Le Pen en Francia, donde un sector de la clase obrera tradicional ve en la extrema derecha un vocero de sus reclamos.
 En el sur reduce su ventaja y, a menudo, el partido de Meloni es superado en el primer puesto por el Movimiento 5 Estrellas (M5S). El M5S se queda con la circunscripción de Nápoles y algunas plazas (Palermo). El M5S hizo campaña con mantener el “ingreso de ciudadanía” -un limitado plan social- que Meloni ya anunció que quitará. 
 El ausentismo global alcanzó un record histórico en 36% -y no menos del 50% en el sur y entre los jóvenes. Meloni enfatizó que gobernará “para toda Italia”, pero los comicios mostraron fragmentación y apatía. Italia viene de una seguidilla de gobiernos débiles, montados sobre coaliciones cambiantes con el único fin de aplicar planes de austeridad, que caen rápidamente cuando se demuestra su inviabilidad. 
 También hay dificultades dentro de la coalición. La gran distancia electoral que sacó el partido de Meloni por sobre el pobre resultado de sus aliados de La Liga (Matteo Salvini) altera el equilibrio anterior y acrecientan choques, como los que se están dirimiendo a cielo abierto en el reparto ministerial. 
 Respecto de la guerra, conviven posturas antagónicas. Mientras Meloni es una defensora de la permanencia en la Otan y del envío de armas y dinero a Ucrania, Salvini y Berlusconi sostienen vínculos estrechos con Rusia: el primero en la línea de la derecha soberanista anti-Unión Europea, el segundo desde la libertad financiera de Italia.
 Pero Meloni no levanta su postura pro-Otan en defensa de la UE. Como Polonia y otros países, apuesta por una línea directa con Estados Unidos, desentendiéndose de las pretensiones de liderazgo diplomático y militar de Alemania y Francia. 
 Estamos ante un armado precario que llega al poder por condiciones internacionales excepcionales, y que bien podría saltar por los aires ante un nuevo giro: sea porque el recrudecimiento de la guerra obligue a tomar mayor partido o sea por las consecuencias económicas sobre Italia. Por añadidura, la perspectiva de una victoria de los republicanos en las elecciones legislativas de Estados Unidos podría trastocar el panorama por completo.

 Al fascismo se lo combate 

La deuda pública italiana se eleva al 150% del PBI, la inflación al 8% y el poder adquisitivo cayó en el último período. El PBI sigue estancado, situación que se arrastra desde más de una década. El sistema de salud y otros restos del Estado de bienestar sufrieron recortes terminales. La crisis energética, producto de la guerra, agrava el cuadro. 
 Pero que Meloni no haya integrado gobiernos de austeridad (a diferencia de sus aliados que vienen de formar parte del gobierno Draghi) no explica todo su éxito. Es necesario no perder de vista la prédica política con la cual logró conquistar una adhesión en la población: responsabilizó a las minorías y a la UE de los males de Italia. Su carácter fascista no reside, por el momento, en disolver las organizaciones obreras, sino en instituir los mecanismos de disciplinamiento social que permitan una ofensiva contra los trabajadores. Eso significa su lema “Dios, Patria, Familia”.
 Por otro lado, que ni Meloni ni otros miembros de la coalición reúnan hoy las condiciones políticas para instaurar un nuevo régimen, no opaca que no aprovechen futuros virajes para abrirse paso en esa dirección. Ya fue anunciada su intención de ir a un sistema tipo presidencialista.
 Enfrentar al fascismo requiere nombrar al “huevo de la serpiente” como tal. Para desterrarlo para siempre, hay que terminar con la guerra imperialista y con los regímenes que la promueven y sostienen, e instaurar gobiernos de trabajadores. 

 Luciano Arienti

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