En San Fernando también, a principios de abril, una profesora sufrió el abordaje de otra mamá en una secundaria, dentro del establecimiento. La docente tuvo que retirarse antes de su horario, asistida por otra profesora. La compañera agredida terminó muy afectada emocionalmente.
En una escuela de islas en Escobar –la misma localidad donde una alumna de secundaria estuvo preparando una masacre por tiroteo a principios de año–, un niño del primer ciclo de secundaria perdió la visión de un ojo en un intercambio de golpes con un compañero.
Por dos o tres casos que se conocen, debemos suponer al menos la misma cantidad de casos que no trascienden, porque en el recorrido que hacemos los profesores en la realización de nuestro trabajo, nos vamos enterando de hechos diversos. Sea que hablemos de violencia entre compañeros de curso, o de padres a docentes, o, incluso, de alumnos hacia profesores, la fuente evidente es la crisis que atraviesa a la sociedad, donde la carestía creciente es visible, entre otros datos, en el 60 % de pobreza. La descomposición social refracta en las escuelas. A este respecto, el silencio culposo del gobierno de la provincia y el silencio cómplice de las dirigencias sindicales, apuntan a ocultar este hecho en un momento en que Kicillof quiere perfilarse como presidenciable.
La institución educativa es caja de resonancia del ataque a las condiciones de vida de los trabajadores que mandan a sus hijos a la escuela. Por ejemplo, el problema de la infraestructura, que provoca más días inactivos que los casi inexistentes paros, también está en el barrio. En el de Villa Jardín de San Fernando, hace menos de un mes, el hacinamiento en las viviendas precarias llevó a un incendio en que perecieron tres niños y al menos un adulto.
Si a esto le sumamos los salarios de pobreza que sufren padres y docentes por igual, la mitad de los trabajadores en la informalidad, el crecimiento del narco en las barriadas y, ante este panorama, la orfandad institucional de las familias en sus hogares y la del personal de educación en los establecimientos, tenemos un cóctel explosivo que palpita como una bomba de tiempo.
Al desarrollo de la barbarie en que nos colocan los gobiernos de todos los niveles y de todos los colores, oponemos la autoorganización de las familias en los barrios, en conjunción con la de los trabajadores de la educación en las escuelas. Solo el pueblo organizado puede poner un freno a la debacle.
Ceferino Cruz
04/05/2025
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