martes, febrero 27, 2018

El fantasma anticlerical de los reformistas del 18



Dentro de sus distintos rasgos, el movimiento iniciado por los reformistas hace cien años tuvo un marcado carácter modernizador y anticlerical. Al punto de que hay quienes fechan en 1918 el “ingreso de América Latina en el siglo XX”. Sin dudas, la expansión de la crítica secular iniciada por el estudiantado cordobés resquebrajó a esos “virreinatos del espíritu” que eran las universidades americanas, férreamente tuteladas por el dogmatismo de la Iglesia. Hasta entrado el siglo XIX la universidad de Córdoba sólo ofrecía formación en teología (herencia jesuítica) y derecho (donde se impartía derecho canónico). Aunque para 1873, en plena modernización sarmientina, se introdujeron las ciencias físico-matemáticas, la tutela clerical se mantuvo indemne. En las primeras décadas del siglo XX, en Filosofía se seguían estudiando “los deberes para con los siervos”, como en el medioevo, y en la biblioteca era imposible encontrar libros sobre Darwin, Bernard, Haeckel, Marx o Engels, como si los siglos XVIII y XIX no hubiesen transcurrido. El escudo universitario llevaba la inscripción “Jesús”, se festejaba el día de la Virgen de la Concepción y era obligatorio el juramento profesional sobre los Santos Evangelios[1].
Una casta vitalicia, fuertemente dogmática y tradicionalista, dominaba todas las cátedras, impidiendo cualquier atisbo de libertad de pensamiento. Una sociedad civil y un régimen político fuertemente hegemonizados por la Iglesia formaban parte de la tradición local a la que se opuso otra tradición que empezaba a echar raíces, la de una amplia alianza social de obreros y estudiantes que en las primeras décadas del siglo XX irrumpieron con sus métodos de acción directa y sus demandas sociales. José Aricó leyó esta dualidad como componente de una persistente identidad contradictoria de Córdoba, que definió como una ciudad de frontera entre lo tradicional y lo moderno, lo clerical y lo laico, lo conservador y lo revolucionario[2].
Y probablemente sea la Reforma de 1918, con su impronta anticonservadora, el hito fundante de esa dicotomía. Desde las páginas de La Gaceta Universitaria (convertida en órgano oficial de la recientemente creada Federación Universitaria) el movimiento reformista lanzó duras críticas contra el dominio de la Compañía de Jesús sobre la Universidad. Ahí, planteaban “se hermanaban las doctrinas sombrías de la Iglesia Católica con la hosquedad de una ciencia anquilosada, las fórmulas siniestras de la Inquisición con el casuitismo de la filosofía tomista; los procedimientos tenebrosos de los discípulos de Loyola con las glosas herméticas de la Instituta o las leyes de Indias”[3].
Bajo estas condiciones, una de las demandas del movimiento reformista fue la de la separación de la Iglesia del Estado, que por aquellos días se encarnó en arrebatarle a la Iglesia el dominio de los claustros universitarios. Sería difícil exagerar la conquista que implicó este logro, que abrió paso al ingreso de nuevos docentes, a la libertad de cátedra y con esto a una proliferación de estudios científicos y de reflexiones en torno a la utilidad social del conocimiento y el compromiso con la realidad. Aquel fue el primer desafío serio que sufrió la Córdoba de las campanas, que sin embargo supo resistir en las estructuras partidarias, la administración estatal y en el poderoso arzobispado provincial, partícipe directo de cada golpe de estado.

La actualidad de la impronta anticlerical de los reformistas

Si la metáfora político-cultural de Aricó mantiene productividad es porque, pese a todas las transformaciones sociales experimentadas en nuestra provincia, la siguen anidando tradiciones culturales, sociales e ideológicas divergentes que se expresan a su modo en la disputa social.
Si la Iglesia supo conservar un fuerte peso, arbitrando en cada crisis social de importancia (es sabido que el arzobispado cordobés intentó jugar un rol de contención pidiendo a los diputados no apoyar la reforma previsional) y frenando todo avance en materia de derechos democráticos -como sucedió con el amparo presentado por el Portal de Belén que mantiene suspendida la aplicación del protocolo de aborto no punible en la provincia-, nuevas generaciones salen a la palestra cuestionando su pretensión hegemónica. Lo hizo el movimiento estudiantil en el 2010 cuando generalizó entre sus demandas el rechazo a la injerencia de la educación religiosa en la órbita estatal, y lo hizo el amplio movimiento de mujeres que instaló una agenda propia a fuerza de movilizaciones multitudinarias que conmovieron desde abajo al país y a nuestra provincia poniendo en la discusión pública la realidad de las mujeres. Así la demanda por el derecho al aborto legal ganó aceptación en la mayoría de la población cordobesa que, más allá de sus creencias religiosas, la entiende como una cuestión de salud pública ante las muertes de mujeres en las insalubres condiciones de la clandestinidad.
En la Córdoba tradicionalista comienza a resquebrajarse el consenso en torno a un eje de flotación de la batalla cultural de la Iglesia. Porque ni la educación ni la salud públicas deben ajustarse a los principios de ninguna moral confesional. Hace cien años los reformistas irrumpieron contra un orden dogmático que hacía de la Universidad el “refugio secular de los mediocres” y se inscribieron en la tradición de la Córdoba rebelde, laica, obrero-estudiantil. La misma tradición que nutre y hace grande la lucha de miles por el derecho al aborto libre, legal, seguro y gratuito en los hospitales públicos. No podemos esperar más. También hoy “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”[4].

Paula Schaller
Licenciada en Historia - Conductora del programa Giro a la Izquierda

[1] A cien años de la reforma de Córdoba, 1918-2018 La época, los acontecimientos, el legado, Álvaro Acevedo Tarazona.
[2] José Aricó, “Tradición y modernidad en la cultura cordobesa”. En revista Plural N° 13, pp. 10-14, Buenos Aires, 1989.
[3] La Gaceta Universitaria N° 10, 27 de junio de 1918.
[4] Manifiesto Liminar.

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