Juan Guaidó, militante de Voluntad Popular, célula terrorista de extrema derecha en Venezuela, pasará a la historia como el primer fantoche del siglo XXI en América Latina.
Los gobernantes fantoches fueron criaturas que utilizó el Imperio Romano, y que imitaron los fascistas de Mussolini, los nazis de Hitler y los norteamericanos en América Latina, Iraq y Libia en los siglos XIX y XX.
La diferencia de los fantoches anteriores con el actual de Venezuela, es que aquellos -mal que mal- tenían un gobierno -medio cojo pero gobierno al fin- que se ufanaban de representar.
Un gobierno, aunque sea provisorio y elemental, tiene que disponer de un aparato administrativo, tribunales -corruptos pero tribunales al fin y al cabo-, policía y –lo más importante- fuerzas armadas dislocadas en el territorio nacional que obedecen –o fingen hacerlo- al gobernante fantoche.
Resumiendo: lo mínimo que exigen las reglas del artilugio imperial para someter a un pueblo es que el gobernante fantoche controle toda o buena parte del país.
En el caso de Venezuela, el Diocleciano yanqui invirtió las reglas del juego. En vez de crear primero las condiciones institucionales mínimas que permitieran designar al fantoche, comenzó construyendo la cúpula de la pirámide. El resultado es un desastre de la teoría y de la práctica política. En vez de un gobernante fantoche tenemos en Venezuela un mamarracho al cual ni el policía de la esquina hace caso. Guaidó es un gobernante sin gobierno. No controla aspecto alguno de la vida venezolana. El aparato administrativo, los servicios públicos, las comunicaciones, el presupuesto nacional, la policía, las fuerzas armadas, el espacio territorial, marítimo y aéreo, todo en suma, está bajo las órdenes del presidente constitucional de la república, Nicolás Maduro.
Esto hace aún más risible –o tristemente ridículo- el rol del “presidente” Guaidó. A pesar del reconocimiento instantáneo del imperio y sus gobiernos satélites, él no manda a nadie en Venezuela. Ni siquiera es el presidente fantoche de un verdadero gobierno fantoche. Lo ocurrido en Venezuela es un montaje del monstruo comunicacional que maneja EE.UU.
Peor aún es el papelón que está haciendo más una decena de países latinoamericanos, entre ellos Chile. Otorgaron su reconocimiento diplomático y político al fantoche de Caracas a los pocos minutos de hacerlo la Casa Blanca. Esos gobiernos –algunos de los cuales presumen de serios- confirman la confidencia que hizo el ex presidente peruano P.P. Kuczynski luego de entrevistarse con Trump. Para Washington, dijo el peruano depuesto por corrupto, América Latina y el Caribe es “un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita”.
Duele ver que entre esos perritos se encuentre el gobierno de Chile que en el pasado tuvo una política internacional honorable y apegada a los deberes de la hermandad latinoamericana y al respeto al principio de no intervención. Al gobierno del presidente Piñera -y de su amanuense en Relaciones Exteriores, el tránsfuga ampuero- le faltó la altura de miras del presidente conservador Jorge Alessandri Rodríguez que en 1962 hizo lo posible por impedir la expulsión de Cuba de la OEA. Chile fue uno de los pocos gobiernos que se abstuvo de secundar la maniobra de EE.UU.
¿En qué va a terminar esta astracanada que está viviendo América Latina?
Ojalá que el gobierno de Venezuela mantenga la calma y no convierta esta comedia en un drama. Hay que dejar que las payasadas las hagan los Trump, los Pompeos, los Bolsonaro, los Guaidó y los perritos amaestrados del Grupo de Lima.
Nosotros, seamos serios, por favor.
Manuel Cabieses D.
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