jueves, junio 20, 2019

40 años de “Unknown Pleasures” de Joy Division: nada muere, todo se transforma



Es 15 de junio de 1979 en Inglaterra y, a pesar de que atrás quedo uno de los inviernos más fríos de las últimas décadas, nada parece indicar que el clima mejorará con el verano.
Las frías ventiscas de otro invierno, “el invierno del descontento” de 1978 -aquel paquete de medidas de ajuste del gobierno laborista de James Callagham, resistida con grandes huelgas de los gremios estatales- parecen tener continuidad con el triunfo de Margaret Thatcher en las elecciones de mayo del ‘79.
En Inglaterra todo parece una distopía sombría, con ciudades que en el pasado fueron colosales industrias y que para 1979 eran cementerios de fábricas, donde los trabajadores sobreviven con un cheque de desempleo, donde la juventud deambula por las calles sin rumbo, entre escombros y casas tomadas, mientras abrazan una especie de revolución llamada “punk”, que se ha encargado de escandalizar y provocar a la flemática sociedad británica en los últimos tres años y que, de forma paradójica, en 1979 se ha transformado en una tendencia de las principales casas de moda y la industria discográfica.
Es en este contexto, y desde los escenarios de la olvidada ciudad de Manchester, donde cuatro jóvenes, también sin rumbo, grabaron uno de los discos más influyentes y creativos del rock: Unknown Pleasures, del grupo Joy Division, que en estos días cumple 40 años.

Placeres desconocidos y desordenados

Unknown Pleasures, con su icónica portada con un gráfico de múltiples frecuencias de un púlsar (una radiante estrella de neutrones), quizás sea uno de los fenómenos más singulares en la historia de la música: en tan solo cuatro días, cuatro jóvenes veinteañeros lograron registrar crear algo tan distinto a lo conocido por esos tiempos.
Un disco cuyas influencias musicales -desde la oscuridad de los 60s con The Doors y la Velvet Underground, la versatilidad de David Bowie y el visceral Iggy Pop, hasta propuestas más experimentales como la escena alemana del Krautrock con grupos como Kraftwerk, Can y Neu- quedaban sutilmente escondidas ante un talentoso sonido ambiental, que logra en sus diez canciones un clima tan íntimo como etéreo y oscuro.
La guitarra estridente de Bernard Sumner, las melódicas líneas de bajo de Peter Hook -que eran una voz más- los ritmos atrevidos de Morris y las crípticas letras del cantante Ian Curtis, cuyo registro de voz recordaba por momentos al de Jim Morrison, crearon una propuesta que tenía potencial y era diferente al punk de sus contemporáneos.
Su productor, Martin “Zero” Hannett, tendría una gran importancia en la carrera de Joy Division, y en particular en Unknown Pleasures. Hannett quería ir más allá de los sonidos convencionales del punk rock. Deseaba experimentar con cajas de ritmo y sintetizadores. Buscaba un sonido distinto, más amplio, más espacial, más expansivo, pero más frío, por lo que no recurrió a lo analógico sino a la incipiente tecnología digital, apelando a recursos sonoros como el delay, chorus, reverb y la ecualización.
El crítico de música y escritor Simon Reynolds indicó al respecto de la producción: “Hannett hablaba de crear ‘hologramas sonoros’ por medio de la superposición de capas de ‘sonidos y reverbs’. Su uso distintivo del digital delay AMS, sin embargo, era más sutil. Le aplicaba a la batería un delay de un microsegundo que, aunque era apenas audible, creaba una sensación de espacio cerrado, un sonido abovedado, tal y como si la música hubiese sido grabada dentro de un mausoleo. Hannett también creó sonidos casi subliminales que titilaban como espectros en los recovecos más recónditos de los discos de Joy Division”.
Otro aspecto importante de Unknown Pleasures es su influencia literaria, ligada con la afición de Ian Curtis por la obra de escritores como William Borroughs, Frans Kafka, James Ballard, Dostoyevski y Gogol. Particularmente la canción “Interzone”, que hace referencia al libro homónimo de Burroughs, relato de un mundo tecnológico y acelerado en donde se destaca la historia -que se cuenta en desorden- de William Lee, un adicto que viaja por todo Estados Unidos escapando de la policía y buscando con qué drogarse. En este caso Curtis se mete en el personaje de Lee, para escribir acerca de un viaje entre ciudades mientras, medio perdido y con los sentidos alterados, busca a “sus amigos”.
En definitiva el disco debut de Joy Divison, lanzado en forma independiente a través del sello “Factory Records”, comulgaba con la lógica del Post Punk, es decir la idea de tomar la energía y simpleza del punk para expresar emociones mucho más profundas que los catártico “fuck you” y “No future”. Un álbum que transformó a Joy Division en una banda “bipolar”, ya que mientras que en el vinilo tenían un sonido ambiental e introvertido, en vivo eran una furia conjugada con los bailes epilépticos de Ian Curtis.
Y fue el Manchester de fines de los 70s, con su desocupación, sus fábricas abandonadas, sus calles sucias y húmedas, que por momentos recordaban a la fangosa e insalubre ciudad que Engels describió en La situación de la clase obrera de Inglaterra, el escenario perfecto.

Romper todo y empezar de nuevo

No hay dudas de que la aparición de Joy Division no fue simplemente un antes y después en la escena musical inglesa sino también el inicio de ese movimiento tan experimental y versátil como lo fue el “Post Punk”, tal vez la respuesta a la “estandarización” tanto estética como comercial de la rabia punk de 1977.
Con grupos como Siouxsie & the Banshees, The Cure, Bauhaus, PIL, Wire, The Fall y Magazine, entre otras, el post punk marco una nueva fase de búsqueda por fuera de los clásicos parámetros del rock. Dicho género reconocía cierta filiación en el Art Rock o inclusive en el propio rock progresivo de comienzos de los ‘70, aunque no en sus pretensiosas fusiones musicales con la música clásica del siglo XIX sino más bien en la idea de experimentar musicalmente desde el minimalismo.
Al contrario del estilo casi panfletario del punk rock, el post punk -que también abrazó causas políticas y sociales- se valía de un mensaje más sofisticado, con letras de corte existencialista y donde el “yo” tenía un preponderante protagonismo. El género también trató de desarrollar sus propios discursos de denuncia, exponiendo los mecanismos de manipulación del poder, pero a través de las acciones de los individuos en la vida cotidiana (el consumismo, las relaciones sexuales, el sentido común), cuestionándolo todo desde una voz individual e introspectiva. A diferencia del punk, el potencial subversivo de la retórica post-punk tiene que ver con el uso estético del lenguaje y de la forma musical, y no con la música como acompañamiento del mensaje de crítica.
La carrera de Joy Division fue tan corta como intensa, finalizada ante el suicidio en 1980 de Ian Curtis, quien se encontraba fuertemente vulnerable a nivel emocional y de salud por sus recientes ataques de epilepsia.
Pero bastaron tan solo cuatro años y dos discos para que el grupo se convirtiera en un faro inspirador de sonidos y géneros, como así en la antesala de uno de los proyectos musicales más significativos de los 80s y 90s: New Order.
Bandas como U2, The Cure, Killing Joke, The Cult, Depeche Mode, Nine Inch Nails, Radiohead u otras más recientes como Arcade Fire e Interpool han sido grandes tributarias de Unknown Pleasures.
Pero hubo una banda con la que particularmente la cultura popular de Argentina experimentó el sonido de Joy Division, y no provino de Manchester ni de Londres, sino más bien desde los suburbios de Hurlingham: con Sumo, quizás el grupo que mejor supo interpretar a la Buenos Aires de la pos dictadura: su denso ambiente, sus personajes divagando sin rumbo alguno, su decadencia. Posteriormente aparecieron otros grupos como La Sobrecarga, Fricción o inclusive Alerta Roja con su disco El llanto Interior, editado en la fiebre post punk porteña de 1986.
Unknown Pleasures de Joy Division fue un disco que, desde las ruinas de lo que alguna vez fue la cuna de la revolución industrial, transformó a la olvidada Manchester en una meca de la música y la cultura contemporánea.

Agustín Carucha

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