sábado, junio 29, 2019

Las tensiones comerciales y el empeño en salvar al capitalismo a costa de los más débiles

El 21º informe de vigilancia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) sobre las medidas comerciales del G-20 muestra que el valor del comercio abarcado por las nuevas medidas de restricción de las importaciones introducidas durante el período (octubre de 2018 a mayo de 2019) fue más de 3,5 veces superior al promedio desde mayo de 2012.
Las medidas proteccionistas de Donald Trump tienen implicaciones tan graves que, de ponerse en práctica en toda su dimensión se desataría algo mucho más profundo que una guerra comercial con China y Europa, de consecuencias catastróficas. Una política de acción-reacción semejante, arrastraría a la economía internacional hacia una depresión profunda, y no parece que los sectores decisivos del capitalismo norteamericano —que dependen del mercado mundial— estén mucho por la labor.
El informe, , publicado el 24 de junio, constata que el valor del comercio abarcado, que asciende a 335.900 millones de dólares durante el período, es el segundo valor más alto de que se tiene registro, después de los 480.900 millones comunicados en el período anterior.
Juntos, estos dos períodos representan un aumento drástico del valor del comercio abarcado por las medidas de restricción de las importaciones, lo que ha llevado al Director General de la OMC, Roberto Azevêdo, a exhortar a las economías del G-20 a colaborar urgentemente para mitigar las tensiones comerciales.
El 18 de junio en el marco de la Conferencia del Centenario de la OIT el mismo Azevêdo recordaba que aplicar “parches viejos” en momentos de grandes cambios estructurales en todo el planeta “no va a funcionar”. Las soluciones necesarias, agregó, se encuentran en gran parte “en las políticas nacionales, que es lo que los gobiernos pueden hacer. Por supuesto, las organizaciones internacionales tienen un importante papel que desempeñar, en particular al identificar los problemas, proponer soluciones e incentivar el debate a nivel nacional, de manera que avancemos y progresemos en la dirección correcta”.
No se trata de saber si el centro del problema es ver quién tiene razón, sino analizar el espejismo del capitalismo depredador subsumido en una profunda crisis mundial, acrecentado además por los desequilibrios y el patético rol del líder de la principal potencia mundial.

Las contradicciones que corroen el capitalismo

Las graves contradicciones que corroen el capitalismo del siglo XXI han vuelto a traer a colación los viejos demonios, abriendo la caja de Pandora de todos los problemas acumulados durante décadas. Los estados nacionales más poderosos, que ahora están confrontados en sus batallas comerciales asumen la tarea de organizar y administrar el comercio mundial no en la perspectiva real de un libre mercado, sino para asegurar la hegemonía de sus empresas sobre los mercados nacionales y locales de las naciones emergentes claramente menos poderosas.
Es muy claro que el comercio mundial está cada vez más determinado por los comportamientos monopólicos que dominan el mercado mundial. Debemos visibilizar que la mayor parte del comercio Internacional actual se realiza al interior de las corporaciones o empresas multinacionales, transnacionales o globales.
En este escenario, la OMC juega un rol de árbitro legal en el ámbito del Órgano de Soluciones (ODS). Así, el libre comercio es un mito, es una falacia y lo que en realidad predomina es la noción de un comercio desigual. En realidad se trata de impedir que las naciones emergentes dispongan mecanismos de defensa de sus mercados.
El dominio de los mercados nacionales o locales también dependen en gran medida del control de los medios de información y comunicación que logran a través de la publicidad y el resto de los mecanismos más sofisticados de gran influencia cultural, determinar conductas y comportamientos que se traducen en un consumismo solvente, cuyo núcleo central es el mercado.
La idea de una organización mundial del comercio no es un instrumento de la libertad del mismo, sino del ordenamiento del comercio mundial a favor de un núcleo central de países bajo la égida de un capitalismo puro y duro. Durante las últimas décadas se aceleró un proceso de grandes transformaciones mundiales que cambiaron radicalmente las bases sobre las cuales se asentaban las relaciones internacionales y que han tenido una profunda repercusión en la vida interna de todas las naciones del mundo.
En ese contexto, los países industrializados favorecidos por los organismos internacionales han utilizado y utilizan su poderío y las ventajas económicas y políticas derivados de la actual correlación mundial de fuerzas para continuar a imponer su “nuevo orden mundial”, el neoliberalismo, que hace a los países del tercer mundo más subordinados y dependientes de los países industrializados. Inmersos en sus guerras comerciales, por los mercados y las materias primas ,es la contradicción que sigue sustentado el capitalismo.

La recesión que ¿viene?

Cada vez más economistas burgueses reconocen que estamos frente a una nueva recesión en Europa y EEUU. Incluso, en el horizonte de sus economías se avizora una depresión severa de la economía mundial. Sería por lo tanto imprudente infravalorar las maniobras del gran capital para evitar a toda costa una nueva recaída que desemboque en una depresión similar a la de los años 30 del siglo XX.
No obstante, algunos defensores a ultranza del sistema sostienen que las tensiones comerciales sirven al menos como un recordatorio de que la economía mundial no tiene fronteras, destacando que las disciplinas jurídicas de la OMC están funcionando, adecuadamente. Y que pese a todo lo que se habla de guerras comerciales, la economía mundial no se parece en nada a lo que fue en la década de 1930. Sin lugar a dudas estamos mejor que en la Grecia de Pericles.
Sin embargo, algunos datos preocupan: el crecimiento económico mundial (y el crecimiento de EE UU.) puede haber alcanzado su punto máximo y actualmente lleva dos periodos sin crecimiento. En esta dirección podemos incluso analizar la realidad política y económica de nuestros países, que se guían por los preceptos de la libre movilidad de capitales , la apertura comercial irrestricta , las privatizaciones de servicios públicos estratégicos y la desregulación a través de reformas de flexibilidad del mercado laboral, todo esto bajo un contexto de un mayor control del excedente por el capital financiero, a través de los fondos de inversión , los fondos provisionales y la propia inversión directa.
Los planes de ajuste, recortes y austeridad no han logrado generalizar la recuperación y han provocado graves desequilibrios económicos, sociales y políticos. La dinámica caótica del sistema capitalista se observa también en una actividad especulativa frenética.
Instituciones capitalistas como la OCDE, UNCTAD, FMI, BM. etcétera, han advertido que el mundo está a punto de “entrar en la tercera fase de la crisis financiera”. Y esto afecta también a la productividad del trabajo, que, a pesar del avance de la robótica, las tecnologías de la información, de la globalización, está disminuyendo, lastrada por la caída de la inversión productiva.
Es difícil afirmar de antemano si en el marco actual de la evolución capitalista se conseguirá evitar este desenlace o, por lo menos, si lo aplazarán a corto plazo. Pero de lo que no cabe duda es que la actual situación de estancamiento del comercio mundial, de sus guerras comerciales, de crisis de sobreproducción, de desempleo masivo, pausado por el subempleo informal y desigualdad creciente, seguirá alimentando la polarización económica, política y social, que a corto o mediano plazo tendrá consecuencias dramáticas.
El último recurso a lo cual se nos convoca no es más que ser la carne de cañón de semejante desparpajo.

Eduardo Camin
CLAE

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