miércoles, abril 08, 2009

La crisis de 1929 y sus repercusiones en la revolución latinoamericana

La crisis de 1929 tuvo repercusiones que se extendieron por todo el globo, es muy común escuchar comentarios relacionados con los acontecimientos políticos derivados tanto en Europa como en Estados Unidos. No obstante resulta muy interesante revisar sus repercusiones políticas en América Latina.
Debemos recordar que el desarrollo del capitalismo latinoamericano, salvo en raras excepciones como México, no vivió procesos de carácter revolucionario. La burguesía que se gestó sobre la base de la convivencia de los terratenientes y los capitales imperialistas, era brutalmente reaccionaria y durante mucho tiempo trató de preservar las relaciones serviles aún en el marco de la producción de mercancías para el consumo internacional.
La posguerra significó una época dorada para la burguesía oligárquica latinoamericana, no obstante la crisis del 29 significó un duro golpe para este modelo de explotación capitalista. "En Argentina el ingreso por habitante disminuyó cerca de 20% entre 1929 y 1934 y sólo en 1946 recuperó el nivel alcanzado antes de la crisis; en Uruguay, todavía en 1943 tal ingreso era inferior al de quince años antes; en Chile, en 1937 el producto interno bruto aún no había recuperado, en términos absolutos, el nivel de 1929" (Agustín Cueva, El desarrollo del capitalismo en América Latina., Pág. 173)
México no vivió una excepción; apenas en 1929 se había logrado recuperar el nivel de producción del periodo inmediato anterior a la revolución. La nueva sacudida del 29 generó una ambiente explosivo que se manifestó en el auge de lucha de clases de los treintas.
En general una crisis genera miedo e inmovilidad en las masas trabajadoras, no obstante en el caso latinoamericano el efecto fue un severo shock que tuvo profundas repercusiones políticas.
Las masas latinoamericanas recién habían construido sus propios partidos comunistas y en muchos casos como en Cuba, México, Chile, Centroamérica, estaban en vías de convertirse en partidos de masas. No obstante, la degeneración estalinista significó un obstáculo que no pudieron salvar.
Después de shock que significó en un primer momento la crisis las masas se levantaron por todo el continente, no hubo un solo régimen estable en toda América:
En México la radicalización del movimiento llevó a la construcción de frentes de lucha obreros y campesinos de carácter nacional y a movilizaciones proletarias inmensas; el partido comunista, aún sumergido en enfermedad sectaria logró integrar frentes de masas como el Comité de Defensa Proletario y después la Central de Trabajadores de México, en cuyas consignas figuraba la lucha por el socialismo.
En El Salvador la radicalización llevó al crecimiento del Partido Comunista de Centroamérica que en pocos años pasó de decenas a miles de activistas. Lamentablemente el joven partido, victima de las directivas extremistas de la Internacional Comunista, se vio arrastrado por los acontecimientos sin poder ponerse al frente de la insurrección de 1932. Cuenta Roque Dalton que una flota de barcos norteamericanos esperaba frente a las costas para actuar en el caso de que el ejército salvadoreño no fuera capaz de aplastar la insurrección comunista. No fue necesario, debido a la falta de preparación la insurrección fue derrotada y sus dirigentes, así como más de 30 mil trabajadores, la mayoría del campo, fueron ejecutados en una de las masacres más crueles que hasta ese entonces se tuvieran memoria.
El Nicaragua la lucha de Sandino obligaba al retiro de las tropas norteamericanas, no obstante los militares "nacionalistas" encabezados por Somoza no dudaron en traicionar al "general de hombres libres" y asesinarlo para sumir a Nicaragua en una larga noche dictatorial. Nuevamente los Estados Unidos dieron su beneplácito; Roosevelt, no sin una dosis de realismo. Afirmó: "sí, Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta"
En Brasil la crisis social se había desatado también durante los años veintes, periodo durante el cual se desatan insurrecciones por parte de jóvenes oficiales, los tenentes (tenientes). La más conocida, debido a que se transformó en un movimiento que recorrió gran parte del territorio brasileño y no logró ser aplastada por el ejército, fue la dirigida por el capitán Luis Carlos Prestes. Al final estalla la revolución de 1930 que pese a la forma que esta asume, sí logra trastocar para siempre la dirección política que la oligarquía brasileña ejercía desde la época colonial, es cierto que el proceso de 1930 surge como un conflicto entre diversas facciones de la oligarquía y que al final surge Getulio Vargas como la figura que la burguesía nacional emplea para capear el temporal. No obstante el proceso no se detiene en 1930, la crisis política se profundiza y ello incluyó la mal orquestada insurrección comunista dirigida por Prestes en junio de 1935. La salida bonapartista de 1937 con la proclamación del Estado Novo, marcó el final de un proceso y una derrota muy costosa que pudo ser evitada. Nuevamente el Partido Comunista Brasileño tuvo gran responsabilidad al actuar en el momento equivocado por las razones equivocadas, facilitando al gobierno de Vargas el combate a los comunistas y al conjunto del movimiento obrero.
En Chile las convulsiones sociales cestadas a lo largo de los años veintes desembocan en la república socialista de junio de 1932 presidida por Carlos Dávila. Lamentablemente, el Partido Comunista de Chile consideraba que todo aquello que no fueran ellos mismos, era reaccionario, lo que facilitó el asilamiento de la república socialista la cual fue aplastada con un golpe de Estado en septiembre de 1932 encabezado por Arturo Alessandrí. Cierto es también que el Gobierno de Dávila no hizo nada para entregar armas al pueblo ni existía una organización política de masas que fungiera como estructura fundamental de una transformación social, por lo que el gobierno de Dávila se vio suspendido en el aire. No obstante es evidente que el proceso se da en los marcos de un proceso revolucionario a nivel continental y un triunfo en Chile o en cualquier otro país en ese momento hubiese modificado toda la situación. Al final, a pesar de la derrota el elemento más importante de aquel episodio fue la necesidad de un partido marxista, como lo pretendió ser en sus inicios el Partido Socialista creado poco después.
En Cuba mientras tanto, la revolución también da la cara. Ya durante los veintes el marxismo cubano enfrentó la dictadura de machado construyendo al Partido Comunista y varios sindicatos. El asesinato de Mella en México no paró la revolución, en 1930 las manifestaciones de decenas de miles de trabajadores exigiendo poner fin a la dictadura se suceden una tras otra. Así llega el año de 1933. Con la mayoría en los sindicatos y con decenas de miles de militantes, el PC tenía la clave de la situación, no obstante cometió error tras error; en primer lugar no reconoció la situación revolucionaria que se estaba desarrollando y en lugar de plantear un programa para la toma del poder señalaba que dado que la revolución sería nacional, lo que correspondía a los comunistas era lograr mejoras materiales, por lo cual ante el estallido de una huelga general pactó una salida negociada con el gobierno de machado. (S. Tutino, L"Ottobre cubano, Pág. 65).
En agosto estalló la huelga en el transporte, la cual el dictador busca sofocar violentamente, como suele acontecer en estos casos, los soldados se rehúsan a intervenir sumándose de este modo a la revuelta que termina por derribar a Machado. Los acontecimientos toman al PC totalmente por sorpresa y pretendiendo recuperar las posiciones perdidas da un giro utraizquierdista. No obstante sectores de la oficialidad habían aprovechado las circunstancias para aparecer como árbitros en el seno del gobierno, de entre ellos surge, por cierto, Batista. Sin duda la burguesía estaba muy dividida entre sí, los gobiernos formados sólo duraban algunos meses y se abría el espacio para un nuevo dictador, mientras tanto los comunistas eran fieramente reprimidos producto de los errores de su dirección.

¿Democracia o socialismo?

Nos hemos detenido un poco más en los acontecimientos políticos de los años treintas para demostrar que la lucha contra el sistema capitalista implantado por la alianza entre la oligarquía y el imperialismo fue ferozmente combatido por las masas latinoamericanas y estos acontecimientos constituyeron una verdadera revolución continental.
La proximidad de la guerra impedía una acción contundente del imperialismo, como pasaría decenios después, al mismo tiempo la tímida burguesía emergente resultaba como beneficiaria de la política unas veces ultraizquierdista y la más de las veces abiertamente claudicante, que tenían los partidos mal llamados comunistas.
La naturaleza aborrece el vacío, las masas se habían levantado contra el capitalismo oligárquico pero los partidos comunistas habían desperdiciado la oportunidad de avanzar al frente. Marxistas como Agustín Cueva consideran el resultado de este proceso como producto del carácter "semicampesino" del proletariado (Cueva, El desarrollo del Capitalismo en América Latina, Pág. 157). Cueva considera que las derrotas del proletariado fueron una mal necesario en su proceso de conformación en clase en sí y que el carácter francamente socialista de la lucha proletaria se verificará en el marco de la crisis del populismo o capitalismo de Estado que resultó de la mayoría de las luchas antioligarquicas.
En nuestra opinión una revisión de los acontecimientos de ese periodo conceden en todos los casos grandes posibilidades de triunfo al proceso revolucionario. En todos los casos el establecimiento de ese "capitalismo de Estado" conocido como populismo no fue sino resultado de la derrota de la revolución, es decir significó una salida reaccionaria en el marco de la imposibilidad de que la oligarquía retomara el control y de la necesidad de responder a las demandas de las masas que se habían levantado y a las necesidades mismas de los capitalistas, en particular la creación de una infraestructura mínima que posibilitara su desarrollo.
Un auténtico triunfo de revolución hubiera significado el avanzar en la completa democratización de la sociedad, en el control de los bancos y la industria por parte de los trabajadores, es decir, en la realización de medidas de carácter socialista, no era que la revolución no fuera socialista en 1930. De hecho ninguna revolución empieza con proclamas socialistas, sino luchado contra el sistema establecido, es decir, se engendra como producto de la crisis de una formación social determinada. Las consignas que llevaron al poder a los bolcheviques eran pan, paz, tierra. No eran socialistas en sí, no obstante Lenin y Trotsky sabían que su realización implicaba el avance de la revolución hacia el socialismo. En el marcos del sistema capitalista en su fase imperialista, es decir con un sistema económico global esto era válido para Rusia en 1917, mucho más para América Latina en los treinta, la cual estaba en algunos casos muchísimo más desarrollada que Rusia en 1917.
Es verdad que la derrota enseña, y sin duda el análisis de las derrotas de los treinta nos sirve ahora y servirá a los revolucionarios del futuro. No obstante las derrotas no son inevitables, lo mostró la revolución de octubre y experiencias como la cubana de la cual nos ocuparemos en el futuro.
León Trotsky ocupándose del problema de México, señalaba algunas cuestiones que son válidas para el peculiar resultado de los procesos revolucionarios de los treinta y años posteriores:
"En los países industrialmente atrasados el capital extranjero tiene una función decisiva. De aquí la relativa debilidad de la burguesía nacional respecto al proletariado nacional. Esto determina un poder estatal de tipo particular. El gobierno se balancea entre el capital extranjero y el capital indígena, entre la débil burguesía nacional y el proletariado relativamente fuerte. Esto proporciona al gobierno un carácter bonapartista sui géneris, de tipo particular. Se coloca, por así decir, por encima de las clases. En realidad puede gobernar o convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y manteniendo encadenado al proletariado con las cadenas de una dictadura policíaca o maniobrando con el proletariado y alcanzando incluso a hacerle algunas concesiones, asegurándose en tal modo la posibilidad de una cierta libertad en confrontaciones con algunos capitalistas extranjeros. La política actual (de Cárdenas) se coloca en la segunda categoría: sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y de la industria petrolera. Estas medidas se colocan directamente sobre el plano del capitalismo de estado. No obstante, en un país semicolonial, el capitalismo de estado se encuentra bajo la pesada presión del capital privado extranjero y de sus gobiernos y no puede mantenerse sin el apoyo activo de los trabajadores. Por esto sin dejarse escapar de las manos el poder real, intenta de hacer recaer sobre las organizaciones obreras gran parte de las responsabilidades para el funcionamiento en los sectores nacionalizados de la industria." (León Trotsky, Industria nacionalizada y gestión obrera).

El Río de la Plata, un caso particular

Un caso particular en los acontecimientos de los estados latinoamericanos fue El Río de la plata. La ausencia de una fuerte economía de carácter colonial facilitó una inserción relativamente más simple de relaciones capitalistas de producción. La propiedad terrateniente de un carácter francamente capitalista desde finales del siglo XIX y las necesidades prácticas de la exportación de productos agropecuarios los llevó a una industrialización muy temprana, al grado de que para mediados del siglo, aún luego de quince años de problemas derivados de la crisis del 29 el porcentaje de trabajadores asalariados en Argentina y Uruguay representaba cerca del 70% de la población económicamente activa.
De forma paralela, este proceso produce una sindicalización de una forma muchísimo más basta que en otras regiones latinoamericanas, no obstante esto, las bases del desarrollo capitalista se encuentran en la explotación de la agroindustria. La crisis de 1929 azota de forma significativa estas economías, por lo que en este periodo lo que encontramos no es una crisis del sistema oligárquico semicolonial como se dio en otras regiones latinoamericanas, sino una crisis de la oligarquía capitalista nacional fincada en las exportaciones de materias primas, especialmente alimentos

La esencia del populismo

Los rasgos generales del proceso de crisis del 29 dio origen en América Latina a un prolongado proceso de convulsiones sociales, en muchos casos abiertamente revolucionarias, las cuales al no contar un direcciones proletarias dignas de ese nombre terminaron en las manos de distintos caudillos burgueses; el populismo fue pues un subproducto de las revoluciones abortadas de los treinta que, ante el impasse del capitalismo a nivel mundial, contaron con un cierto margen de maniobra para un cierto balance entre las clases por parte de los gobiernos, en muchos de los casos vinculados directa o indirectamente con el ejercito, la única fuerza del Estado capaz de jugar el aparente papel de "arbitro entre las clases".
El proceso resulta contradictorio pero al final ofrece una salida al desarrollo de las fuerzas productivas. Todo proceso revolucionario por deformado que sea lo hace. La burguesía nacional no sólo no juega un papel progresista sino que, en cuanto tienen las condiciones, se vuelve a entregar al capital trasnacional y somete al nuevo proletariado, especialmente cuando el auge de la postguerra se agota.
El populismo es para la burguesía un mal necesario, a la larga se convierte en matrona del capitalismo que de otro modo nunca hubiera pasado de una simple burguesía compradora de estilo oriental. Una vez que juega su papel la burguesía se deshace de él como un limón exprimido, no al margen de múltiples conflictos de clase.
El verdadero drama de esta época es que los partidos comunistas, teniendo todo el potencial para convertirse en fuerzas de masas dirigentes del proletariado y del campesinado se contentaran con ser simples comparsas de los caudillos burgueses. Aún hoy en día la carga ideología del caudillismo burgués latinoamericano, sigue constituyendo un obstáculo para el desarrollo de un autentico movimiento independiente de la clase obrera y del campesinado pobre.
No obstante la coyuntura actual no deja a la burguesía ningún espacio para volver a engatusar al movimiento como lo hizo en los treinta y cuarenta, el populismo, visto como lo que es: un movimiento burgués, no se repetirá, primero porque la gran burguesía no esté interesada en él y segundo porque no tiene reformas que ofrecer a las masas.
No obstante no debemos bajar la guardia, la lucha por un movimiento independiente de los obreros y campesinos pobres no será un debate doctrinario, sino un proceso de lucha en el seno del los movimientos de emancipación, tengan el origen que tengan. Será ahí, en la calle, en las barricadas, en la fábrica tomada, en la lucha del ejido y del barrio, donde el programa del marxismo deberá demostrar su derecho a prevalecer.

Rubén Rivera
martes, 07 de abril de 2009

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