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domingo, agosto 25, 2019
Conspiración anticubana, agosto 1959: Dios los cría, la CIA los junta
Invasores detenidos en Trinidad durante la operación, entre ellos, el hijo del alcalde batistiano de La Habana.
Esta conjura, protagonizada por el sátrapa dominicano, politiqueros cubanos y exmilitares batistianos, contó con el beneplácito y apoyo de la agencia estadounidense
El avión C-47, tras sobrevolar nerviosamente durante varios minutos sobre la zona, se había dignado aterrizar en el aeropuerto de la ciudad de Trinidad. Aun así, todavía sus tripulantes, cautelosos, no apagaron los motores. Al abrirse la portezuela de la nave, descendió el sacerdote católico español Ricardo Velazco Ordóñez. Enviado especial del sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo, traía la encomienda de coordinar acciones y precisar el lugar, día y hora del desembarco de la Legión Extranjera que se organizaba en Quisqueya para reforzar a las fuerzas anticastristas en una sublevación contra el Gobierno Revolucionario.
Al emisario lo recibió en la pista Filiberto Olivera, quien, según ciertos rumores, encabezaba un levantamiento contrarrevolucionario en el territorio. Un grupo de campesinos armados asistía al encuentro. “Tengo tomada la carretera de Guao hasta Trinidad y por la de Trinidad a Sancti Spíritus llego a Banao para poder dividir la república en dos y avanzar sobre Santa Clara y La Habana”, informó el cubano, quien pidió ayuda en asesores y armas. En ese momento, las comunicaciones radiales de su tropa con el régimen trujillista tenían como fondo el ruido de explosiones y disparos de lo que parecía un combate que se desarrollaba en las cercanías.
El cura sonrió complacido: “Bueno, me voy para Santo Domingo, después te daré respuesta”. Por lo pronto, le entregó a Olivera un alijo de armas y pertrechos, entre los que se incluían 10 bazucas, 3 000 pistolas y abundante parque. Lo que ignoraba Velazco era que, a escasos 200 metros de él, se ocultaban en una caseta Fidel, Camilo, Almeida, Celia y otros altos jefes rebeldes. Por órdenes del líder de la Revolución, varias ametralladoras de calibre 50, enmascaradas en la maleza, apuntaban hacia el avión.
Antes de partir, Velazco repartió entre los presentes rosarios y medallas. La tropa comenzó a aplaudir y dar vivas a Trujillo. Con esta dramaturgia ideada por Fidel –y actuada magistralmente por Olivera y los supuestos campesinos traidores a la Revolución–, se arribaba a los capítulos finales de la llamada Conspiración Trujillista, la primera gran conjura contrarrevolucionaria para derrocar al gobierno del pueblo y para el pueblo, protagonizada por el sátrapa dominicano, politiqueros cubanos y exmilitares batistianos, con el beneplácito y apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos. Porque como bien dice el proverbio: Dios los cría…
Los inicios de la conjura
Con la toma de posesión de Fidel como primer ministro, el 16 de febrero de 1959, comenzaron a promulgarse aceleradamente las leyes revolucionarias que se habían anunciado en el Programa del Moncada. Una de ellas, la 122 del 3 de marzo, que anulaba las concesiones hechas por la tiranía batistiana a la Cuban Telephone Co., y disponía la intervención de esa empresa, afectaba particularmente a una de las transnacionales estadounidenses más influyentes en Washington.
No es de extrañar que, 23 días después, en la reunión 400 del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), la representación de la CIA alertara sobre el “peligro cubano”. Por uno de esos azares concurrentes, ese mismo 26 de marzo se creaba en La Habana el Departamento de Investigaciones del Ejército Rebelde (DIER), antecesor de los órganos de seguridad de la Isla.
De acuerdo con documentos localizados por los historiadores Andrés Zaldívar y Pedro Etcheverry, el 14 de abril, en la embajada de Estados Unidos en Cuba se elaboró un plan que tenía como objetivos impedir la radicalización del proceso revolucionario en la mayor de las Antillas y fortalecer los elementos anticomunistas en el Gobierno, fuerzas armadas, sindicatos, la prensa, escritores, radio y TV, la Iglesia y los estudiantes.
Según estos dos investigadores, “esta estrategia tuvo incidencia directa en la creación de una contrarrevolución en Cuba. A la vez el proselitismo anticomunista realizado en el seno del Gobierno Revolucionario y el Ejército Rebelde por el jefe militar de Camagüey, comandante Huber Matos, estuvo a todas luces bajo la dirección de la CIA”.
El caso Morgan
También por aquellos días, mafiosos italo-norteamericanos inversionistas en la Isla propiciaron los primeros contactos de funcionarios de la embajada trujillista en La Habana con el comandante rebelde de origen estadounidense Willian Alexander Morgan. Fuentes allegadas a la Contrainteligencia (CI) cubana aseguran que desde febrero de 1958 este personaje trabajaba activamente para la CIA, “la cual lo utilizó para penetrar y convertir la jefatura del Segundo Frente Nacional Escambray (SFNE), grupo insurreccional que operaba en esta región montañosa, en punta de lanza contra el Ejército Rebelde. Habilidoso y astuto, devino mano derecha y eminencia gris del jefe de esa organización, Eloy Gutiérrez Menoyo”.
A Morgan sus empleadores le habían fabricado una historia de vida donde se entremezclaban hechos reales (había combatido en el ejército de su país durante la Segunda Guerra Mundial, estuvo acantonado en Japón tras el término de la contienda) con otros probablemente apócrifos (el amigo suyo asesinado por la Policía batistiana en 1957). Incluso sus biógrafos afirman que en su juventud tuvo problemas con la justicia y que en 1948 fue sometido a corte marcial que lo sentenció a baja deshonrosa de las fuerzas armadas y dos años de cárcel en una prisión federal.
Zaldívar y Etcheverry aseveran que en dos viajes realizados a Miami en abril y mayo de 1959, Morgan coordinó los planes con el cónsul dominicano, coronel Augusto Ferrando, y con el sacerdote Ricardo Velazco Ordóñez. Este último viajó a Cuba en junio para ajustar la participación en la conjura de un grupo de representantes de la alta burguesía criolla, políticos tradicionales y exmilitares batistianos en servicio activo en esos momentos, con fuertes vínculos con la embajada norteamericana. Pero las idas y venidas del comandante yanqui y sus frecuentes encuentros con elementos desafectos suscitaron la suspicacia de los agentes del DIER.
Ante el temor de haber sido descubierto, Morgan dio un giro de 180 grados y decidió informar al Estado Mayor Rebelde de la conjura en curso. A partir de entonces, la Dirección Revolucionaria asumiría secretamente el control de aquellos planes. Distintos combatientes, como el joven Manuel Cisneros Castro, mantendrían las comunicaciones radiales de forma permanente con Trujillo; otros compañeros del naciente DIER cumplirían importantes tareas en la penetración y control de los complotados en Cuba.
Al regresar de un tercer viaje a Miami, a finales de julio, Morgan recibió en alta mar un yate con un valioso cargamento de armas, momento en que la Dirección de la Revolución decidió neutralizar los planes de acciones paramilitares.
El fin de la conjura
Un titular del periódico Revolución, en su edición del 10 de agosto de 1959, reportaba el arresto en todo el país, desde tres días antes, de numerosos contrarrevolucionarios, entre los que se encontraban cerca de un millar de miembros de los antiguos Ejército y Policía batistianos. Llamaba la atención que entre los conspiradores estaban varios latifundistas afectados por la ley de Reforma Agraria. A uno de ellos, el politiquero camagüeyano Arturo Hernández Tellaeheche, la CIA le había obsequiado el cargo de “presidente provisional” del futuro gobierno contrarrevolucionario.
Entretanto, las operaciones para neutralizar la conjura se trasladaron hacia la ciudad de Trinidad, en cuyos alrededores ya se encontraban desplegadas las Fuerzas Tácticas de Combate del Centro, al mando del comandante Filiberto Olivera y otros grupos del SFNE leales a la Revolución, dirigidos por el comandante Lázaro Artola. El tirano Trujillo, desinformado por la dramaturgia ideada por Fidel, continuó sus planes intervencionistas y envió el 13 de agosto a Trinidad otro avión de la fuerza aérea dominicana con once asesores y un gran cargamento de armas. Lamentablemente se originó un tiroteo en el que perdieron la vida, además de dos trujillistas, tres revolucionarios: Eliope Paz, Frank Hidalgo Gato y Oscar Reytor. Cuentan que uno de los asesores del sátrapa, al ver en el teatro de operaciones a Fidel, Camilo, Almeida y Celia, se desmayó.
En la noche del 14 de agosto, Fidel explicó por televisión al pueblo todos los detalles de la conjura y alertó que no solo Trujillo estaba involucrado en ella, sino también grandes intereses económicos foráneos junto con los elementos batistianos desplazados del poder por la Revolución.
Incluso, subrayó que, extrañamente, la programada sublevación de los conspiradores coincidía con la reunión continental de cancilleres que entonces se celebraba en Chile, en cuyo marco la tiranía trujillista pretendía acusar a Cuba de promover insurrecciones y guerrillas en América Latina.
La dirección de la Revolución decidió que Fidel no asistiera a ese evento en el país austral. Raúl viajó allí y la delegación de Cuba mostró ante el cónclave y el mundo las pruebas documentales de la participación de tirano Trujillo en la conjura. De esta forma la naciente Revolución redondeó en el campo diplomático su primera gran victoria contra la Inteligencia yanqui y demostró que había aprendido a defenderse de las agresiones foráneas, las que, no obstante, continuaron sucediéndose a lo largo de seis décadas. Y no han cesado.
Pedro Antonio García
Fuentes consultadas:
Los libros Una fascinante historia. La conspiración trujillista, y Otros pasos del Gobierno revolucionario cubano, de Luis M. Buch y Reinaldo Suárez. Los textos periodísticos La historia real y el desafío de los periodistas cubanos, de Fidel Castro Ruz (Cubadebate, 4 de julio del 2008), A Fighter with Castro (s/a, The New York Times agosto 15, 1959), The Yankee Comandante, de David Graan (The New Yorker, 2014) y una serie de reportajes de Michael Sallah aparecidos en The Toledo Blade, entre el 3 y el 5 de marzo de 2002.
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