Pese a estar rodeadas por el Ejército mexicano, las bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Ezln) han conseguido romper el cerco militar, mediático y político que pesaba sobre ellas. En un comunicado librado el 17 de agosto y firmado por el subcomandante Moisés, indígena convertido en vocero del movimiento zapatista luego de la “muerte” simbólica de Marcos, se anuncia desde las montañas del sureste mexicano la creación de siete nuevos “caracoles” y cuatro municipios autónomos, que se denominan en adelante “centros de resistencia autónoma y rebeldía zapatista”.
Estamos ante el tercer empuje organizativo de los pueblos mayas que integran el Ezln. Las fechas son 1994, 2003 y 2019. En la primera, anunciaron la creación de los municipios autónomos rebeldes zapatistas, en medio de fraudes electorales y del caos instalado con el gobierno del histórico Partido Revolucionario Institucional (Pri). En la segunda, abrieron cinco caracoles para ejercer la autonomía, cuando el parlamento mexicano, incluidos tanto los partidos de derecha como los de izquierda, rechazó la que ya habían negociado y firmado con delegados oficiales.
Los 27 municipios autónomos (inicialmente eran algunos más) se superponen a los municipios oficiales y en ellos se agrupan representantes de las comunidades de la zona de influencia. Los caracoles, por su parte, articulan sus regiones y albergan las Juntas de Buen Gobierno, que se encargan, de forma rotativa, de gobernar una media docena de municipios (en promedio) y cientos de comunidades.
La zona zapatista no es homogénea. En las comunidades y en los municipios (que se autogobiernan por consejos autónomos) conviven familias zapatistas y no zapatistas, con la particularidad de que estas acuden a las clínicas y centros de salud creados y dirigidos por aquellas, y de que prefieren la justicia autónoma que administran las Juntas de Buen Gobierno, que no les cobran ni son corruptas, como sucede con la justicia del Estado.
Las familias no zapatistas se benefician de la ayuda de los gobiernos federal y del estado de Chiapas, con alimentos, materiales para las viviendas y planes sociales, que ahora el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha ampliado con proyectos asistenciales, como Sembrando Vida o Jóvenes Construyendo el Futuro. Los zapatistas no sólo no reciben esos planes, sino que, por influencia de las mujeres, tampoco toman alcohol, ya que ellas consideran que fomenta la violencia machista.
Los caracoles son “ventanas para vernos dentro y para que veamos fuera”, mientras que las Juntas de Buen Gobierno “funcionan mediante los principios de rotación, la revocación de mandato y la rendición de cuentas” y son “verdaderas redes del poder de abajo”, en las que se articulan los consejos municipales. Se han convertido en formas de poder donde “los gobernantes pasan a ser servidores”, como recuerda el sociólogo Raúl Romero (La Jornada, 17-VIII-19).
Salto adelante
Lo más importante del anuncio del pasado 17 de agosto es que varios de los nuevos centros se encuentran más allá de la zona de control tradicional del zapatismo, mientras que otros son linderos y refuerzan la presencia que tiene en la región desde el alzamiento de 1994, cuando recuperó cientos de miles de hectáreas de los grandes terratenientes. Ahora ya suman 43 los centros zapatistas.
Como señala el director de opinión de La Jornada, Luis Hernández Navarro, “la expansión de la autonomía zapatista a nuevos territorios desmiente la versión de la supuesta deserción de sus bases sociales como resultado de programas asistenciales”. Realizaron cientos de asambleas, “desdoblándose como fuerza político-social, a través de movilizaciones pacíficas sui generis, que cambiaron el campo de confrontación con el Estado, llevándolo al terreno en que las comunidades son más fuertes: el de la producción y reproducción de su existencia” (La Jornada, 20-VIII-19).
El paso siguiente es el llamado a la sociedad a contribuir en la construcción de los nuevos espacios, además de la convocatoria a los colectivos urbanos para crear una “red internacional de resistencia y rebeldía”, advirtiendo a quienes participen que renuncien “a hegemonizar y homogeneizar”. Además, convocan a intelectuales y artistas a festivales, encuentros, semilleros de ideas y debates.
Una nueva cultura política
El aspecto más interesante de esta expansión del zapatismo consiste en los modos en que lo hicieron, el cómo de su acción política. Porque revela una cultura a contrapelo de la hegemónica, anclada como está en instituciones estatales o en oenegés y en la afirmación de la grieta entre quienes mandan y toman decisiones, y quienes obedecen y cumplen.
En el comunicado firmado por Moisés, así como en la literatura anterior zapatista, hay un claro desmarque del vanguardismo, pero también de la cultura jerárquica de los partidos. Fueron las mujeres y los jóvenes los que salieron de sus comunidades a dialogar con otras comunidades, y se entendieron pronto “como sólo se entienden entre sí quienes comparten no sólo el dolor, pero también la historia, la indignación, la rabia”.
El papel central fue el de las mujeres: “No sólo van delante”, explica Moisés, “para marcarnos el camino y (que) no nos perdamos: también a los lados para que no nos desviemos; y atrás para que no nos retrasemos”. Ellas encarnan la cultura comunitaria, que pone por delante lo colectivo a lo individual, la dignidad y la cosmovisión a las ventajas materiales. Por eso se equivocan feo los gobiernos que piensan –como el de Amlo, pero también los demás progresistas– que con planes económicos pueden hacer que pueblos enteros desistan de sus identidades.
Se trata de una cultura política que sólo puede entenderse en clave comunitaria. Quienes visitan las regiones zapatistas suelen sorprenderse cuando se dirigen a sus principales “enemigos”, las bases del Pri, como “hermanos priístas” o, ahora con relación al partido de gobierno, como “hermanos partidistas”. Unos cuantos de esos hermanos son los que ahora dieron el paso de rechazar las limosnas de arriba para volverse zapatistas: el modo que encontraron para seguir siendo pueblos originarios.
Raúl Zibechi
Brecha
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