Hay un Caballo de Troya, escondido en la sonrisa de los niños bien y la hienas que miran a la Suramérica como si fuera su playa privada, con sillitas donde sentar sus grandes culos mientras miran celulares y piden ayuda humanitaria para comprarse otro Mercedes.
Hay un Caballo de Troya que cabalga por la América de acá abajo, lleno de farsantes que juegan a la guerra como si fuera un videojuego, con vidas prestadas por la muerte, mientras miran las batallas y piden papel higiénico para jugar su pellejo en la pantalla.
Hay un Caballo de Troya en la mirada de los que creen que nunca van a morir porque el papel higiénico y la ayuda humanitaria los salvará del desprecio de los dioses. Y tal vez se salven, pero no podrán huir del asco o la nausea de la memoria que es mucho peor: viviendo de muerte natural toda la vida.
Amiguitos y amiguitas, enemiguitos y enemiguitas: ¿en qué lugar del Caballo de Troya van a estar ustedes? ¿En la playa mirando su celular hasta que se abra el caballo y disparen las primeras balas o bombas o lo que sea? ¿En la última frontera de la paz hasta que el caballo se ahogue y el mar le pase por arriba con toda la furia de Poseidón?
Muchachitos y muchachitas, hay un Caballo de Troya gordo de tanto que ha comido a lo largo de su vida. Así no lo hayan visto o no lo recuerden, así no sepan de Ulises ni de Ítaca, hay un Caballo de Troya en la frontera. Hay fronteras grandes y pequeña, muros pequeños y grandes en las fronteras, pero también hay fronteras entre el mar y la arena de la playa. Hay fronteras grandes como esas que separan la vida y la muerte del mundo, hay fronteras pequeñas como la sonrisa de las hienas y los niños bien. Pero, sobre todo hay un Caballo de Troya en la frontera de la Suramérica.
Kintto Lucas
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