Aunque a estas alturas son innegables el despliegue militar de los Estados Unidos en la frontera con Venezuela y la amenaza de una agresión militar directa, los planes inmediatos del Pentágono no necesariamente pasan por desembarcar tropas en el terreno, sobre todo cuando tiene a su disposición un arsenal mucho más efectivo y probado en conflictos recientes: la desesperación y el hambre.
En lugar de invadir el país y enfrentar directamente a un ejército cohesionado y bien pertrechado con tecnología rusa, todo indica que Washington y la derecha venezolana pretenden utilizar a los sectores más pobres, que son también los más afectados por la crisis económica, como carne de cañón en su enfrentamiento contra las autoridades legítimas.
La clave del plan está en la supuesta operación de entrega de ayuda humanitaria a Venezuela, que organiza con todo cinismo el mismo país que aplica un bloqueo económico que ha costado 350 mil millones de dólares a la nación que se quiere “ayudar”.
Washington montó un cerco financiero contra Caracas que incluye la industria petrolera, fuente de más del 90 % de sus ingresos en divisas, e impide la movilización de los fondos y reservas soberanos en el extranjero con los que se adquieren productos básicos como comida y alimentos.
Aunque los programas del gobierno para llevar recursos directamente a la población han dado cierta cobertura a los sectores populares, la hiperinflación y el bloqueo han causado desabastecimientos y falta de bienes esenciales.
Es ese escenario, Estados Unidos moviliza comida y alimentos a tres puestos fronterizos en Colombia, Brasil y Curazao, para mostrarse como el salvador de la misma gente que intenta rendir por hambre y, de paso, le ofrece una moneda de cambio al autoproclamado presidente Juan Guaidó.
El sábado 23 de febrero es el día pactado para la etapa final del plan. Washington y Guaidó aseguran que la “ayuda” ingresará al país por una vía u otra, mientras el gobierno legítimo considera que es una afrenta a su soberanía y una cobertura para agredir la integridad de la nación.
La supuesta ayuda humanitaria sirve además como cobertura a un despliegue militar inusitado y mantiene abierta para Washington las posibilidades de acción militar directa en caso de que fracasen sus otras “opciones”.
Organismos internacionales como la Cruz Roja y las Naciones Unidas, que usualmente lideran este tipo de movilizaciones humanitarias en el resto del mundo, se han desmarcado del plan estadounidense por sus claras intencionalidad política.
Pocos dudan que el desenlace de esa confrontación marcará el rumbo de Venezuela y el éxito o fracaso de los planes estadounidenses.
Los escenarios del sábado se podrían resumir en dos: en el primero, las autoridades legítimas logran evitar el ingreso de la supuesta ayuda humanitaria y desmontan la operación de la derecha y Washington; en el segundo, la supuesta ayuda humanitaria entra al país, ya sea por la fuerza u otra vía, lo cual socavaría la autoridad del Gobierno.
En ambos casos, un factor fundamental es la cohesión de la Fuerzas Armada Nacional Bolivariana (FANB), garantes de la seguridad en la frontera.
Pero, contrario a lo que muchos puedan creer, la principal amenaza contra Venezuela no proviene de las fuerzas extranjeras apostadas al otro lado de la frontera, si bien estas constituyen una amenaza y una presión injerencista.
Un tercer escenario para el sábado es que Estados Unidos y Guaidó no busquen ingresar la ayuda con la fuerza, sino que la dejen en los mismos puntos fronterizos y convoquen a cientos de miles de personas para que la vayan a recoger y desafíen las órdenes del Ejército.
Los militares se verían entonces en la difícil encrucijada de reprimir a los manifestantes y mantener el orden o dejarlos actuar y socavar su autoridad.
Hay pistas que indican que ese es el plan. Guaidó está dedicado a reunir un millón de voluntarios para marchar hacia los puntos fronterizos, custodiados del lado venezolano por la FANB y la Policía.
Como suele pasar, la burguesía no le pone el pecho a las balas en ningún país. De ahí que muchos de lo que responden a ese llamado son las personas pobres, las mismas que resultan golpeadas por el bloqueo estadounidense y el desabastecimiento.
No es lo mismo repeler a un agresor extranjero que actuar contra tu propia ciudadanía, en especial si estos están en una situación de pobreza y desesperación.
La estrategia que se aplica contra Venezuela no es nueva, sino que está recogida en los manuales de Guerra No Convencional (GNC).
A diferencia de los enfrentamientos tradicionales, su objetivo es potenciar la confrontación entre las autoridades y los ciudadanos, para que el Gobierno pierda capacidad de liderazgo y caiga sin tener que involucrar a fuerzas militares foráneas.
Desobedecer las leyes, crear un gobierno paralelo, organizar instituciones económicas alternativas, acechar a funcionarios públicos, destruir propiedades, incautar bienes, marchar, obstruir eventos sociales, boicotear elecciones, afectar el funcionamiento de las escuelas, falsificar identidades, buscar el encarcelamiento, hacer huelgas de hambre y sobrecargar los sistemas administrativos del Estado, son solo algunos de los 198 métodos para derrocar gobiernos que propuso hace más de cuatro décadas el experto en golpes de la CIA, Gene Sharp.
Las “representaciones teatrales y los conciertos” están numerados con el número 36 en el listado. Eso es precisamente lo que organiza Washington en la frontera con Colombia, con la presencia confirmada de artistas internacionales como Juanes, Maluma, Nacho y Juan Luis Guerra.
Precisamente uno de los aspectos fundamentales para el éxito de las operaciones no convencionales es la dimensión simbólica, en especial la construcción de la realidad a través de los medios de comunicación y la cultura popular.
Todas las figuras involucradas en el concierto, con o sin conocimiento, se han convertido en cajas de resonancia del golpe de Estado contra Venezuela.
Los expertos de Washington saben bien que una intervención militar directa despertaría los sentimientos antiimperialistas. Aunque pueda ser respaldada por gobiernos derechistas aliados, una guerra generaría un contundente rechazo popular, incluso de quienes no simpatizan con el chavismo.
Además, están los retos logísticos. El Pentágono desplegó 26 mil soldados en 1989 para su invasión contra Panamá, que contaba con un ejército pequeño y poco armado. La poca resistencia que hubo fue por panameños anónimos en barrios populares como El Chorrillo y San Miguelito, donde se provocaron al menos 24 bajas a los militares norteamericanos y varios cientos de heridos.
Venezuela es un país muchísimo más grande y difícil de ocupar, donde se ha ido incentivando un sentimiento patriótico y antiimperialista en las Fuerzas Armadas y el pueblo. El gobierno de Trump, golpeado por escándalos internos y con un Congreso dividido, no tendría fácil justificar los costos de una guerra como esa.
Sin embargo, el éxito de una operación de Guerra No Convencional, con menos costos militares y económicos, resulta mucho más atractivo para el Pentágono y los políticos de Washington.
De conseguirlo, se sentaría un nefasto referente y un nuevo capítulo en la lista de golpes de Estado, intervenciones militares y operaciones secretas que tienen el sello de Washington en nuestra región.
En Venezuela no está en riesgo solo el futuro del gobierno bolivariano, sino el de todos los países de América Latina y el Caribe.
Sergio Alejandro Gómez
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