La realidad se encuentra en vías de quedar eclipsada en la mente del personaje consumista bajo el influjo de las imágenes , que para animar al usuario apuntan claramente al espectáculo. Lo que convierte al individuo en simple espectador apenas sin conciencia de si mismo, mientras pasa a ser un número en la masa, para inconscientemente acabar diluyéndose en ella. Las imágenes, cuando se vive inmerso en su panorámica, son el instrumento que permite arrasar con la individualidad porque inconscientemente se sigue su dictado. Mas no solo eso, estando diseñadas para vender, crean ilusiones, apariencias que distorsionan lo que es, pasando a ser lo que se quiere ver. Cuando se vive en su mundo se acaba por estar al margen de la realidad, puesto que, como dice Baudrillard, las imágenes son asesinas de lo real. Para subsistir en el mundo de imágenes basta con entregarse a la servidumbre que impone el concierto comercial, dispuesto a solventar, previo pago y con cierto grado de comodidad, la existencia y el ocio, procurando esa anestesia sutil que alivia la vida unos instantes. Entregarse a las imágenes comerciales es el vasallaje que exige el consumismo a sus fieles, siguiendo el dictado del empresariado capitalista, con el fin de educar a las masas en la cultura de la mercancía para consolidar la sociedad espectáculo .
Sin embargo, lo real siempre permanece al acecho y al final acaba por aflorar. Cuando esto sucede, la individualidad tiene poco que hacer. En esta sociedad que se nutre de imágenes, el texto escrito ha perdido gran parte del tradicional interés social, quizás porque produce cierta fatiga visual escudriñar palabra a palabra o, tal vez, porque algo más espontáneo como la imagen permite la captación del conjunto de la idea ajena de forma más sencilla, inmediata y sólida. El hecho es que la imagen ha pasado a ocupar un lugar preferente en la transmisión del pensamiento que se oculta bajo el producto. Para lograr una eficacia añadida, el anuncio visual se ha convertido en la fórmula abreviada para la transmisión, no solo de la idea inserta en envoltorio de la mercancía, sino de algo más amplio como la doctrina consumista. Su eficacia reside en facilitar el culto a la moda , en seguir el camino marcado por los nuevos influenciadores de quitar y poner, ya que se trata de copiar, de imitar al modelo, para desvanecerse juntos al momento. Tal vez sea porque los individuos ahogados por la masa que les rodea quieren ser diferentes, aunque por ese camino resulten hundirse todavía más en la masa de la que no puede escapar. Se trata de promover la imitación para vender ideas. Es la nueva industria espectáculo en la que la mercancía pasa a envolverse en la nueva imagen representada por la bolsa de una tienda de lujo, para incitar al deseo permanentemente insatisfecho; lo que es sensiblemente superior a la satisfacción de poseer la mercancía, puesto que pone de relieve ante los otros que se participa activamente en el espectáculo.
Para redimir de la servidumbre comercial en las sociedades de los derechos y libertades capitalistas, el consumista tiene la opción de usar de sus derechos, que son reflejo de la propia imagen legal, pero sin posibilidad de desprenderlos de la imagen que les representa. Las imágenes que suministran apariencia están empeñadas en transmitir un falso sentido de libertad . Para intervenir en la libertad espectáculo basta con cambiar de canal, y eso siempre se puede hacer para demostrarlo, aunque sea topándose con las mismas imágenes comerciales. Y ya en el terreno del espectáculo existencial se es libre en cuanto se puede acudir a cualquier proveedor de ilusiones, aunque sea topándose con el mismo panorama de ficciones.
Algunos anuncios virtuales, ya sean propagandísticos o simplemente publicitarios, manejados con tecnología avanzada, que infectan a las masas con la idea del producto como expectativa de satisfacción, han sido diseñados para que arraigue esa nueva forma de entender la cultura, pero ahora como dominación. Ha pasado a ser la vía para imponer la cultura de la imagen, también un método para aliviar la tarea de pensar por uno mismo. Se trata de hacer pensar lo que se quiere que se piense, de imponer la doctrina dispuesta para construir una forma de vida espectáculo que entra por los ojos. Hay que uniformar la pluralidad, porque así es menos trabajoso operar, ya sea política o mercantilmente. Crear un mundo uniforme en las ideas, obligar a pensar a cada uno como se quiere que todos piensen, para tratar de acercar al otro a la doctrina de todos y, si no se puede, combatirlo hasta exterminar todo rastro de individualidad al margen del sistema. Una vez más, se trata de crear esa sociedad abierta, pero dotada de puertas que no se pueden traspasar.
Producir satisfacción, acompañada de adormecimiento, tiene un coste. Comercialmente no hay nada gratis, incluso la doctrina hay que pagarla vía impuestos. Cuanto más se paga mayor es la satisfacción, en otro caso solamente queda el adormecimiento que produce frustraciones. La sociedad del espectáculo se ha ido superando desde Debord y ha crecido en tamaño. El empresariado, siguiendo la doctrina del capital, ha creado este mundo global de imágenes para vender. La política le sigue el juego en su propio interés, porque adormece a las masas y las evita entrar en contacto con la realidad política. Unos y otros siguen preparando imágenes para que las masas consumistas estén ocupadas y no les desplacen del sitial que ocupan. Aquí puede encontrarse la fuerza con la que se asienta a nivel global la cultura espectáculo.
Antonio Lorca Siero
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