Cuando Gregorio Samsa amanece un día convertido en un repulsivo insecto -de talla humana y de innumerables patitas- y es rechazado, o aceptado con repugnancia, por su propia familia (especialmente por parte del padre quien finalmente causa la muerte del extraño bicho), Franz Kafka –La Metamorfosis- encuentra la metáfora perfecta para retratar no solo la relación tiránica con el padre en una familia patriarcal, sino para representar, sobre todo, la exclusión, la incomunicación, la degradación, la cosificación del individuo en la sociedad moderna actual.
Todas sus obras –usando como recurso literario lo inverosímil, lo absurdo o lo onírico- se tensan sin embargo para retratar con intensidad el drama humano contemporáneo. Así, por ejemplo, en El Proceso, se grafica el aplastante poder de la maquinaria del Estado sobre el individuo común. Maquinaria estatal burocrática que es expresión de la deshumanización social y la opresión. En su novela inconclusa América, miserables inmigrantes europeos sobreviven surrealistamente en las despiadadas condiciones del joven capitalismo norteamericano de inicios del siglo XX. Persiguen ilusoria e indefinidamente el éxito personal en el “país de las oportunidades”.
Franz Kafka ve con claridad este carácter significativo del arte y la literatura, “La literatura es siempre una expedición a la verdad”, dice con agudeza. Y usa la fantasía o la ficción para revelar mejor la realidad.
Para Mario Vargas Llosa –nuestro Nobel-, al contrario, la fantasía o la ficción literarias son, literalmente, falseamientos de la realidad. Develar la realidad, afirma, no es tarea de la literatura. La esencia de la literatura -nos dice- consiste en crear mundos muy distintos a los de la realidad real a partir de los impulsos individuales, obsesiones o “demonios” del escritor, con los que éste se “libera” del mundo real –demasiado estrecho y rutinario- a través de la ilusión y la mentira.
Pero bajo esta concepción subjetivista, bajo este reiterar incansable de que la novela es una gran mentira, lo que busca Mario Vargas Llosa –ya lo decía el maestro Antonio Cornejo Polar- es:
a) Legitimar con libre impunidad la manipulación del tema histórico que ha elegido cuidadosamente y, con ello, universalizar la idea que los movimientos revolucionarios conducen al caos como producto de sus filosofías perversas e infecundas. Y,
b) Al presentar esta manipulación con un perfeccionamiento técnico incuestionable, con pretensión de “totalidad artística” –en realidad, dice Cornejo Polar, la obra de Mario Vargas Llosa es más arte de composición que de estética narrativa- ofertarse con esta presentación (producto) a la demanda internacional, posicionándose de esta manera en el mercado literario, especialmente de las clases altas (ACP, La novela peruana).
Esta tendencia es creciente en Mario Vargas Llosa, nos dice el maestro Cornejo Polar, y se manifiesta cuando “inaugura la novela del entretenimiento en el Perú con La tía Julia y el escribidor y Pantaleón y las visitadoras”.
De manera que la defensa militante del establishment (del capitalismo global), el posicionamiento de su literatura en el mercado, el éxito, el confort y el previsible detrimento de su obra, parecen describir la historia literaria y personal de Mario Vargas Llosa.
“La desgracia de Don Quijote no es su fantasía, sino Sancho Panza”, dice en otras de sus frases Kafka. La desgracia del escritor sobreviene cuando antepone fines mezquinos y mediocres a la naturaleza elevada de su arte.
En cambio los grandes clásicos, como precisamente Franz Kafka, tienen una relación menos prosaica con la literatura. El detalle de que casi toda su obra sea póstuma revela mucho de su agonía creadora, de su afán elevado por su arte más allá de una ganancia inmediata y mundana. No es que necesariamente sea un escritor de ideología política revolucionaria, pero su honestidad como creador le conduce a revelar las grandes tensiones humanas. A vislumbrar que el sistema está constituido por poderes que oprimen al individuo. Por haber vivido una época de gran crisis, ciertamente para Kafka esos poderes son imbatibles, implacables, una fatalidad para el hombre común, además de inasibles e inidentificables.
Para Mario Vargas Llosa, en cambio, el sistema no es inasible, lo identifica: es la sociedad de mercado. Y para nada es un sistema implacable, al contrario, como ha vivido una época de crecimiento económico considera a la sociedad de mercado como “sistema insuperado e insuperable”, pues ha traído “la modernidad” y mejoras en las condiciones de vida. Sin embargo, explica la existencia de minorías privilegiadas y mayorías no privilegiadas como cosa natural por las distintas capacidades de los individuos. Y eso no se puede cambiar. Siempre habrá, dice Mario Vargas Llosa (ver La civilización del espectáculo), por ejemplo, minorías cultas y mayorías incapacitadas para comprender la cultura, las que llenarán su vacío existencial con la religión y les basta. “Solo pequeñas minorías se emancipan de la religión reemplazándola… por la filosofía, la ciencia, la literatura y las artes”. Y se entiende que así será por los siglos de los siglos. Intentar cambiar esto –nos advierte- apelando a una democratización educativa es “loable pero impracticable”. Apelar a la lucha social para cambiar la desigualdad social y cultural es nefasto, es inútil, lleva al caos, “trae efectos peores que la enfermedad”. Para Mario Vargas Llosa las mayorías deben aceptar su papel de subordinados –culturales y sociales- pues ese rol es el que les toca por naturaleza. Y para otros, para una minoría –en el que no cabe duda se inscribe él- está reservada la sabiduría, el placer de la “alta cultura”, la capacidad creadora (los novelistas admirados) y demás privilegios obvios a la alcurnia espiritual de esta minoría. Y esto hasta el fin de los tiempos.
Por eso, mientras Franz Kafka posiblemente habría optado -desde una óptica política y social- por las grandes mayorías en su lucha por cambiar su suerte, y de hecho acuñó la frase “En tu lucha contra el resto del mundo te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo”, Mario Vargas Llosa, al contrario, podría subscribir exactamente el sentido opuesto de la frase, “En tu lucha contra el resto del mundo, sigue arrollador y aplástalo, ponte siempre del lado de las élites”.
Mauro Arturo Bolívar Barreto
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