En el documental “El Gran Hackeo” (Amir y Noujaim, 2018), el profesor de diseño gráfico David Carroll, inicia un proceso judicial en UK contra Cambridge Analytica, empresa que se dedicaba al análisis y a la comunicación durante los procesos electorales, lo que se conoce como propaganda. Carroll solicitó sus datos generados en internet y en las redes sociales que acabaron en esta empresa, porque consideraba que el uso que hacían de ellos no era legal.
El científico de datos Alexander Kogan (Moldavia, 1985), facilitó millones de perfiles de Facebook a Cambridge Analytica. La empresa de Zuckerberg pidió que se borraran, lo que no se hizo hasta años después. En el año electoral del 2016 seguían utilizando los datos de Facebook.
En la película, los periodistas Carole Cadwalladr y Paul Hilder investigan las técnicas de guerra sicológica que empleó Cambridge Analytica sobre los ciudadanos, con el objetivo de beneficiar a su candidato. Se adentraron en un mundo que era un misterio, una especie de reino fungi digital.
La empresa estaba dirigida por Alexander Nix, un mago con un equipo capaz de lo improbable, pero con la confianza que proporciona el uso fraudulento de la información millones de consumidores, y el poder de experimentar y juguetear con sus datos en los periodos electorales.
Cambridge Analytica pertenecía al Grupo SCL, una empresa con sede en UK, y dedicada a la guerra. Uno de sus negocios consiste en entrenar a militares de la OTAN en Irak o Afganistán. Fue allí donde comenzaron a desarrollar técnicas de propaganda masiva, y que luego emplearon en favor del magnate antisistema, o el Brexit, cuyos resultados ya conocemos.
Según el documental, la empresa dirigida por Nix operó en diferentes países como Argentina, Trinidad y Tobago, Kenia, Rumanía, Ucrania, Malasia, Sri Lanka, Chequia o India, aunque sus gobiernos lo niegan.
Cambridge Analytica participó en el proyecto álamo, dirigido por Brad Parscale, encargado de la campaña digital de Trump en el 2016. El objetivo era modificar el comportamiento del votante, y dar la victoria a un hombre que parecía un bufón de circo, aunque en absoluto lo es.
Todo cambio radical precisa cierta audacia. Una vez conseguido lo improbable, era necesario presentar a la audiencia un hecho extraordinario como normal. Porque las victorias del magnate fueron sensacionales, y si el fiscal especial Mueller no lo impide, es probable su reelección.
El proyecto álamo creó un centro de propaganda encargado de la recogida de datos y generación de noticias falsas y odiosas, a través de las redes sociales, previo cribado de los datos de millones de votantes. Para eso Cambridge Analytica contaba con los datos del historial de búsquedas por internet, biografía, color de piel, barrio residencial, y en definitiva, las preferencias de los usuarios, que sumaban hasta 4,000 datos analizados para elegir los perfiles más vulnerables en los estados claves (Michigan, Wisconsin, Pensilvania y Florida), y que luego darían la victoria deseada al republicano. Incluso se hicieron pruebas de personalidad. El objetivo de tan disputado voto eran los temerosos, los susceptibles e indecisos, los/as atenazados por el miedo o la ira. Los elegidos solo necesitan un leve empujón para decantarse por un partido o el extremo opuesto, inducidos por una propaganda personalizada.
La novedad no consiste en utilizar técnicas sicológicas de manipulación de masas, algo de lo más natural, sino en la precisión para conseguirlo. Y se ha dado un paso más allá: el estudio sicológico de los perfiles más frágiles para explotarlos con total libertad.
En definitiva, el proyecto álamo fue como la matriz de un proxeneta desconocido, al que el fiscal Mueller trata de poner nombre, aunque algunos señalan a Rusia y Kushner, por citar algunas de las figuras más relevantes de esta comedia política, y que puede convertirse en tragedia.
Steve Bannon fue el vicepresidente de Cambridge Analytica. En el documental, el ex empleado Christopher Wylie dice que Bannon es el ideólogo de la doctrina Breitbart, consistente en polarizar y crear el caos para construir una nueva sociedad. No parece una técnica brillante, aunque hay que reconocer su eficacia desde los albores de los tiempos.
Detrás de todo este entramado está Robert Mercer, empresario estadounidense (Renaissance Technologies), donante del partido republicano, y mecenas de Breitbart. Su poder e influencia lo dedicó al Brexit, y a la victoria del empresario anti sistema del tinte amarillo y rostro pálido.
Pero es Brittany Kaiser (1987) la estrella de la película. Ella denunció el fraude del tráfico de datos, aunque vivió bien de ello. Se trata de una mujer con un magnetismo extraño, por momentos frívola, lo que es raro para quien fue defensora de los derechos humanos. Hoy está angustiada, y se ha convertido en una estrella mediática que pide la redención. Para ello cuenta con la simpatía de los directores/as del documental, que la exculpan y la elevan a la categoría de estrella resurgida de los vapores infernales.
Pero además, Brittany Kaiser posee la virtud de la ubicuidad. Al igual que sus víctimas, es un ser vulnerable dotado con el don de la volubilidad. Es un producto de esa masa de anónimos a los que robaron su intimidad, pero merece comprensión, porque quemó su yate, y ahora serpentea entre las ascuas de un incendio provocado. Sus inicios profesionales están vinculados a ONGs en Suráfrica y Sur de Asia, y trabajó en la campaña electoral de Obama. Poco después conoció a Alexander Nix, director ejecutivo de Cambridge Analytica y SCL, quien la contrató para ocupar un puesto directivo en desarrollo de programas.
En su haber y el de sus colegas cuenta con dos triunfos destacables: la victoria de un magnate xenófobo, lo que no es ninguna novedad, y el esperado gatillazo inglés en Europa, que por cierto, ya se mascullaba.
Se dice que Britanny tenía las llaves del chalé de Steve Bannon, y que se afilió a la Asociación Nacional del Rifle, algo con lo que tal vez sueña el líder de Vox.
Brittany Kaiser hoy está comprometida con la campaña #Ownyourdata, y colabora con el fiscal especial Mueller en la investigación que pretende defenestrar a un gobierno que en realidad es un fenómeno global.
Es una mujer que refleja poder, por eso produce cierta decepción cuando dice ante las cámaras que su padre iba a ser operado, y que en el 2014 perdieron su casa. Es ahí cuando entra en Cambridge Analytica. Parece que se vio arrastrada por un drama familiar. Entonces es comprensible: el espíritu heroico se vuelve profano, y se mancha con el barro de la necesidad.
Pero en la película se obvia algo que no es menor. Carol Cadwalladr publicó un tuit sobre uno de los hechos más vergonzosos para Kaiser, y que sin embargo omitió: su colaboración con Israel. Según la periodista, varios ex empleados de Cambridge Analytica temían por sus vidas, después de que Kaiser trajera un equipo de funcionarios de la inteligencia israelí para las elecciones de Nigeria. Piratearon la cuenta de correos del presidente nigeriano, para así chantajearlo. Dieciocho meses más tarde, algo parecido sucedió con Clinton.
Finalmente una cámara oculta de 4 News grabó a Alexander Nix y destapó el fraude y las mentiras por el uso de noticias falsas, sobornos, prostitutas y todas las pasiones propias de los corruptos.
Luego la empresa se declaró en ruina, tanto en EEUU como en Inglaterra. Más tarde, SCL y Cambridge Analytica llegaron a un acuerdo para limitar las investigaciones. SCL perdió en los tribunales ante David Carroll, el profesor que considera los datos derechos humanos. Buscaba ser un precedente para millones de personas. No consiguió lo que pedía, aunque la empresa tuvo que indemnizarle.
Hay varios ejemplos de lo que hicieron en diferentes países, pero la película presenta un caso particular: el de Trinidad Tobago, uno de los más divertidos experimentos científicos. Los chicos/as de Cambridge llegaron a la conclusión de que para favorecer a su cliente, había que fomentar la “apatía electoral” entre los jóvenes, a través de una campaña masiva en la que intervinieron grupos musicales, políticos e influencers.
El objetivo era intervenir en la población afro caribeña, por ser la más vulnerable a sus pretensiones. A los jóvenes de origen indio los dejaron, ya que “eran obedientes a sus progenitores”, y por lo tanto, votaron. “La campaña no tenía que ser política, porque a los chavales no les importa. Tenía que ser reactiva. Los muchachos no votan, porque son vagos”. Y se les ocurrió inventarse un himno “hazlo” (Do so), llamado también la resistencia (2010). Incluso la casa del primer ministro, apareció pintado “Do so”. El resultado fue que Kamla Persad-Bissessar, de origen indio, ganó las elecciones, mientras negaba los servicios de los chamanes de Cambridge Analytica.
Pero en realidad, lo más descorazonador era observar las imágenes de las manifestaciones, llenas de niños, con los brazos cruzados en alto, vestidos con camisas amarillas, y gritando el lema ¡Do so!.
Hay algo sorprendente en todo esto: la violación masiva de la intimidad. La democracia hoy tiene un componente positivo asociado al principio de transparencia, hasta el punto de que la privacidad es un asunto público.
Los datos son la historia de nuestra vida contada de un modo tan minucioso, que la memoria no llega a abarcarlo todo. Este registro de imágenes y conversaciones concretas es la realidad, mientras que la impresión subjetiva queda reducida a una selección de recuerdos, que conforman la historia de la imaginación personal.
Los científicos de los datos son como los genetistas del alma. Llegará un día en que los usuarios soliciten un registro de actividad digitalizado que los hijos heredarán, previa selección de los más atractivos. Pero existe la posibilidad de que se puedan hipotecar o empeñar, en caso de necesidad, aunque con derecho a compra.
Surge una duda. Explotar la vulnerabilidad de la gente no parece ético, aunque es la tendencia. Tal vez construir una nueva sociedad consiste en odiar las ideologías, y fabricar un ser que en cuestión de meses pueda pasar de un partido a otro sin ningún remordimiento.
“Un equipo creativo diseña contenidos personalizados en función de su perfil y de si son persuasibles, y los bombardeamos a través de blogs, websites, artículos, vídeos anuncios…, todas las plataformas posibles, hasta que ven el mundo tal y como queremos, hasta que votaron a nuestro candidato”.
Queda claro. La solución es comerciar con la producción de nuestra actividad digital, porque es el único modo de mantener estas redes vivas. Las empresas de análisis de datos y comunicación no desaparecerán, pues se reproducen como las esporas, por dispersión, y ya son el combustible que mueve la rueda de la comunicación.
Ahora las tecnológicas como Facebook, Amazon, Google o Tesla, tienen más valor que las energéticas, y Álvarez Pallete, presidente ejecutivo de Telefónica, ya atisba la venta de datos.
El proceso es lento, pues la mayoría de la gente piensa que estas plataformas son inocentes, cuando son un simple negocio que escarba y erosiona el corazón de la ética.
Las redes sociales son estados dentro de los países, y de momento, no hay una jurisdicción clara sobre ellas, porque son libres…
Javier López-Astilleros
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