sábado, septiembre 10, 2022

Misión para un asesino


La conexión chilena con el asesinato de Trotsky.

 Pablo Neruda, haciendo uso de su figura como embajador chileno en París, viajó a México y puso a disposición su casa para acopiar las armas que fueron utilizadas en el primer atentado contra la vida de León Trotsky, en mayo de 1940, siguiendo las órdenes del Partido Comunista de Stalin. La residencia del líder bolchevique era una fortaleza defendida por rejas, cables electrificados, alarmas automáticas, pero la traición de Robert Sheldon Harte, vigilante esa noche, abrió el portón de entrada al ´grupo de tareas´ dirigido por el muralista David Alfaro Siqueiros, que dispararon 400 tiros contra las habitaciones que ocupaban Trotsky y su esposa. El atentado fracasó, en parte, por la impericia de los tiradores, pero sobre todo gracias al rápido accionar de la seguridad de Trotsky. El muralista Siqueiros fue apresado y remitido a la prisión de Lacumberri. 
 La intervención de Neruda no terminó ahí. Utilizó sus contactos para obtener un pasaporte falso para Siqueiros, luego de conseguir que saliera bajo fianza tras cumplir sólo tres meses de prisión, y lo refugió en Chile. Las maniobras del escritor salieron a la luz, provocando que el embajador chileno en México, Manuel Hidalgo Plaza, tuviese que suspenderlo en sus funciones ante el escándalo y las sanciones económicas que les fueron impuestas por esto a Chile. 
 El 16 de agosto de 1940, León Trotsky fue herido en el segundo atentado llevado a cabo por Ramón Mercader, agente de la NKVD –antecesora de la KGB. Trotsky murió al día siguiente, en el Hospital la Cruz Verde mexicano, después de ser intervenido de urgencia. El 21 de agosto Neruda asume el cargo de cónsul general en México. 
 Mercader fue detenido por la policía mexicana y condenado a veinte años de reclusión en la misma prisión en la que estuvo Siqueiros, Lacumberri. Recibió las visitas del poeta regularmente los fines de semana y se le permitía, a quien haciendo uso de su cargo diplomático, llevarse al asesino por una noche para descansar de la prisión yendo a bares y casas de putas (“El asesino de Trotski”, E. Carvajal, 1990). 
 No debemos olvidar las palabras que le dedicó a Batista, un saludo vergonzante, traidor y cobarde “... como Batista en esta época de grandes dolores y de grandes sueños humanos, no han desmerecido a luz de la Isla sino que han ayudado a que su fulgor nos ilumine en el camino de la libertad y la grandeza de América” (fragmento de El Siglo, 1944). El poeta, quien no perdió oportunidad para poner en el tapete la causa Socialista y la lucha por la Revolución proletaria, no dejó nunca de lado su afiliación a Stalin y de comportarse como un lacayo latinoamericano indispensable para la ejecución del crimen contra el Revolucionario y cobijar a quién atentó contra la vida Trotsky y después “acompañar” durante meses a su verdugo.

 Anahí Huidobro 
 08/09/2022

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