La posición frente a la proclamación unilateral de Juan Guaidó como presidente de Venezuela divide a las izquierdas y ha generado confusión y polémica. Intentaremos aclarar un poco las cosas.
En efecto, en Venezuela el desastre económico es terrible y no se debe solamente al sabotaje estadounidense. Cuba, a diferencia de Venezuela, es un país pobre en recursos y sufre desde hace decenios un infame bloqueo pero no vive la dramática situación de Venezuela que es mucha más rica pero donde hay hambre debido a la gigantesca inflación y al mercado negro, que son terribles para los más pobres. En la isla existe también un capitalismo de Estado burocrático dirigido por un partido único que carece de democracia interna pero hay intentos burocráticos de democratización. El gobierno de Maduro, en cambio, llevó a los extremos las tendencias ya visibles durante el de Chávez y que éste intentó combatir con las Misiones y las Comunas. El gobierno de Maduro desarrolló inmensamente la corrupción de la boliburguesía (la nueva burguesía en la que participan altos mandos militares creada desde el Estado con privilegios y por el contrabando), acabó con los gérmenes de poder popular, reprimió los trabajadores y hambreó a las grandes mayorías destruyendo las bases de la economía venezolana con su ciega política extractivista basada en la exportación de petróleo, oro y minerales.
La oposición está compuesta por partidos que cuando gobernaron, como Acción Democrática, realizaron matanzas masivas de trabajadores (Caracazo). Fueron golpistas contra Chávez, masivamente electo en cada elección en la que participó y siguieron siendo golpistas con Maduro. Boicotearon las elecciones para la Asamblea Nacional y ésta fue totalmente chavista; después siguieron intentando derribar al gobierno legítimo mediante manifestaciones violentas y hasta trataron de matar a Maduro. Volvieron a boicotear las elecciones presidenciales en las que Maduro fue reelegido frente al candidato de un solo partido opositor. Pese al desastre económico y a la podredumbre del gobierno de Maduro que se sostiene con el apoyo militar y el de la boliburguesía, esos partidos son minoritarios. El “presidente” golpista Juan Guaidó representa sólo un partido de extremaderecha y cuenta fundamentalmente con el respaldo de Estados Unidos. Su pronunciamiento unilateral fue inmediatamente reconocido por “demócratas” de la calaña de Trump, Bolsonaro, Netanyahu, Macri, Duque. Con su ayuda se apoderó ilegalmente de los bienes venezolanos en el exterior y su “gobierno” es el pretexto para un golpe de Estado que le dé el poder a la burguesía compradora y al imperialismo si logra asociarse con un sector militar o a “justificación” de una invasión para instaurar un gobierno títere y eliminar la influencia en Venezuela de las potencias imperialistas rivales de EE.UU. (U.E. y, sobre todo, China y Rusia). Si ese plan triunfase, América Latina sería “normalizada” y estaría totalmente sometida a Estados Unidos pues los días de Cuba y de Bolivia estarían contados.
Ante esta situación los nacionalistas burgueses y los formados en el pensamiento stalinista, con su teoría de los campos en lucha, estrechan filas acríticamente en torno a Nicolás Maduro en nombre de la defensa de la soberanía. Pero ésta no reside en el Estado ni en el gobierno de turno sino en el pueblo. Maduro no defiende la soberanía tal como la dictadura argentina no defendió la soberanía en el caso de las Malvinas, donde sólo quiso hacer una maniobra diversionista para seguir manteniendo el poder y los privilegios de la oligarquía antinacional.
Otros, en cambio, subestiman los efectos que podría tener la victoria del imperialismo y sus agentes (que ya elaboran planes para legitimar inversiones estadounidenses en el petróleo y desguazar a Pdvsa). Algunos de ellos, con un impresionismo oscilante y a dos bandas, idealizaron en los 60-70 al gobierno revolucionario del capitalismo de Estado cubano y pocos años más tarde, se fueron a la otra banda apoyando a la dictadura argentina, que había anulado la soberanía popular y ponía en riesgo la independencia del país con su aventura en las Malvinas. Ahora centran, en cambio, sus críticas en Maduro en el mismo momento en que éste defiende los intereses del sector burgués nacional en cual se apoya pero, al rechazar las medidas agresivas del imperialismo, defiende también la independencia nacional y coincide así en un frente de facto con la mayoría de los trabajadores.
Ni el desastre económico provocado por la incapacidad de Maduro y la avidez de la boliburguesía, ni la represión a las huelgas por el Estado burgués venezolano pueden justificar poner en un mismo plano al imperialismo y sus agentes locales, por un lado, y al bonapartista Maduro y los trabajadores venezolanos del otro. Guaidó no quiere realmente elecciones, que perdería entre otras cosas porque emigró una buena parte de su electorado, que se recluta entre los menos pobres o los más ricos, que son los únicos que pueden costear la emigración. En estos momentos, además, no se pueden realizar elecciones de ningún tipo ni referendos (¿quién los convocaría, por empezar?) y las negociaciones deben partir del rechazo total de las medidas imperialistas estadounidenses y británicas con los fondos venezolanos y al golpismo declarado y, además, deben ser públicas y deben apoyarse en movilizaciones de masa.
Como planteaba Trotsky en el caso hipotético de una guerra entre el Brasil fascista del Estado Novo de Getúlio Vargas y una potencia imperialista “democrática”, hay que derrotar primero al imperialismo para no regalarle la bandera de la independencia nacional a la reacción local y, después de derrotado aquél, hay que organizar la eliminación del gobierno nacional opresor. Maduro está a años luz de ser un Allende y tampoco es un Vargas pero es el gobierno legítimo de un país dependiente y Estados Unidos lo quiere derribar por la derecha –no por la izquierda- para convertir a Venezuela en una colonia virtual, dependiente de las transnacionales para su reconstrucción e incorporada en calidad de proveedora de recursos a los planes yanquis de guerra mundial. El peligro reside en que EE.UU y los golpistas logren un acuerdo con una parte de los militares contra el pueblo venezolano y contra Maduro, para que Venezuela vuelva al prechavismo. Contra ese peligro Maduro no es una garantía porque sólo el pueblo movilizado podrá impedir las negociaciones a oscuras de todos y las traiciones.
Por eso es necesario golpear juntos incluso con Maduro y los militares nacionalistas para, una vez derrotado el golpe, imponer un gobierno popular por sobre la boliburguesía.
Guillermo Almeyra
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