Camioneros, maestros, obreros, a los que se añaden comerciantes y agricultores han organizado protestas durante el último año en Irán. El activismo sindical que existe en el país, que era hasta ahora limitado, ha empezado a tener un creciente protagonismo.
El gobierno viene llevando a cabo una persecución y ha empezado a judicializar la protesta gremial.
“Esmaeil Bakhshi, uno de los representantes del sindicato de trabajadores de los campos de caña de azúcar del conjunto agroindustrial Hafttappeh en Juzestán, en el suroeste del país, se ha convertido en símbolo de las protestas obreras. Tras dos semanas de protestas por el impago de cinco meses de sueldos y la mala gestión del conjunto, fue detenido por primera vez el pasado noviembre. Liberado bajo fianza, denunció que había sido torturado bajo custodia” (El País, 13/2).
Las protestas se han escuchado también en el sector del acero, la industria automotriz, compañías de maquinaria pesada, plantas petroquímicas, ferrocarriles e incluso entre empleados municipales.
“El retraso en el pago de los sueldos y los abusos de los empresarios se han convertido en un mal común de todos los sectores” (ídem).
El problema se ha potenciado a partir de la privatización de la industria en un proceso opaco y fraudulento con la adjudicación de fábricas y minas a grupos cercanos al poder, que ha ido de la mano de atropellos y abusos contra los trabajadores.
Esto es un indicador de la aparición en escena de la clase obrera, que tradicionalmente ha sido uno de los pilares de la república islámica.
Pablo Heller
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