Advierto que sería un gran atrevimiento de mi parte hablar aquí de la cultura en estos sesenta años transcurridos después del triunfo de la Revolución, ni siquiera pretendo sentar cátedra con una conferencia. Mi único propósito es compartir algunos criterios generales sobre un tema de importancia significativa para la mejor comprensión de la Nación cubana en su devenir.
Pienso que hoy día es ya posible, libre de prejuicios, hacer un balance del transcurrir de la cultura en el período que nos ocupa. No hay que pretender fundamentarlo en rigurosa doctrina, aunque debe establecerse sobre los principios, que guiaron a mi generación, niña o adolescente, durante los años de lucha insurreccional hasta el triunfo de la Revolución. Entonces, implicó el evidente compromiso con aquella juventud que había luchado un 26 de Julio en el cuartel Moncada contra la tiranía y, luego de 1959, llevó a cabo las transformaciones imprescindibles para el progreso de la sociedad cubana.
Bajo la autoridad y carisma de Fidel, en el Ejército Rebelde —esencia del pueblo humilde— descansaba el respaldo a la Revolución. Formado este por estudiantes, campesinos, obreros, en general era portador de una conciencia política colectiva que se había forjado en la intuición de un pasado por reivindicar, al cabo del reciente centenario del natalicio del más preclaro hombre, el periodista y poeta José Martí, quien había logrado la unidad de los pinos nuevos y viejos para continuar la lucha por la independencia.
La Revolución de 1959 era consecuencia de una inexcusable acción cultural, cuyos atributos éticos procedían de nuestro acervo más íntimo. En aquellos primeros años se crearon instituciones fundamentales para la marcha de la cultura, según la perspectiva de la nueva república: Casa de las Américas, el ICAIC, el Ballet Nacional, la Imprenta Nacional, Danza Nacional y algunos otros. El Sistema de Enseñanza Artística constituyó un ejemplo para otras naciones de Latinoamérica.
He aquí mi convicción sobre las razones de la sobrevivencia de la estructura socio-política que comenzó a instituirse en 1959 con el liderazgo de Fidel Castro. Durante esos primeros años, padeció los ataques a su ejercicio político tanto en el seno de la propia Revolución como en el enfrentamiento a las violentas agresiones de los Estados Unidos, interesados en derrocar a un Gobierno revolucionario que ponía coto a su dominio imperial y, peor aún, servía de ejemplo a una América Latina en marcha hacia la renovación y respeto propios. La alfabetización fue la tarea colosal que llenó aquellos primeros años. La resistencia hizo más estrecho y riguroso el proyecto a cumplir, consecuente con la necesidad de asegurar el avance de las radicales transformaciones que buscaban suprimir las trabas de la dependencia foránea.
Los hombres que asumieron el poder en enero de 1959 no eran políticos a la usanza tradicional, ni administradores del Estado. Aquellos primeros años fueron de tanteos, de indagación del camino correcto; por esta razón, la máxima para la cultura de Fidel fue: “Por la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
El imprescindible apoyo de la Unión Soviética y del campo socialista permitió nuestra inserción en un régimen educativo que introdujo una filosofía marxista, nada despreciable, si tenemos en cuenta su punto de vista socio-histórico como proceso, cuando en nuestra generalizada idiosincrasia prevalecía la interpretación mayormente positivista y pragmática en la que no se buscaba ni relación ni continuidad en los fenómenos de la cotidianidad. Solo algunos intelectuales se habían aprovechado del hegelianismo, la mayoría preconizaba el laize faire o, en el mejor de los casos, la “virtud doméstica”; ahora bien, muchos de nuestros ciudadanos eran ajenos a las visiones estereotipadas introducidas por el dogmatismo recalcitrante, cuando se respiraban los aires del Caribe. Esta interpretación del marxismo sería aprovechada por demagogos y oportunistas para emplearla como instrumento y reducir los principios revolucionarios a una doctrina cerrada e inerte. Y como esta es la Isla Grande del Caribe, la editorial de “El Oficial” publicó la biografía Stalin, del troskista Isaac Deutscher, forma indiscutible de apuntar un equilibrio.
Y hubo búsqueda, liberalidades y rigidez con honradez, del que quiere lo mejor para la colectividad cubana. El Congreso de educación y cultura se desarrolló en 1970, posteriormente se crearía el Ministerio de Cultura en 1976. Por encima de todo, había que preservar el producto cultural neto de la sociedad cubana, la Revolución. Hubo prejuiciados y, claro está, muchos perjuicios.
Los cambios en el panorama mundial, suscitados en los años 80 permitieron corroborar cómo la subsistencia de la Revolución estaba dada por su capacidad de resistencia, principio de la filosofía caribeña, que no requería de una doctrina ajena a la idiosincrasia antillana. Nuestras limitaciones son infinitas como secuela del bloqueo impuesto durante tantos años, y se trabaja por superar este abismo. En el cine y el arte siempre se han rechazado esquemas; es la literatura la más afectada por patrones, también la historia, que vuelve continuamente a formulaciones de la primera mitad del pasado siglo sustentada en intereses de clases. Téngase presente que el fracaso de la Guerra Grande se argumentaba principalmente en los regionalismos y no en la falta de unidad por intereses racistas o de clases. Esto mismo permitía soslayar las razones de una connivencia propiciatoria a la ocupación norteamericana y las intenciones de anexión. Únicamente la unidad de integración social durante la lucha armada y sus conquistas impidió la realización de los propósitos imperiales.
Lo peor es la autocensura, si se pretende la seguridad que ofrece lo ya aprendido, con todas sus limitaciones. Se trata de estudiar y ponernos al día, conservando el principio de Fidel de que hay que salvar la cultura cubana y su producto más genuino, la Revolución. Se requiere la diversidad de opiniones, sobre un mismo tema, y el análisis crítico.
La filosofía en la que descansa la vida del cubano no es una filosofía del quietismo, de la contemplación; tiene que ser una filosofía activa para el servicio de la colectividad. En el pasado, la inteligencia criolla se propuso defender el criterio de la cultura latina sobre la anglosajona, que justificaba el rechazo a la doctrina Monroe, pero pretendía conservar las ataduras hispánicas. Los preclaros próceres de nuestra historia dieron por válido el justiciero principio de resistencia caribe, garantía de la calidad de sus propósitos en el devenir. Martí, Gómez y Maceo tenían la convicción de la unidad caribeña, y trabajaron por su consecución como vía para la fortaleza de sus idiosincrasias en respeto a la diversidad, pero también a la unidad de liberarse de las tutelas imperiales.
Se demuestra, con el dominio del saber universal y el papel que desempeña en esta parte del mundo, la defensa de nuestro destino como nación. No hay arbitrariedades, es el complemento requerido para la misión contemporánea de la juventud. En una época se reclamó su concurso para la independencia de España, luego para romper la dependencia neocolonial y sus representantes; ahora exige la consagración al deber de cada cual por sostener lo ya conquistado. Es también una filosofía de convicción y de afirmación de nuestra propia personalidad, que no puede ser negada luego de más de una generación en el seno de una identidad que imbrica lo mejor de su pasado con lo ocurrido hace 60 años.
La juventud contemporánea cubana precisa la convicción de que el progreso de nuestro pueblo está en seguir la línea emprendida en 1959; siempre y cuando estemos atentos a los cambios que se presentan en el conjunto de la sociedad y el mundo. Recuerdo el rechazo de algunos a volver la mirada hacia el devenir de la “patria chica” por atender a la historia universal. Hoy día, las ediciones territoriales han incrementado las publicaciones de las investigaciones históricas en cada una de las provincias de Cuba con valía para profundizar en la historia nacional. Tal y como nos educa lo acaecido, la microhistoria es un puntal fundamental para la defensa de la unidad nacional, así se refleja en muchos de los artículos de la Constitución aprobada el mes anterior, y que refrenda las transformaciones indispensables para adecuarse a las épocas que marchan con el sentido de los tiempos que corren y para cambiar lo que ha de ser cambiado.
Aporte esencial de la filosofía caribeña, que anima nuestro espíritu y nuestra cultura, es la ética, la que reconoce la acción para el beneficio común y rechaza la práctica del consumismo per se. El Padre de la Patria, cuando proclamó la independencia de España el 10 de octubre de 1868, pensaba en la eticidad de sus correligionarios para alzarse sin más respaldo que el deseo de ser libres. Recordemos que Martí dedicó la mayor parte de su obra a educar en el humanismo, en la perfección del comportamiento humano, el que transita por el respeto a su prójimo. Si valoramos sistemáticamente las palabras del Primer Secretario del PCC, Raúl, y del presidente de los Consejos de Estado y de Ministros Miguel Díaz-Canel, siempre nos convocan a prestar atención a los principios éticos para el mejor curso del desarrollo en nuestro país.
Hace un tiempo, un modesto miembro de nuestra sociedad decía que “Sin técnica no hay técnica”. Y es una verdad indiscutible, para adelantar en el desarrollo de un país, es preciso el conocimiento científico y técnico. No como en el siglo XIX, cuando se pretendía que el maquinismo iba a favorecer el progreso humano, o como cuando se nos enseña que solo en esto radica el progreso, y justifica la esclavitud del africano en las plantaciones cañeras o cafetaleras.
En una de las cunas de la humanidad, el griego podía generar la alta cultura entre los elegidos, lo cual quiere decir privativo suyo, sin considerar a las mujeres y los desposeídos. Ha llegado a nosotros, entonces era solo para los elegidos, como en el antiguo Egipto, en Mesopotamia o en Roma. La ciencia sin humanismo conduce al fascismo. No, la ciencia ha de ir acompañada de la virtud en el ser social. Y la cultura es recurso de educación, en todas sus artes posibles.
Para la vanguardia de los jóvenes intelectuales y artistas, el conocimiento de la Historia de la Cultura, no en las simples manifestaciones, sino en la evidencia de la sicología colectiva que le da origen, es premisa para saber mejor cómo orientar, desde la Asociación Hermanos Saíz, el futuro de la producción artística y literaria para que contribuya al mejor saber, filosófico y ético cubanos, de los ciudadanos de nuestra patria.
Olga Portuondo Zúñiga
La Jiribilla
Con la conferencia La cultura cubana en 60 años de Revolución, impartida por la historiadora y Premio Nacional de Ciencias Sociales (2010) Olga Portuondo Zúñiga, comenzó en la ciudad de Holguín el XXI Congreso de Pensamiento Memoria Nuestra, como parte del programa de las recién finalizadas Romerías de Mayo.
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