Las elecciones europeas del 23 al 26 de mayo tendrán lugar en medio de fuertes tendencias disgregadoras, con el Brexit como hecho más sobresaliente, y de agudización de los choques políticos entre las potencias, como lo pone de relieve la guerra comercial. Dicha disputa tiene al continente europeo como uno de sus escenarios: Trump ha amenazado con una subida de aranceles y alienta el Brexit como un modo de debilitar a la UE. A su turno, el continente es fuente de disputas por áreas de influencia entre Estados Unidos, Rusia, China, y las propias potencias europeas (por ejemplo, en los Balcanes). La coalición de gobierno austríaca se ha roto durante el proceso electoral en medio de denuncias contra un ministro perteneciente al FPO –partido ultraderechista- por negociar sobornos con compañías de Moscú. Uno de los hechos que mejor resume este convulsivo escenario continental es el planteo franco-alemán de poner en pie un ejército europeo.
Los comicios involucran a 28 países de la Unión y se deben escoger 750 parlamentarios, repartidos proporcionalmente por países según su población. Se eligen a través de listas nacionales, las que, en función de sus afinidades, constituyen después diferentes bloques en el parlamento comunitario. Está en juego también la dirección y composición de la Comisión Europea y el Consejo Europeo. Una característica de los comicios es su participación declinante, desde el 62% de participación global en 1979 hasta el 42% en 2014. Hay casos notables: en las últimas elecciones, en la República Checa sólo votó el 20% del padrón y en Eslovaquia el 13%. Esto habla de la escasa representatividad de las instituciones del bloque.
Los principales bloques
A grandes rasgos, son cuatro los bloques que dominan la elección. Por un lado está la derecha tradicional, principal bloque del parlamento comunitario, nucleada en el Partido Popular Europeo (PPE). Allí revisten el PP español, la CDU alemana (fuerza de Angela Merkel) y Los Republicanos de Francia, entre otros. Junto con el bloque centroizquierdista, son los mayores responsables de las brutales políticas de ajuste y austeridad que se impusieron ante la crisis capitalista. Es un bloque que viene golpeado por el desplome del PP español y de la centroderecha francesa, que quedó por detrás de Emmanuel Macron y Marine Le Pen en las últimas elecciones presidenciales.
En el caso del bloque centroizquierdista, ganó oxígeno con el triunfo de Pedro Sánchez en España, quien se autoproclamó como una barrera contra el avance de la derecha, pero la socialdemocracia viene en franco derrumbe en términos generales. El PS francés fue pulverizado y en Alemania y Suecia realizaron dos de las peores elecciones de su historia. Se trata de dos bloques que pagan las consecuencias de las políticas de ajuste.
La crisis de la Unión Europea y de los dos bloques que han cogobernado históricamente en el Parlamento Europeo le ha dado aliento a otras expresiones políticas. Uno de los ejemplos es el de Macron en Francia, cuya fuerza podría incorporarse a la centrista Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE). No obstante, Macron encontró rápidamente sus obstáculos, como lo mostró el extraordinario movimiento de los Chalecos Amarillos.
Pero sobre todo, la crisis de los bloques tradicionales ha dado lugar a un desarrollo de fuerzas de extrema derecha que configurarían una especie de tercer bloque de esta elección. Vox en España, la Liga en Italia de Matteo Salvini, o el partido Ley y Justicia que hoy gobierna Polonia, entre muchos otros. Comparten un discurso nacionalista, hostil a la Unión Europea, pero tienen su talón de Aquiles en sus múltiples divisiones, presumibles si se tiene en cuenta que se trata de fuerzas fuertemente xenófobas y chauvinistas. Estas divisiones se reflejan en la existencia de tres bloques de estas características en el Parlamento Europeo. Salvini, cuya fuerza se estima que ganará las elecciones en Italia, busca acaudillar el sector, todavía sin mayores éxitos. En línea con ello, el estratega de Trump, Steve Bannon, conformó El Movimiento, una especie de internacional soberanista (valga el oxímoron) con Salvini al mando, que intenta capitalizar el descontento con los bloques europeístas a partir de propuestas de rebajas impositivas y odio a inmigrantes. Las encuestas vaticinan una gran elección en Reino Unido del Partido Brexit, una refundición del Ukip que comanda Nigel Farage.
Finalmente está el bloque de la izquierda europea, que reúne a Syriza de Grecia, al Bloco de Portugal, Izquierda Unida y Podemos de España, La Francia Insumisa de Jean-Luc Melenchon y Die Linke de Alemania, entre otros. Este bloque desenvuelve una crítica a las políticas de ajuste, pero en líneas generales está completamente adaptado a esas políticas (cuando no las ejecuta directamente), al punto que “Syriza ya ha dejado clara su preferencia por formar una mayoría progresista que vaya desde el partido de Macron hasta el suyo”, según El País (16/5). “Hemos estado trabajando en ello en el Parlamento Europeo desde 2016 y también en el contexto del Consejo [Europeo], construyendo alianzas entre los partidos de izquierdas, los socialdemócratas y Los Verdes”, explicó el vicepresidente del Parlamento Europeo y candidato de Syriza para eurodiputado, Dimitris Papadimoulis (ídem). Aun reconociendo esta realidad, el PCL italiano se ha colocado a la rastra de este bloque, al llamar en una declaración a votar por la Sinistra, el representante del sector en la península.
Es un bloque que no está exento de contradicciones. Si una parte aparece fuertemente adaptada a la Unión Europea, limitándose a reclamar una Europa social, Melenchon en cambio coquetea con planteos del tipo “Frexit”, planteando el retiro de Francia de ciertos tratados comunitarios. “No hay ejemplo en el mundo de país que haya suprimido una frontera. Esta idea solo existe en algún salón izquierdista o democristiano-liberal”, dijo en un reciente reportaje (ídem, 11/5). Por demás, Melenchon considera perimida la diferencia izquierda-derecha, habiéndola reemplazado por la de pueblo-oligarquía, que amplía su campo de alianzas a sectores de la burguesía.
En cuanto a los verdes, que buscan capitalizar la gran ola de movilizaciones juveniles contra el cambio climático, tienen un juego propio en algunos países (han tenido una buena performance electoral en Alemania) y en otros (como España y Portugal) se encuentran integrados a coaliciones de izquierda.
No hay compartimentos estancos entre los bloques, sino que existen vasos comunicantes. Mientras critica a la extrema derecha, la derecha “democrática” promete en campaña un mayor despliegue contra la inmigración y acuna en su seno al Fidesz, partido de extrema derecha que gobierna Hungría y es verdugo de los refugiados. Sectores de la izquierda, a su vez, tienden puentes con la centroizquierda. Y el PPE y la socialdemocracia, como decíamos antes, han tenido una política de colaboración parlamentaria.
A la Unión Europea ajustadora e imperialista y a las fuerzas fascistizantes es necesario oponerles la lucha por la unidad socialista de Europa.
Gustavo Montenegro
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