Como es habitual en Estados Unidos el primer lunes de septiembre, es decir este que viene, se celebra el Día del Trabajo. Para entonces ya la población de ese país habrá asimilado la escalofriante noticia de que padece la mayor tasa de desempleo de los últimos 26 años según un informe oficial difundido hace pocas horas.
El gobierno federal señaló que 9,7% de la población carece de un puesto laboral, lo que significa casi 15 millones de personas, cifra de por si alta, aunque insuficiente para reflejar lo que sucede en realidad en la nación del norte, eso que muchos dan en llamar la verdad verdadera.
Según el Departamento de Trabajo de Estados Unidos ese 9,7% sólo acoge a quienes perdieron recientemente su empleo, solicitaron asistencia del gobierno o está inscriptos en la lista de quienes buscan una colocación.
A ellos habría que sumar a los desanimados, los que ya dejaron de aspirar a una plaza, más a quienes tienen trabajos por tiempo parcial y aquellos que están al margen del mercado laboral, es decir que se encuentran en el denominado sector informal.
Contándolos a ellos la tasa llegaría entonces al 16,8%, lo que representa a 26 millones de personas, o, si ustedes lo quieren ver de esta manera, significa que uno de cada seis trabajadores en la economía más grande del planeta está desempleado.
Por supuesto que el panorama es más sombrío entre los de origen hispano, donde las cifras suelen ser siempre de dos o tres puntos porcentuales más elevadas, y ya no digamos entre los indocumentados, que ocupan el escalón más bajo en la cadena laboral.
Desde que comenzó la crisis global capitalista, en 2007, en Estados Unidos se perdieron 7,4 millones de puestos de trabajo, al acumulado más alto desde la segunda guerra mundial.
La información representa un balde de agua bien helada sobre aquellos que de manera optimista, o irresponsable, más bien, anunciaban el fin de la caída y el comienzo de la recuperación.
No cobrar un salario representa para muchos la pérdida de su vivienda, acumular deudas con intereses leoninos, consumir sus ahorros, cuando los hay, problemas para mantener a sus hijos en la escuela, incapacidad para enfrentar una enfermedad o accidente y disminuir la calidad y cantidad de alimentos para su familia.
En términos netos esto se traduce en contracción del consumo y depresión de la demanda y significa que una eventual recuperación sólo podrá comenzar mucho más tarde.
Mientras tanto, la devastación de la calidad de vida continuará en el país que una vez se autoproclamó como la tierra de las oportunidades, el lugar del “sueño americano”.
Muy poco, pues, tendrán que celebrar este lunes los trabajadores estadounidenses. Quienes aún tienen un puesto estarán más preocupados por aferrarse bien a él, mientras que los expulsados del sector laboral se hundirán más en la incertidumbre en una sociedad basada en preceptos egoístas y competitivos, donde cada cual debe rascarse con sus propias uñas o, si carece de ellas, soportar el escozor.
Guillermo Alvarado
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