domingo, septiembre 27, 2009

La Colombia popular, la verdaderamente digna


No resulta extraordinario escuchar leer al ex Presidente conservador Belisario Betancur el comunicado en el que la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores confiere su voto de aprobación y respaldo a la política internacional del gobierno de Álvaro Uribe. Sabíamos que el pronunciamiento de tal Comisión no podía tener otro sentido. Y no porque el manejo de las relaciones diplomáticas por parte de la actual Administración sea precisamente el más adecuado y conveniente. Sino por el hecho simple y sencillo, demostrado una y mil veces en la historia nacional, de que si algo caracteriza el entorno de la política colombiana, es la convergencia plena de todos los sectores oligárquicos cuando quiera que perciben algún elemento perturbador que puede poner en peligro sus intereses comunes.
Eso sí que lo entiende bien el Presidente Uribe. Al fin y al cabo todo ese caudal denominado uribismo no es otra cosa que la suma de facciones liberales y conservadoras, que supieron comprender que sólo bajo una nueva apariencia, podrían continuar disfrutando impunemente de las gabelas del poder. Lo reconoció de manera natural el entonces ministro del interior y justicia Carlos Holguín Sardi, cuando el escándalo de la Yidispolítica puso de manifiesto que la aprobación de la reelección presidencial había sido obtenida mediante el tráfico de auxilios y cargos oficiales. Él no veía nada malo en ello, la política en nuestro país siempre y para todos los efectos se había hecho del mismo modo. Quizás a qué intereses podía obedecer el bochinche que se quería armar ahora. Vaya, Uribe, el hombre que encabezó el mesiánico movimiento anti políticos, resultó ser el maestro mayor del más vulgar clientelismo.
Quién puede creer que tras las rabietas del ex Presidente Gaviria acerca de que el país se encuentra en manos del paramilitarismo, se esconde de veras una posición liberal de denuncia y rechazo a esa forma de ejercicio del poder. En el mismo momento en que Gaviria formulaba sus graves sindicaciones, se encontraba preparando ponencia favorable al gobierno en la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores. Todavía más, ya lo habíamos escuchado respaldar de manera enfática el establecimiento de las bases norteamericanas en Colombia, y lo habíamos oído solidarizarse de cuerpo entero con la actitud asumida por el gobierno nacional frente a la inconformidad expresada por los gobiernos de Ecuador y Venezuela por ese mismo motivo. Detrás de la farsa teatral que configura la política tradicional en nuestro país, es posible atisbar la maniobra del Presidente Uribe para conseguir que toda la clase dominante cierre filas en torno a su nueva reelección.
Los estrategas del accionar político uribista se han encargado de mover los hilos de tal modo que el asunto de las bases, independientemente de su contenido y significado, se convierta en una cuestión de dignidad y decoro nacional. En Colombia somos libres para firmar los convenios que se nos antoje con quien nos dé la gana. Ni más faltaba que la opinión de gobiernos extranjeros, o de todo un continente incluso, tuviera que ser observada para tomar nuestras propias decisiones. Así es como se han encargado de pintar las cosas los grandes medios de información, esos sí verdaderos nigromantes, capaces de hacer aparecer como ciertas y verdaderas las cosas más falsas y lejanas a la verdad. Basta con tener dos dedos de frente para entender que ningún gobernante va a tener una política internacional que riña o contraríe de algún modo los intereses que practica en el plano interno. Y eso, precisamente eso, es lo que se quiere ocultar o enredar a la inmensa mayoría de colombianos.
La confianza inversionista, la seguridad que le suministra Álvaro Uribe a los grandes capitales transnacionales en el sentido de que podrán extraer el mayor índice posible de ganancia con sus baratas inversiones en el país, constituye la expresión concentrada del neoliberalismo económico que mantiene al mundo entero al borde del caos. La forma cínica y despreocupada con la que se habla en el alto gobierno de las urgentes ventas de ISAGEN o ECOPETROL, mantiene una relación íntima e indisoluble con la militarización y la guerra, con el incremento de la intervención norteamericana, con las dichosas bases de la polémica. Es esa política de saqueo imperial, favorecida en forma abyecta por el uribismo, la que pretenden enfrentar en sus países los actuales gobiernos de Venezuela, Ecuador o Bolivia, para poner sólo unos ejemplos, mucho más interesados en la suerte de sus propios connacionales y ciudadanos que en la de los accionistas de los grandes consorcios internacionales.
¿Acaso todavía existen ingenuos que se tragan el cuento de la imparcialidad y la objetividad de los grandes medios de comunicación? ¿No son ellos propiedad de poderosos conglomerados transnacionales o monopolios locales? El paradigma que nos presentan como modo de vida, esa rumba eterna hoy en El Líbano Tolima, ayer en Santa Marta y mañana quizás dónde, en la que los colombianos podemos disfrutar con nuestras familias el fin de semana, se halla por fuera del alcance de la inmensa mayoría. Es una ilusión, un viaje mental colectivo que nos aparta de la realidad. Del mismo modo que la pretendida dignidad nacional que alegan las altas esferas, no pasa de ser la entrega más canalla de la soberanía y bienestar nacionales, en aras de consolidar una forma de dominación económica y política que trastabilla por doquier en razón de su injusticia y su crueldad.
Es claro de toda claridad que la llamada opinión pública, esa orientación editorial que los dueños del capital señalan a sus voceros para que expresen con sus teclados, sus micrófonos o sus cámaras su voluntad y la impongan al colectivo a fuerza de repetirla, tiene en los tiempos que corren un solo propósito. Calumniar, difamar, desprestigiar, arrastrar, pisotear y anular cualquier posición disidente o contestataria al modelo de saqueo universal que pregonan los grandes conglomerados económicos mundiales, apoyados en la furia violenta de las más grandes potencias militares. Así son satanizados y condenados al escarnio los Estados más justicieros, los proyectos económicos, políticos y sociales más progresistas y avanzados, las organizaciones más nobles y humanistas, las personas más decentes que caminan sobre la tierra. Se los pone a caminar por el borde de los códigos penales nacionales o internacionales.
Al tiempo que el Presidente Uribe advierte que las FARC no van a convertirse en interlocutoras del país, añadiendo como siempre toda clase de epítetos contra nosotros, periodistas de todos los calibres, desde los más ridículos bufones hasta los más prestigiosos analistas, se encargan de despedazar las declaraciones del Comandante Alfonso Cano a una revista semanal que se atrevió a divulgar una entrevista con él. Hay quienes afirman orondos que esa publicación constituye un acto de cooperación con actividades terroristas, olvidándose de sus sacros discursos sobre la libertad de prensa y dando exacta idea de lo que entienden por ella. De manera simultánea se encargan de aplaudir la entereza del Presidente Uribe porque pese a todo se apresta a firmar el acuerdo con el Pentágono y a acudir a Bariloche a denunciar el tráfico internacional de armas. Como si no fueran los Estados Unidos los primeros fabricantes de armas en el mundo y los primeros expendedores de ellas.
Así que Uribe ha armado toda esa tramoya con el propósito de anunciar, mecido en un ambiente mediático más que favorable a él, su próxima candidatura presidencial. Allá apuntaba todo. Los partidos tradicionales, el uribismo y la gran prensa lo aclaman al unísono. Nadie se toma en serio lo que se diga sobre paramilitarismo, falsos positivos, desplazamientos forzados, crímenes selectivos, terror generalizado, interceptaciones y seguimientos. Olvidaron todos a una la corrupción que supura este gobierno, la crisis económica, la dictadura constitucional, la guerra fratricida que asuela el territorio nacional, las cifras sobre el crecimiento de la pobreza y la miseria, en fin, el fracaso rotundo del espejismo económico, la delicada situación internacional con los vecinos y todo lo demás. Lo que cuenta son las fabulosas ganancias del sector financiero, el guiño de Washington, el carisma del Presidente.
Por fortuna hay otra Colombia. La que no traga entero. La que es consciente de lo que le piensan echar encima. La que se va a poner de pie para aguarle la fiesta al régimen. Al taimado de Obama. La que entiende bien lo que significa la actual sacudida de los pueblos de América Latina. La que comprende la enorme diferencia entre la mina que parte la pierna a un soldado mercenario y las bombas de mil libras que arrojan a granel los aviones de la fuerza aérea. La que por su propia experiencia conoce lo que representa la intervención gringa en el conflicto. La que tiene perfecta idea de quiénes son y dónde están los verdaderos terroristas. Esa que nunca consultan para hacer encuestas. Esa que siente suya y apoya la lucha de las FARC. La que ignoran los medios, la invisible, la que cuando se den cuenta les va a dar el susto más grande de toda la vida. La que se encargará de voltear la torta. La Colombia digna, la popular.

Gabriel Ángel/guerrillero de las Farc

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