En 1981, el comité central del PCCh aprobó por unanimidad una resolución sobre “algunos problemas en la historia de nuestro Partido”. En ella se hacía evaluación del maoísmo, aplicando a dicho periodo el balance sugerido por el propio Mao a propósito de la Revolución Cultural: 70 por ciento de aciertos, 30 por ciento de errores.
El tiempo del denguismo, la segunda fase de desarrollo tras la proclamación de la República Popular China, llegó a su término con Xi Jinping. Y la pregunta pudiera ser obligada: ¿Propiciará este una resolución similar? Hasta ahora, el principal pronunciamiento de Xi en este aspecto abunda en la idea de que “ni la reforma se opone al maoísmo ni el maoísmo se opone a la reforma”. Al PCCh le preocupa el sentido de la continuidad y fiel a la tradición cultural del país no hará condenas categóricas. Equilibrio y adaptación. Por otra parte, Xi ha resucitado instrumentalmente algunas aseveraciones maoístas al tiempo que bien podría aspirar a situarse por delante del propio Deng en la jerarquía histórica del liderazgo chino.
La más frecuente crítica a las políticas voluntaristas de Mao contrasta con la buena consideración general del pragmático Deng. Este, sin embargo, tiene también su lado oscuro. La reforma y apertura fue un éxito en términos generales, pero los “efectos indeseados” colean aun hoy día: desde la exacerbación de las desigualdades a la pérdida de cohesión territorial, desde la super explotación de la mano de obra a la implementación cruel de las políticas de control demográfico, etc. Y, por supuesto, el auge por doquier de la corrupción, el proyectil almibarado que decía Mao. Hoy día, la segunda potencia económica del mundo tiene un Índice de Desarrollo Humano que la sitúa en la posición 86, por detrás de Argelia. A Xi, principalmente, le toca corregir los múltiples desequilibrios originados por una de las máximas de aquel periodo: primero eficacia, después justicia.
Un lugar especial en todo caso merece la crisis de Tiananmen en 1989, convertida en Occidente –también con su lado oscuro y no pocos trances similares- en paradigma de los límites de la reforma. No falta quien relacione la negativa del Partido a efectuar una nueva lectura de aquel dramático episodio con el hecho de que figuras como Jiang Zemin o Li Peng, secretario general del PCCh y primer ministro respectivamente, desempeñaron un papel activo en la culminación represiva de la decisión final y que ambos siguen vivos. Quizá. Pero el concurso definitivo para aquel trágico desenlace fue la posición de Deng Xiaoping, sin lugar a dudas.
¿Cuál será el balance del denguismo? ¿Habrá otra resolución como la de 1981? ¿Cuál será el porcentaje de aciertos y errores de Deng? La agenda política que enfrenta el PCCh en la actualidad, inmerso en una crisis de supervivencia de otro signo marcada por el incremento de las tensiones estratégicas, puede aconsejarle no distraer la atención. En el plano interno su agenda apunta a la superación de muchas de las causas que están en el origen de aquella crisis: construir una sociedad de bienestar, cercar la corrupción, eliminar la pobreza, mitigar los desequilibrios, mejorar la gobernanza, etc.
Aun así, más temprano que tarde, como hizo en 1981, el PCCh tendrá que afrontar la necesidad de un pronunciamiento más objetivo acerca del diagnóstico aun hoy oficial que califica lo sucedido como una “rebelión contrarrevolucionaria”. Por más que se depositen toneladas de silencio sobre aquellos días de junio, la verdad acabará aflorando. Y en aquella deriva, la propia responsabilidad del PCCh también debe ser dirimida.
Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China. Su última obra: La China de Xi Jinping (Popular, 2018).
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