jueves, diciembre 21, 2017

¿De qué va realmente la historia de Jerusalén en estos momentos?



Tras la palestinización de los sirios, ahora llega la sirianización de los palestinos.

La historia no va del reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel de la administración de Donald Trump, ni del consiguiente desprecio hacia el pueblo palestino y sus vínculos con la ciudad que ocupa un lugar central en el nacionalismo contemporáneo palestino y en los sentimientos islámicos y cristianos. De eso no va la historia, porque tanto las distintas administraciones de EEUU como el sistema internacional que tras la II Guerra Mundial reconocieron un Estado fundado esencialmente sobre una limpieza ética, basado en la discriminación racial hasta este mismo día, han albergado siempre tal predisposición. La historia tiene que ver más bien con la supresión, por parte de las potencias que dirigen el sistema internacional, de cualquier pretensión de justicia o esfuerzo auténtico por la paz, aunque sólo fuera puramente formal, enterrando de una vez por todas el penoso proceso de paz israelo-palestino y convirtiendo la dispersión actual de los palestinos en enclaves desconectados en el fin último de su empresa.
En la vecina Siria, donde la presencia del sistema internacional es más directa hoy en día, el destino palestino se muestra con toda su crudeza. Se muestra en la imagen de la protección internacional otorgada al régimen asadista en el Consejo de Seguridad, de forma tal que recuerda la protección a Israel; en la imagen de la extirpación física de los revolucionarios sirios, que es continuación de la extirpación política del pueblo en general, recordando en cierto modo la extirpación política de los palestinos de su tierra; en la imagen de la monopolización tanto por parte de Asad como de Israel de las armas de destrucción masiva y del poder aéreo; en la imagen de clasificación de los seres humanos, que hace que algunos de ellos se merezcan la soberanía y el reconocimiento por parte del sistema internacional, obteniendo así la capacidad para matar cuando se les antoje al estar exentos de cualquier ley, mientras que otros deambulan sin rumbo, sin que se reconozca su sufrimiento, despojados de todos los derechos, con su propia humanidad y derecho a la vida bajo sospecha.
El Estado asadista ha diseñado la palestinización de los sirios de esa manera a lo largo de los años de la revolución, para satisfacción israelí y regional, con total impunidad e inmunidad a la hora de rendir cuentas, garantizadas internacionalmente, al menos desde el ataque con armas químicas en Ghuta de septiembre de 2013. Y parece que este terrorífico suceso está hoy intentando cruzar la carretera en dirección opuesta, sirviéndoles en bandeja a los palestinos el tratamiento sirio; negándoles significado, así como una patria, en el modelo encarnado por la decisión de Trump. Esta decisión no es un acto presidencial aleatorio, como algunos pretenden decirse a sí mismos –confiando, quizá, en que después de Trump se produzca el advenimiento de un presidente estadounidense “racional” que mantenga un poco mejor las apariencias que el insolente millonario-, sino que va unido a transformaciones estructurales en el sistema internacional, que se desliza por todas partes en direcciones antidemocráticas, con una sensibilidad cada vez menor frente al racismo en la medida en que, en el mismo territorio que una vez albergó Auschwitz, se emiten llamamientos a favor de un “holocausto islámico”.
Desde hace ya casi siete años, Siria ha sido un campo de experimentos para algunas de esas transformaciones contrarrevolucionarias y antidemocráticas. En todos estos largos años, perpetrar masacres –incluso con armas de destrucción masiva- se ha convertido en una herramienta política aceptable, al igual que la industria de la tortura y el asesinato en prisiones e instalaciones de seguridad. De ahora en adelante, el experimento de campo sirio proporcionará precedentes de los que echarán mano las potencias internacionales para matar a otros pueblos y probar nuevas armas, como se jactan de estar haciendo en Siria los militares rusos. Si los palestinos fueran a embarcarse ahora en una nueva intifada, la perspectiva de que se encuentren con un destino sirio sería mucho mayor que en cualquier momento anterior, fortalecida por el precedente asadista y los cambios reaccionarios llevados a cabo en el sistema internacional.
Es respecto a estos cambios estructurales que merece la pena mirar, reflexionar y trabajar para construir políticas de liberación que los enfrenten, y no la engañosa suposición seudo-antiimperialista que se desprende de considerar que las poblaciones de nuestros países son descuidadas e ignorantes; fácilmente engañadas por los discursos de demagogos como Hassan Nasrallah, líder de Hizbollah, que les dice que sus dolores y dignidad no tienen importancia y que lo único que importa son las decisiones que adoptan los fanáticos como ellos. Y la peor respuesta ante estas mentiras es su imagen especular, que obedece a su forma de imponer más de lo mismo a la inversa y que muestra escepticismo sobre el valor de cualquier lucha o significado, culpando constantemente a las víctimas por su “irracionalidad” o incluso por su estupidez. Ninguna de esas trayectorias puede ser el camino a seguir. La verdad está en otra parte: en los hechos de la extirpación física y política en curso en Siria; en el despojo de las dimensiones morales y simbólicas de suma importancia para el nacionalismo palestino tras la expulsión de la mayor parte de su pueblo de su patria natal y las prácticas de discriminación racial contra los que allí permanecen; y en la colusión de las facciones locales de nuestros países con las ocupaciones y potencias internacionales de creciente racismo.
Y si hay un hecho adicional que señala la palestinización actual de los sirios, es el “proceso de paz” sirio emulando a su miserable antepasado palestino y superándolo en bajeza, insolencia y engaño. Para empezar, ni siquiera se sabe bien si este “proceso” tiene lugar en Ginebra, en Astana o en Sotchi. Con una “oposición” domesticada claramente pergeñada y manipulada para que no se oponga a los ocupantes ni al asesino local que trabaja para servirles. Y, mientras, quien todavía defiende los valores de la revolución y se pronuncia por los pobres y destituidos del futuro de su país es acusado de extremismo. Este “proceso” no promete al pueblo sirio en general nada más que una ciudadanía de segunda clase en su propio país; estableciendo de hecho un régimen similar al de Israel, sólo que en esta ocasión se trata de ocupaciones múltiples y al parecer con un régimen dinástico y hereditario cuya historia se ha ido construyendo a base de masacres. Lo que le espera a los sirios tras su supuesta “paz” no es una situación de estabilidad, ni siquiera la antigua Siria asadista, sino un régimen de guetos y de discriminación racial.
La conclusión que puede sacarse hoy del estado de la causa palestina, y del destino de las revoluciones árabes, es la necesidad de una nueva generación revolucionaria y de una mentalidad y prácticas nuevas orientadas hacia la liberación, para poder pasar página sobre el seudo-antiimperialismo y su opuesto, y que la política s en que los pueblos en general asuman la propiedad de sus países y decidan sus destinos. Esto es lo que podría convertirse en la contraHistoria: la historia de su emancipación.

Colectivo Al-Jumhuriya
Al-Jumhuriya English
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

[Nota del editor: Este editorial se publicó originalmente en lengua árabe el 11 de diciembre de 2017. Su traducción al inglés se debe a Alex Rowell.]

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