lunes, diciembre 25, 2017

Netflix



Plataforma de video en streaming (distribución digital de contenido multimedia bajo pago) convertida en fenómeno socio-cultural del siglo XXI, Netflix es a la altura de 2017 un verdadero imperio mundial con, hasta noviembre, 105 millones de usuarios localizados en casi el ochenta por ciento del planeta.

Desde su discretísimo surgimiento, hace veinte años, hasta la actualidad mediaron varias fases de expansión del gigante mundial de la televisión por internet con oficinas en el corazón de Silicon Valley y productora en Beverly Hills, las cuales definieron sus primeros objetivos en el público norteamericano (que controlan desde hace más de un lustro) y luego en la internacionalización.
Al crecimiento de su base de suscriptores contribuyó -de manera notable- la generación de contenidos propios a partir de 2013 mediante el eficaz drama político telefictivo House of Cards, en tanto arranque de un proceso vertiginoso, sorprendentemente prolífico y cualitativamente irregular, afincado a tres pilares temáticos bien diferenciados. Los dos primeros, de peso sustancial en la agenda, son las series y las películas originales de Netflix. Los filmes propios los iniciaron en 2015 a través de la sólida Beast of No Nation, los incrementan con varios títulos mensuales de gran variedad argumental pero de escaso calibre -apreciados en sentido general- u ocasional valía tras el contrato a pesos pesados de la creación fílmica internacional como el surcoreano Bong Joon-ho, realizador de la aplaudible Okja (2017) o autores internos de prestigio a la manera de Noah Baumbach y su The Meyerowitz Stories. Realizará 80 filmes originales en 2018, contra 50 este. En un tercer escaño se ubican los documentales propios, junto con los especiales humorísticos: la mayor parte de estos centrados en exponentes del stand-up comedy estadounidense.
En su propuesta audiovisual -conocida en todo el mundo, menos debido al número de suscriptores que gracias a la piratería-, el receptor puede encontrar apuestas antónimas. Joyas del universo serial como Master of None y productos de bajo perfil a la manera de Marsella, Fuller House o One Day at a Time), cuya perspectiva ideológica respecto al tema Cuba responde a la visión imperial preconizada por la Casa Blanca, pese a que el sello promulgue la “apoliticidad” como supuesta marca de la casa. Otro mentís al respecto sería, por citar un ejemplo, el desvirtuado documental Winter on Fire, sobre la “revolución” ucraniana de 2013, aupada y financiada por Washington y la Otan.
La megaempresa de emisión en continuo (hermética en la emisión de muchos datos, al punto de quien busque en Wikipedia solo encontrará información antigua y desactualizada), empero, dio a conocer de forma pública, en nota publicada en The New York Times este 17 de octubre, que empleará cerca de 8 mil millones de dólares en 2018 para fortalecer su programación original.
Lo anterior da la idea del desconocido, aunque deduciblemente colosal, margen de ganancias de la corporación (2 mil 875 millones solo en el tercer trimestre de 2017, según Los Ángeles Times); no obstante economistas norteamericanos hayan asegurado que su maquinaria de producción resulta insostenible en base a su solvencia, razón que presumiblemente la condujo a utilizar fondos de los mercados de deuda para afrontar sus planes productivos.
Un hito comercial reciente de la empresa californiana es la archifamosa serie infanto-juvenil Stranger Things, cuya tercera temporada ahora gestionan. Otros materiales de evidente éxito (dado el número de temporadas) han sido Orange is the New Black y Narcos, coproducida con la francesa Gaumont y Colombia.
Como cada uno de los emporios estadounidenses vinculados a la red, Netflix registra todo y tiene un conocimiento cabal de las aficiones y preferencias de quienes descargan/visibilizan sus contenidos. Así no solo maneja tanto su mercado actual como futuro, sino además se suma a las herramientas de control de los gigantes informáticos yanquis al servicio del poder.
En su tendencia de expansión mundial, la parrilla original de Netflix -a la manera de HBO, que cuenta con divisiones focalizadas como HBO Latinoamérica-, crea de forma progresiva ramificaciones territoriales en diversos países y genera allí materiales que, si bien intentan “vender” cual producciones nacionales bajo su sello, en la práctica son productos globalizados con su marca, de la guisa de la referida Marsella, en Francia; Las chicas del cable, en España o Club de cuervos e Ingobernable, en México.
Plataformas como Hulu (El cuento de la criada) o Amazon (Wonderstruck) intentan competir, infructuosamente hasta ahora debido al inalcanzable volumen productivo de Netflix, mediante la generación de contenido propio. Pero el sello de las siete letras rojas manda; y al parecer lo hará por años.

Julio Martínez Molina

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