Este artículo, nace de mi actividad académica e investigadora que, en los últimos meses, he estado realizando en diversas universidades e instituciones académicas latinoamericanas. En donde he tratado de exponer un humanismo ético, social y espiritual (integral). Tal como, por ejemplo, nos muestra la corriente de filosofía y pensamiento conocida como personalismo comunitario. Con autores tan significativos como J. Mariatain, E. Mounier, G. Rovirosa, E. Levinas, X. Zubiri o el mismo Ellacuría. El personalismo, con estos maestros y testimonios como Mounier, ha aportado mucho y bueno a la filosofía, la cultura y al compromiso social.
Ninguna filosofía es perfecta. Y, en este sentido, el pensamiento personalista puede tener sus carencias o límites que habrá que ser precisados, con una actualización y profundización siempre constante en la historia de la cultura. Más, como ha sido estudiado hasta la saciedad por todo tipo de autores o estudios e investigaciones, es innegable la contribución, tan fecunda e importante, que el personalismo ha hecho en todos estos ámbitos del pensamiento. La filosofía personalista, con sus autores como Mounier, supone toda una revolución antropológica, social y ética para el pensamiento, la cultura y el mundo.
Siguiendo a lo más valioso del humanismo filosófico y espiritual, el personalismo pone a la persona como principio, centro y fin de toda la realidad humana, social e histórica. Es decir, toda ética, relación y estructura o sistema, por ejemplo en el campo del derecho o de la política y economía, debe estar al servicio de la vida y dignidad sagrada e inviolable del ser humano con sus derechos y deberes. De esta forma, por su propia inspiración espiritual como muestra Mounier, el personalismo está inspirado en lo más valioso del humanismo espiritual y liberador. Ya que coloca siempre esta vida y dignidad de la persona, con sus necesidades vitales, por encima de cualquier ley o norma e institución, por más sagrada que se considere. “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27-28).
En esta ética y espiritualidad del amor con la justicia liberadora con los pobres, el personalismo quiere que tengamos vida y sea una vida fecunda (Jn 10, 10). En la línea de Ireneo de Lyon y que actualiza Oscar Romero, la gloria es que el ser humano y el pobre vivan. Ya que, como nos muestra la ciencia social o la misma filosofía, los pobres son los que mueren antes de tiempo, a los que se les niega el amor fraterno y la solidaridad. A los pobres se les aplasta su vida, dignidad y derechos. En realidad, eso es lo que promueve todo este humanismo ético, espiritual e integral como es el personalismo: el profundo estupor respecto al valor y a la dignidad de la persona.
Y es que el personalismo nació como una filosofía teórica y práctica para la acción, en el compromiso militante por la defensa de esta vida y dignidad de la persona. En oposición a los sistemas e ideologías que niegan al ser humano. Y la sacrifican a los ídolos del capital y del mercado, como impone el liberalismo economicista con el capitalismo, del estado o partido como hace el comunismo colectivista o colectivismo; e idolatrías de la nación y raza, como perpetran los fascismos o nacionalismos sectarios y excluyentes. Frente a todos estos totalitarismos e ideologías burguesas (elitistas), el personalismo nos propone una verdadera revolución. En la que las personas, con sus comunidades o pueblos, y los pobres son los sujetos protagonistas de su promoción liberadora e integral. Los seres humanos no son objetos o cosas y que, por lo tanto, puedan ser sacrificados a estos falsos dioses e idolatrías del capital-mercado y de la riqueza (ser rico), del estado y del poder. Las idolatrías del poseer y tener que van contra del ser (vida y existencia en dignidad) de la persona.
Como se observa, desde el personalismo se nos muestra una auténtica antropología y ética para la vida social e histórica. En la que la persona es fruto del Don (Gracia) del amor y solidaridad del Otro y de los otros. “Soy amado, luego existo” es lo que afirma el personalismo. Y, como es de bien nacido ser agradecido, esta Gracia de la vida y del amor lleva a la persona a la inter-relación y encuentro con los otros. En el servicio al bien común, con el compromiso y militancia por la justicia liberadora con los pobres de la tierra. Por tanto, desde el personalismo se nos muestra la auténtica naturaleza humana, lo que la tradición filosófica y del pensamiento denomina ley natural. Esto es, el don del Otro y de los otros con el amor nos constituye como seres humanos. Seres personales, corporales, comunitarios, sociales, políticos y espirituales cuya vida y dignidad es sagrada e inviolable. Somos personas enraizadas y religadas en este Don y realidad, desde la comunión solidaria con el Otro y con los otros en la justicia con los pobres, con la naturaleza y con todo el cosmos. Abiertas a los principios, valores e ideales, a la espiritualidad y trascendencia, a la vida humanizadora, moral, mística y plena.
Nada ni nadie puede ir en contra de toda esta naturaleza humana y personal, oponerse a la vida, dignidad, corporalidad, sociabilidad y trascendencia (espiritualidad) de la persona. Sería ir en contra de lo más sagrado y trascedente. En sintonía con lo que nos transmitía E. Merino, primer consiliario de la HOAC, con claro sabor personalista: lo que no es honrado no puede ser espiritual ni moral; una vida honrada las 24 horas al día en este Don del amor. La moral y espiritualidad no pueden estar en contra de la vida, felicidad y alegría del ser humano. Sino que asumen toda la vida, dignidad y humanidad de la persona para, lejos de negarla, llevarla a su plenitud. Tal como nos muestra todo lo anterior Tomás de Aquino que, como se ha estudiado, con su humanismo antropológico, ético y trascendente (integral) es uno de los pilares de todo este personalismo filosófico y espiritual
El personalismo con Mounier o Ellacuría nos traen la revolución de la civilización del trabajo y de la pobreza, frente a la del capital y la riqueza. El capital, el beneficio y la ganancia, no está antes el que trabajo vivo. La vida digna del trabajador y la persona, con sus derechos como un salario justo, está por encima del capital. Como se observa, es una economía y trabajo que, con la propiedad, se pone al servicio de la vida y necesidades de las personas, del destino universal y socialización de los bienes con la propiedad. Para el desarrollo humano e integral. Y como raíz de esta civilización del trabajo frente a la del capital, la de la pobreza contra la riqueza.
Es la vida de santidad moral, ética, espiritual y militancia en el amor fraterno que se hace pobreza solidaria con la comunión de vida, bienes y luchas por la justicia liberadora con los pobres de la tierra. En oposición a los ídolos de la riqueza-ser, del poder y la violencia, frente a todos estos totalitarismos e individualismos burgueses. Y es que el mal del egoísmo con la “codicia (el amor al dinero) es la raíz de todos los males” (1 Tim, 6, 10). Lo más valioso e importante del personalismo, con autores como Mounier o Ellacuría, es que hicieron vida su filosofía, como medio para la paz y la justicia liberadora, la llevaron la práctica y al testimonio. En una existencia entregada al Otro y a los otros, en la pobreza fraterna y solidaridad para la promoción y liberación integral de las personas, pueblos y pobres de la tierra.
Agustín Ortega Cabrera
Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología). Asimismo ha realizado los estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y actualmente de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.
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