domingo, enero 26, 2025

El gobierno defensor de pedófilos proyecta la perversión en las diversidades


Respecto al discurso fascista de Milei en Davos. 

 El discurso fascista de Milei en Davos reafirma su vocación de utilizar a las mujeres y a las diversidades sexuales y de género como chivo expiatorio para dividir a la sociedad, en función de hacer prosperar la ofensiva capitalista que encarna. Se dedicó a criminalizar al colectivo LGTBI+, al punto de asociarlo a los delitos de abuso sexual a las infancias, cuando son los funcionarios del gobierno los primeros promotores de la pedofilia. 
 Se ensañó en especial con la comunidad travesti-trans, negando directamente su identidad al referirse a esas personas como «hombres que se disfrazan de mujer». A su vez, las culpó de ejercer sistemáticamente violencia en el deporte y en las cárceles (como si alguna vez le hubieran importado al presidente los derechos de los presos), cuando lo cierto es que se trata de una población absolutamente violentada en todos los ámbitos, ni qué hablar al interior de las instituciones de encierro. En su discurso, Milei tergiversó constantemente la realidad poniendo a los oprimidos en el lugar de los opresores.
 Además, las acusó de acentuar la quiebra del erario público al hablar de «una legislación absurda en la que el Estado tiene que financiar hormonas y cirugías millonarias para cumplir con la autopercepción de ciertos individuos». El gobierno proyecta en las diversidades un enemigo público al cual responsabilizar de los problemas económicos del país, y, de paso, justificar un ajuste hacia el conjunto del pueblo. Carga las tintas en los costos del acceso a la salud pública de las personas trans y omite el enorme gasto tributario que generan las exenciones impositivas a los grandes capitalistas. Evidentemente, promover estos discursos discriminatorios tienen como finalidad que los trabajadores descarguen su bronca sobre los más vulnerables, en lugar de encauzarla en una lucha a fondo contra el poder. 
 Para sostener su planteo reaccionario, Milei se embanderó de una supuesta defensa de las infancias, diciendo falsedades respecto a que «están dañando irreversiblemente a niños sanos mediante tratamientos hormonales y mutilaciones». Solo le preocupa el bienestar de las niñeces cuando se trata de atacar al colectivo travesti-trans, pero no se apiada de ellas a la hora de quitarles el plato de comida mediante el desabastecimiento a los comedores populares, o dejar sin medicamentos oncológicos a los chicos con cáncer. 
 Igual de hipócrita que cuando equiparó la homosexualidad con la pedofilia, extrapolando un caso ocurrido en Estados Unidos como si fuera la norma. No solo que las estadísticas demuestran que la inmensa mayoría de los abusos sexuales a niños, niñas y adolescentes son cometidos por varones heterosexuales, sino que además la acusación viene de parte un gobierno empeñado en proteger abusadores. Sin ir más lejos, tiene como ministro de Justicia a Mariano Cúneo Libarona, cuyo estudio de abogados se ocupó de defender a violadores como José Alperovich, y ahora se vale de su puesto de funcionario para amedrentar a las madres protectoras, al punto de manipular a una víctima de pedofilia para forzarla a hablar el Congreso en favor de su agresor. 
 A Milei poco le importa combatir el flagelo de la pedofilia, solo le interesa reponer en el imaginario social un vínculo entre homosexualidad y perversión para fomentar el odio hacia las diversidades sexuales. Mientras tanto, mantiene un silencio cómplice frente a la causa que cajonea el juez Ariel Lijo (a quien el presidente pretende encumbrar a la Corte Suprema), sobre la red de explotación sexual de menores en la que están implicados Alejandro Roemmers, dueño del laboratorio Roemmers, y Matías Barreiro, directivo del club River Plate y dueño del Sanatorio Colegiales. 
 A su vez, calificó a la existencia de la figura de femicidio en el Código Penal y al cupo laboral travesti trans como una «búsqueda de privilegios», y, con total cinismo, justificó su intención de eliminarlos en nombre de «la igualdad ante la ley». Sin embargo, no pregona tal igualdad cuando habla de agravar las penas por falsas denuncias circunscriptas a delitos de violencia de género, abuso o acoso sexual o violencia contra niños, niñas y adolescentes. Tampoco cuando amenaza con derogar el aborto legal, devolviendo a las mujeres y personas gestantes a una situación de minusvalía jurídica. Por más que lo disfrace de falso igualitarismo, es evidente que detrás de sus dichos solo hay misoginia y transodio. 
 Por otro lado, quedó en evidencia lo inconsistente que es su negacionismo sobre la desigualdad de género. Luego de afirmar que no existe la brecha salarial, explicó exactamente en qué consiste la misma al admitir que «la mayoría de los hombres tienden a profesiones mejor pagas que la mayoría de las mujeres». Un absurdo total. 
 Milei inventa una falsa dicotomía entre las demandas del movimiento de mujeres y diversidades y las de los trabajadores. Por el contrario, la opresión por razones de género está al servicio de la explotación de toda la clase trabajadora, por eso corresponde unir dichas demandas en una misma estrategia emancipadora. Cierto que para sembrar esa división, el gobierno explota el fracaso de la gestión peronista, que blandió las banderas del feminismo y terminó gobernando para el FMI de espaldas a las trabajadoras y a las mayorías en general, pavimentando el ascenso de la derecha. 
 Es necesario que todo el movimiento popular rechace esta operación ideológica tan burda y emprenda una lucha en común contra este gobierno, que viene a barrer todo derecho que haya sido conquistado con la movilización callejera. 

 Sofía Hart

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