domingo, enero 12, 2025

Las provocaciones de Trump y Elon Musk y la guerra mundial


Ucrania, en un impasse explosivo. 

 Donald Trump es un adepto al principio de que “el que avisa no traiciona”. En los últimos días ha anunciado una catarata de reclamos imperialistas que van de la anexión de Canadá como el 51 estado de los Estados Unidos; la intención de comprar Groenlandia u ocuparla militarmente en caso de rechazo de la oferta; o aplicar fuertes aranceles contra México, a despecho del tratado de libre comercio vigente, en caso que no detenga la inmigración a Estados Unidos, abola el derecho de asilo y detenga el avance de los carteles de la droga. Los gobiernos norteamericanos han hecho responsable a China por el elevado consumo de fentanilo en su territorio, que se triangularía vía México. Es el listado típico de los objetivos de una potencia imperialista en el marco de una guerra mundial. 
 La mayor parte de las respuestas a estas amenazas han sido triviales, con pretensión de irónicas. Ni siquiera se ha advertido que no tienen un carácter localizado. Canadá, por caso, no solamente se encuentra bajo la tutela formal de Gran Bretaña y la jefatura estatal de Carlos II. Dentro de la OTAN se ha alineado con las potencias de la Unión Europea, en especial en lo que tiene que ver con la guerra en Ucrania y el reclamo de incorporarla a la UE. La exviceprimera ministra Christia Freeland, vocera de esta política, acaba de renunciar al gobierno de Trudeau, precisamente, debido a la negativa de éste a ofrecer una política de conjunto contra las amenazas de Trump. La renuncia de Trudeau y el esperado triunfo electoral de los conservadores acercaría a Canadá a la política de ajustes fiscales del norteamericano y a su política internacional en general. 
 Algo similar ocurre con Groenlandia, un territorio rico en materias primas estratégicas (tierras raras y uranio), cuya explotación y transporte se han visto favorecidos por el derretimiento relativo del Ártico. El Reino de Dinamarca, que ejerce la soberanía exterior de Groenlandia, incluida la Defensa, se ha apresurado a decir que el territorio “no está en venta”, a sabiendas del desarrollo que ha alcanzado el movimiento por la independencia (y la república) de sus escasos 60 mil habitantes. Mayores dificultades tuvo, a fines del siglo XIX, la separación de Panamá de Colombia, para construir el canal que quedó bajo dominio norteamericano. 
 Trump ha incluido entre las apetencias la recuperación del canal, pero el propósito está condicionado a la disputa militar con China por el estrecho que la separa de Taiwán. Una guerra en el mar de la China dispararía la automática ocupación del canal de Panamá.
 El agotamiento de la hegemonía norteamericana, que se manifiesta en su declinación industrial, el retroceso comercial y el peligro que acecha a su inflado sistema financiero, y en sucesivas derrotas político-militares (Irak, Afganistán) explica el realineamiento político internacional que viene desarrollando el imperialismo norteamericano, incluida la guerra mundial. En este contexto, la guerra genocida del estado sionista contra el pueblo palestino y las derrotas que ha infligido a Hizbollah y a Irán en Líbano y Siria, de la mano del imperialismo norteamericano, es una metáfora de la guerra mundial en desarrollo. 
 Elon Musk, quien ha sido designado para reestructurar el estado norteamericano, cuando es su principal contratista, ha revelado los trazos más sutiles de la ofensiva imperialista de Trump, por medio de un patrullaje de la política en Europa. Ya ha dicho que pretende promover el derrocamiento del primer ministro de Gran Bretaña, Keith Starmer, un laborista, con mucha antelación al vencimiento de su mandato. Ha designado para reemplazarlo al ultraderechista partido de la Reforma, pero con una condición -que sea destituido su líder actual, Nigel Farage-. Musk ha tomado las riendas de una Internacional fascista, que sólo podría prosperar, dadas las rivalidades nacionales, bajo la tutela de un movimiento fascista en Estados Unidos. Ha ido incluso más allá, al anunciar el apoyo a la neonazi Alternativa por Alemania, en las elecciones de febrero próximo, en detrimento de la Democracia Cristiana, el aliado histórico de los gobiernos estadounidenses. 
 La AfD propugna la disolución de la UE y la reedificación de un estado alemán sin arrepentimientos. En una entrevista gestionada por Musk, Alice Weidel, la candidata de la AfD a la Cancillería, se atrevió a pronunciar una descomunal ‘mileiada’, al calificar a su ídolo Adolf Hitler de “comunista”. El desatino de la mujer no fue cabalmente comprendido: quiso decir que abandonaba el estatismo (el estado construyó VW) por el ajuste libertario. Esto giro pone en evidencia que el nazismo no es un programa de desarrollo económico, sino la ideología y la práctica de la destrucción del movimiento obrero y de la democracia. El Frankfurte Allgemeine, el diario de las finanzas alemanas, se había anticipado a la incursión de Musk, denunciando las declaraciones de Trump como un intento de pacto con Putin y de destrucción de la Unión Europea y de la primacía de Alemania. Apenas casi cuarenta años después de su consagración, la UE (y el euro) se encuentra sacudida por poderosas fuerzas centrífugas. El gran experimento trasnacional de la historia se desintegra bajo el peso de la decadencia capitalista y la guerra. 
 Toda esta tanda de agresiones políticas y diplomáticas de Trump y Elon Musk han dejado en la sombra las que había hecho con anterioridad, y que son todavía más importantes. La más criminal es la que promete convertir a Gaza “en un infierno” si, para el día de su asunción, no es liberada la totalidad de los rehenes israelitas que Hamas ha intentado canjear por presos palestinos. Queda de manifiesto que detrás de la masacre sionista juega todo el peso del imperialismo norteamericano, que ha dado a Netanyahu más armas que a Zelenski, relativamente a las fuerzas involucradas en cada guerra. Acerca de estas declaraciones no han habido respuestas formales ni irónicas. Siria y Líbano han pasado a la tutela del sionismo y de la OTAN. El Medio Oriente, cuando se considera la presencia de Turquía, es el patio trasero de la guerra en Ucrania y en el Cáucaso sur, en especial en Georgia. Si se toma la presencia de Irán, es el patio trasero del Asia Central y de la alianza de China y Rusia y las exrepúblicas soviéticas musulmanas. 
 La cuestión de las cuestiones, sin embargo, no ha sido clarificada en el fárrago de este principio de año: el cese de la guerra de la OTAN en Ucrania. Ya no se soluciona “en las primeras 24 horas de mi mandato”, como se vino jactando Trump. El tema ha partido a Estados Unidos, de un lado, y la UE, del otro, y sin una posición común entre los llamados ‘neocoss’, de un parte, y los “MAGA”, de la otra. Entre las exigencias rusas figura, de acuerdo a declaraciones recientes muy detalladas de Sérguei Lavrov, el ministro de exteriores, además de la partición territorial sancionada mediante referendos y la ocupación militar, la reestructuración del estado ucraniano oficial. Esto contempla la proscripción de los grupos nazis; la paridad del ruso y el ucraniano en materia de lengua, educación, religión, servicios sociales, entre otros. La aceptación de estas condiciones desataría fuertes crisis en el Báltico, cuyos países enfrentan estos mismos problemas de discriminación nacional. La neutralidad internacional implicaría un límite a las fuerzas armadas ucranianas, ninguna base extranjera, no adhesión a la OTAN o a la UE. En oposición a esto, Trump pretendería un largo “cese del fuego” a cambio del levantamiento de las sanciones internacionales contra Rusia. El impasse no podría ser mayor. 
 La ocupación de Siria por parte de Turquía, Estados Unidos e Israel, ha puesto a Rusia y también a China a la defensiva. A esto se añade la crisis inflacionaria en Rusia, la crisis deflacionaria en China (con una presión a la salida de capitales) y la enorme crisis social en Irán. En oposición a la campaña internacional de Trump y Musk, los BRICS han entrado en una suerte de inmovilismo. El imperialismo norteamericano se encuentra a la iniciativa de una política de reestructuración política mundial, con la reserva fundamental que los ataques arancelarios y la reducción de impuestos a las empresas prometidos por Trump sean el detonante de un derrumbe financiero en Estados Unidos, en el marco de una deuda pública y deudas privadas enormes, incluso quiebras en el crédito al consumo y en las hipotecas de oficinas. La guerra emerge como una fuerza ciega de un sistema acosado por un estallido de contradicciones sin paralelo en la historia. 

 Jorge Altamira 
 11/01/2025

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