miércoles, enero 22, 2025

Trump: un programa de guerra interno e internacional


Inaugura mandato con doscientos decretos ejecutivos. 

 El día de ayer, Donald Trump inauguró su mandato presidencial con un discurso perfectamente fascista, pero no ante un palco de masas desesperadas o desclasadas, sino ante la plana mayor de la oligarquía capitalista internacional –los líderes de las compañías de Silicon Valley, Meta, Starlink, Apple, Amazon, que acompañaron la diatriba con aplausos estruendosos. Trump mismo es un desclasado, porque ha sido condenado por la Justicia sin aplicación de pena, en consideración a su investidura presidencial. La Corte Suprema de Estados Unidos ha acordado que los delincuentes comunes vean suspendidos sus procesos judiciales durante el ejercicio de la jefatura de Gobierno. El gobierno de los mejores, meritocracia, como defiende el anarcocapitalismo, ha dado lugar al gobierno de los bajos fondos. 
 En lugar de un cambio de gobierno, ayer tuvo lugar un principio de cambio de régimen político, pues la ceremonia fue proseguida por la emisión de más de un centenar de decretos ejecutivos. En consecuencia, fue militarizada la represión a la llamada inmigración ilegal, sin considerar si el afectado ha cometido algún hecho punible. El ejército ha sido movilizado a la frontera sur del país. El derecho de asilo ha sido abolido, porque el trámite correspondiente debe hacerse fronteras afuera de EE.UU. e incluso ha dejado de funcionar la aplicación para su solicitud digital. El decreto que declara terroristas a los carteles de la droga, es un paso hacia la guerra contra países extranjeros, por ejemplo, México, que alberga a los más importantes. Cualquier pasante de droga podría ser tipificado como terrorista, con las consecuencias correspondientes. Como ha ocurrido en la historia con todas las medidas de discriminación masivas, constituyen el peldaño hacia la militarización de la represión de las luchas sociales y políticas. En un acto de características inconstitucionales, que el Poder Judicial podría avalar a partir de su copamiento por la derecha, Trump ha abolido, en su primer día de mandato, el derecho de ciudadanía por lugar de nacimiento. En una legislación ulterior, seguramente establecerá su validez a partir de una patria potestad de varias generaciones precedentes. Tropezará, en el intento, con varias piedras como las que tuvo que enfrentar Hitler para determinar cómo los matrimonios mixtos afectaban la determinación de judeidad de una persona. Ha abolido también el derecho a la libertad de género, en una ‘guerra cultural’ que invoca ‘la libertad’; ha dado el primer paso hacia la ilegalización de las relaciones homosexuales y la prohibición de que los matrimonios del mismo sexo tengan derecho a la paternidad. Trump, por de pronto, ha derogado, según revistas cubanas, el decreto ejecutivo de Biden, de pocos días antes, que sacaba a Cuba de la lista de “patrocinadores” del terrorismo. El libelo que pronunció Trump es, en definitiva, una convocatoria a la guerra civil contra la democracia y el movimiento obrero. 
 En un contexto en el que reivindicó al presidente William McKinley, cuando Estados Unidos ocupó Cuba, Puerto Rico, Filipinas y las islas de Guam, Trump reiteró el propósito de arrebatar el canal de Panamá, anexar a Canadá y a Groenlandia, y rebautizar el Golfo de México a Golfo de América. Javier y Karina Milei aplaudían a rabiar: su pasión fascista los ha llevado a descalificar a la generación que reivindican, la del 80 del siglo XIX, que desplegó una diplomacia enérgica contra esas anexiones, en defensa de la alianza de la oligarquía agraria de Argentina con Inglaterra. El pretexto esgrimido para justificar estos nuevos atropellos, que el canal de Panamá habría pasado al control de China, ha puesto en la agenda la preparación de la guerra contra el llamado gigante asiático. Trump juró su compromiso presidencial ante una Biblia de Abraham Lincoln, quien antes de dirigir la guerra civil contra el Sur esclavista y probritánico, se opuso con vigor a la guerra de anexión contra México, en 1848, a la que no vio como parte de un ascenso del capitalismo industrial sino como una extensión de las plantaciones de esclavos. A sabiendas de esto, el convicto llevó a la ceremonia otra biblia, que le habría regalado su madre. 
 Trump no perdió el tiempo en sacar un decreto que retira el acuerdo firmado con la OCDE, hace un año, que pone un piso del 15% a la tasa que grava a las multinacionales, en especial de aquellas sentadas ayer en la Casa Blanca, más allá de lo que pagan en su sede de residencia. Para la prensa europea, esta “guerra fiscal” tendría consecuencias más graves que la guerra arancelaria que Trump prometió en su campaña. Para un editorialista del Financial Times, Trump estaría convirtiendo a Estados Unidos en “un estado canalla”, que actúa al margen de la ley internacional. 
 Trump tampoco perdió el tiempo en quitar subsidios a la industria de automóviles eléctricos, e incluso prohibir la importación, para proteger a Tesla y a las automotrices norteamericanas de la competencia de China. Además de proceder a un cambio de régimen político y montar un Estado canalla, Trump quiere imponer una reestructuración de la economía política mundial, para poner fin a lo que él mismo llama “el declive americano”. Es una clara diferencia de época con el ascenso que cimentó la hegemonía del imperialismo norteamericano, desde finales de la primera guerra mundial (1918/20) hasta la declaración de la inconvertibilidad del dólar (1968/71).
 Trump prometió poner fin a la inflación y al déficit fiscal que dice haber heredado del gobierno de Biden, olvidando los billones de gastos y de deuda pública que él impulsó en su mandato previo, especialmente cuando se derrumbó la Bolsa en marzo de 2020. Como no tiene la menor intención de tocar los gastos discrecionales (defensa e intereses de deuda), y como ha anunciado una poda de diez puntos en el impuesto a las ganancias (25 a 15%), es claro que apunta a una enorme cirugía en la asistencia de salud. Tampoco esto bajaría la inflación si sigue a la letra el programa de imponer aranceles altos a las importaciones –naturalmente inflacionarios. Para la prensa financiera internacional, la Bolsa norteamericana se encuentra en zona de “alta burbuja”, porque sus cotizaciones se encuentran muy alejadas del valor real de las compañías, o sea al borde de un derrumbe. Es lo que podría volver a provocar el alza de la tasa de interés de Japón, cuya baratura financia a la bolsa neoyorquina. La salida a las contradicciones insuperables del programa antiobrero de Trump conducen a una agudización de los conflictos de clase al interior del país y a choques y guerras internacionales.
 El régimen económico y político mundial al que apunta Trump, significa, antes que nada, una reestructuración de conjunto de las relaciones con China. En términos monetarios consistiría en un régimen de dólar devaluado y renminbi revalorizado, y un concierto en las tasas de interés. Pero el fondo de ese acuerdo -el rebalanceo del consumo y la inversión en ambos países- está más allá de las posibilidades de un acuerdo, porque afecta en forma decisiva el equilibrio interno de uno y otro, y las relaciones con las terceras partes de la economía internacional. Las tendencias a un nuevo reparto de la economía internacional entre ambos países no excluyen la guerra, sino que la presuponen. Trump levanta un programa de guerra, que él y la prensa disfrazan como “transaccional” porque su propósito final sería la consumación de nuevos acuerdos pseudo estratégicos, con el fondo de la guerra. 

 Jorge Altamira
 21/01/2025

No hay comentarios.: